Antes de que nacieras, oramos por ti
Cinco oraciones para madres embarazadas
Ningún padre está completamente listo para su primer hijo.
Al menos eso es lo que hemos escuchado. Nuestro primer hijo llegará pronto. Es una niña, nuestra preciosa hija —estamos increíblemente emocionados. Ella es un regalo de Dios, un dulce tesoro que no merecemos, pero que nos ha sido confiado durante tantos días como su Creador haya planeado. En muchos momentos me sorprende la maravilla de tal regalo, y en el siguiente instante estoy ansiosa, pensando: ¿Cómo podremos estar listos para ella?
No lo estaremos. No en el sentido de tener todas las respuestas, o anticipar lo que viene. Tal vez estaremos listos en lo material: el registro del bebé, las citas con el médico, fiestas, guardería, clases, todo (de acuerdo, tal vez no con el nacimiento). Estos son buenos elementos esenciales que nos ayudarán a navegar por un territorio inexplorado —pero no son la forma más valiosa en la que nos podemos preparar para nuestra hija en estos meses.
Lo mejor que podemos hacer es orar.
Lo que revela nuestra falta de oración
Lo digo sinceramente. Es fácil decir la palabra “oración” como algo que los cristianos deberían hacer. Pero a la hora de la verdad —cuando el bebé está en camino— ¿Realmente estamos orando? ¿Esperamos que haga una diferencia? ¿Creemos sinceramente que las peticiones a Dios en torno a esta nueva etapa de la vida son más importantes que prepararse para ella con nuestras propias fuerzas, más importantes que repasar la lista de cosas para bebés?
Podemos orar porque creemos que debemos hacerlo, o podemos orar porque anhelamos hacerlo. Hay una diferencia. Podemos reconocer nuestra desesperación por Dios y dar voz a nuestro deseo por Él, Su autoridad y acción; o podemos estar poco convencidos de que la oración importa y dejarla a un lado, incluso sin intención, a cambio de preparaciones más tangibles.
La falta de oración revela que no estamos convencidos de que la oración haga nada. La entrega a la oración, sin embargo, declara que creemos que Dios nos escucha; que usará nuestras súplicas durante los días de nuestro bebé (y de nosotros); y que aumentará nuestro gozo en Él a medida que nos acerquemos al trono de gracia.
Mi alma tiene sed de Ti
La oración es humilde dependencia. He tratado, aunque imperfectamente, de ir ante nuestro Padre celestial en esta temporada de espera en el espíritu del Salmo 63: “Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de ti”.
Aunque el contexto inmediato de David puede ser diferente al nuestro, resonamos con la actitud de su corazón. El pueblo de Dios le necesita desesperadamente, y no nos avergonzamos de expresar nuestras peticiones hambrientas y sedientas: ¡Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua!
El corazón tras nuestra entrega a la oración en este período expectante de maternidad es la humilde dependencia de Dios. No podemos ver el futuro. No podemos hacer todas las cosas. No podemos saber cómo será nuestro bebé. Pero podemos reconocer nuestra insuficiencia y carencia, nuestra incapacidad para controlar las cosas que sucederán con nuestra hija y, finalmente, convertir su alma a Cristo. Podemos adorar y alabar al Dios Todopoderoso que puede hacer todas las cosas, y así como lo hizo David, levantamos nuestros ojos hacia Él en confianza:
Así te contemplaba en el santuario,
para ver tu poder y tu gloria.
Porque tu misericordia es mejor que la vida,
mis labios te alabarán.
Así te bendeciré mientras viva,
en tu nombre alzaré mis manos. (Salmo 63:2-4, LBLA)
Cinco oraciones en preparación para tu bebé
Con esta actitud de humilde dependencia de Dios a través de Jesucristo, ¿De qué maneras específicas podemos nosotras las mamás orar mientras nos preparamos para nuestros bebés durante este tiempo expectante? Estas han sido algunas de mis súplicas más recientes:
1. Que amemos a Cristo más que a nuestra hija.
¡Líbranos de idolatrar este precioso regalo, Padre! Que nuestro primer amor sea siempre Jesucristo, y que busquemos nuestra satisfacción suprema solo en Él. Ayúdanos a enraizar nuestra identidad en tu Hijo, no en nuestra hija.
2. Que nuestro bebé conozca a Cristo.
Oh Dios, ¡que Te complazca salvar a nuestra hija y librarla de la trampa de la muerte! Ábrele sus ojos para que vea Tu gloria en el rostro de Jesucristo desde una edad temprana. Líbrala de años de deambular, y asígnala a la vida eterna. Que Te complazca librarla del pecado y la muerte, para que podamos llamarla “hermana” así como hija.
3. Que continuamente confiemos a nuestro bebé en las manos de Dios.
Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de Ti, Dios. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido, incluso esta niña? Ella es Tu posesión; ella no es nuestra para reclamar. Ayúdame a confiar en Ti con su nacimiento y toda su vida; humíllame a Tu control soberano; revélame la gran libertad y gozo de saber que eres bueno y haces el bien, siempre.
4. Por una desesperación diaria por la Palabra de Dios.
Dame la convicción de que el mejor regalo que le pueda dar a nuestra hija sean las buenas nuevas de tu Hijo. ¡Inclina mi corazón a Tus testimonios para que así ella corra hambrienta de Tu Palabra cada día! Haznos embajadores de Cristo en nuestro hogar alimentándonos con Tu perfecta verdad para que podamos nutrir a nuestra hija con ella cada día.
5. Que nuestra hija ame a la iglesia.
Que nuestra hija encuentre otro hogar en el cuerpo de Cristo y nunca se resienta de nuestro compromiso con él. Que ella se deleite en Tu pueblo, en la adoración colectiva, en servir a los demás y, finalmente, en Jesús, la Cabeza.
Cantaré de gozo
Futura mamá, ¡agrega tus peticiones desesperadas a estas! Que tu gozo abunde en Jesucristo mientras dependes humildemente de Él a través de la oración en este tiempo de preparación. Que cantes junto con David:
Como con médula y grosura está saciada mi alma;
y con labios jubilosos te alaba mi boca...
Porque tú has sido mi socorro,
y a la sombra de tus alas canto gozoso.
A ti se aferra mi alma;
tu diestra me sostiene. (Salmo 63:5, 7-8)