Tu familia necesita más que dinero
Cuando mi doctor me llamó a su oficina para decirme que tenía cáncer, honestamente mi primera reacción fue: “Bien”.
No lo dije en voz alta, pero me sentí repentinamente aliviado de que un plan maestro para proveer a mi familia estuviera afianzándose. Nuestros ahorros para la jubilación siempre podrían aumentar y, a los 55, con esto había una oportunidad de tener “seguridad total” muriéndome antes de que expirara mi seguro de vida. En un instante, pensé en los beneficios para el estilo de vida de mi esposa y mis tres hijas. Por primera vez, me sentí exitoso financieramente.
Le hablé de esto a otros hombres y, en la mayoría de los casos, entendieron mis sentimientos. Pero las mujeres, sin excepción, se horrorizaron con mi forma de pensar. Y ellas tenían razón. Mi razonamiento, aunque común entre los hombres, estaba distorsionado con todas las marcas visibles de la idolatría y la confianza en dioses falsos. Mi doctor, y también amigo, se dio cuenta a través de mi convicción “espiritualmente madura” que yo no estaba atado a este mundo, y señaló: “Bueno, yo estaba pensando en Beth y tus hijas”.
¡Y así era! Yo efectivamente no estaba pensando en el trauma y el dolor que marcaría sus vidas para siempre si yo moría. Le hablé a Beth sobre la clara simetría de morir mientras la póliza de seguro aún estaba vigente. No fue muy bien.
“¿De verdad piensas que un montón de dinero del seguro podría reemplazarte?"
“Bueno… en cierto modo… sí. Sé que sería difícil al principio, pero tú y las niñas lo superarían, ¡y tendríais la vida resuelta!”
“Nunca lo superaríamos. Estás minimizando el valor que tienes para nosotras y el impacto que tendría vivir sin ti”.
Esta conversación se convirtió en un punto de inflexión desde el cual Dios comenzó a cambiar mi manera de pensar y sentir. De verdad creía que un gran pago sería un mejor resultado para mi familia que vivir con lo que teníamos a través de lo que Dios provee. Jesús habla directamente sobre este tipo de idolatría en la parábola del rico necio cuando advierte: “Estad atentos y guardaos de toda forma de avaricia; porque aun cuando alguien tenga abundancia, su vida no consiste en sus bienes” (Lucas 12:15, LBLA).
Mentiras repetidas
Yo creía en algunas de las mentiras comunes que los hombres nos inclinamos a creer: que mi trabajo es proveer de manera abundante para mi familia, y que si dejo en manos de Jesús el proveerme para el futuro, mi calidad de vida empeorará. O que obtener riqueza es mi trabajo, así que estoy disculpado por mostrarme un poco distante en asuntos de matrimonio y familia.
Pero en la semana que pasé recostado en una cama de hospital, al borde de la muerte, a las tres de la mañana me agobiaba la reprensión de Dios que venía a mi cabeza una y otra vez: “Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma” (Lucas 12:20, LBLA). ¿Estaba actuando como un necio? De verdad, ¿qué sería mejor? Opción uno: ¿Vivir sin nuestros ahorros existentes y con Dios a cargo de proveernos? U opción 2: ¿morir y que mi familia quedara con un montón de dinero?
El Señor contestó esta pregunta transformando mi alma a través de cinco inimaginables años de sufrimiento a causa de un linfoma, y una segunda complicación cercana a la muerte por un trasplante de médula. Esa es otra historia, pero Dios puso su dedo en los ídolos que yo no podría haber superado sin este sufrimiento hecho a medida.
Al principio cuando estaba enfermo, parecía como si nadie en realidad me necesitara. La vida siguió adelante. Todos estaban ocupados. Sin embargo, mientras hacía recuento de las maneras en que ya no podía ser de ayuda, y mientras planificaba dejar que el dinero del seguro pastoreara a mi familia, mis hijas necesitaron de un padre comprometido que aún confiara en el Señor. Fue así de básico y crucial. Mi esposa necesitaba que yo valorara la familia más de lo que temía al futuro. Ella necesitaba ver mi valor y sentido del humor para controlar mi negatividad, y para aceptar que la salvación de Dios venía en camino, aun cuando estuviéramos confundidos. Mi familia me necesitaba a mí más que al dinero, una lección que aprendí casi demasiado tarde.
Verdades repetidas
Ahora repito estas verdades para combatir las mentiras que me veo tentado a creer:
- Es el Señor el que da poder para hacer riquezas, no yo (Deuteronomio 8:17–18).
- Dios cree que soy valioso. Él sabe lo que necesito. Me dio el reino sin dudarlo (Lucas 12:24, 28, 32).
- Mi trabajo no está hecho por proveer simplemente en lo económico.
- Una menor riqueza no produce una vida menos fructífera, los ídolos falsos sí.
- Mis seres amados me necesitan a mí, no mis riquezas.
En la actualidad, continuamos poniendo en práctica esas verdades. Aunque estoy trabajando de nuevo, nuestros fondos para la jubilación son significativamente menores debido a las costosas facturas médicas, tres estudiantes en la universidad, y cinco años de desempleo mientras estuve enfermo.
Esos años de enfermedad trajeron más pérdidas de las que podríamos haber imaginado. Sin embargo, fue la mejor época de mi vida. Lo haría de nuevo por el cambio de vida que Dios proveyó. Pero todavía es difícil. Estamos preocupados por nuestro futuro, pero no pesimistas. En las Escrituras, vemos el carácter de Dios y su inquebrantable tendencia a redimir a sus hijos.
Siempre quise saber qué quería decir Jesús cuando le dijo al apóstol Pablo que su gracia era suficiente para el sufrimiento. Ahora lo veo por mí mismo. Es un caudal intenso y abundante, no un goteo tacaño. Años atrás, en el hospital, me aferré a la abundancia como medio de salvación. Hoy en día, me aferro a Él para que me salve y lo seguiría a cualquier parte, incluso con una ínfima cantidad de ahorros, siempre y cuando él esté guiándome. Eso es lo que significa vivir abundantemente.