Alabar con el corazón roto
Miré a mi novio desde el otro lado de la mesa y repetí sus palabras en mi mente. “Ya no disfruto pasar tiempo contigo”.
Nunca imaginé que un corazón podía romperse de forma tan repentina y cruel – una sola frase me dejó buscando desesperadamente algo que me ayudara a suavizar la agudeza de esas seis palabras. Yo solo pude reunir tres: “Llévame a casa”. Mientras conducíamos, mis pensamientos estaban tan borrosos como los árboles que pasábamos. ¿Cómo puede una relación de tres años terminar en tres minutos?
El término “corazón roto” es tan utilizado en nuestra sociedad que suele parecer romántico. En ese momento comprendí lo poco romántico que era – es una especie de dolor desgarrador que requiere toda tu atención, un dolor que no cesa.
Un corazón roto puede ser una mujer que recibe la llamada del doctor para avisarle que ha perdido un bebé. Es un niño que se entera que su padre tiene cáncer. Es una relación que termina, depresiones que debilitan, sueños que mueren y se deshacen en nuestras manos.
Entré a la iglesia el día después de que se rompiera mi corazón. Cada domingo los bancos de nuestras iglesias están llenos de corazones rotos y adoloridos. A pesar de estar rodeados de una comunidad, el dolor sigue siendo intensamente personal. “El corazón conoce su propia amargura” (Proverbios 14:10). El dolor profundo puede aislar tanto como la celda de una prisión. El enemigo solo quiere encerrar a los creyentes en esa celda de dolor y mantenerlos atrapados en su aislamiento. Pero Dios quiere lo opuesto. Cuando estén tentados a quedarse en casa un domingo en la mañana con el corazón roto, piensen en estas tres cosas.
Los corazones rotos son corazones abiertos
Existen muchos tipos de corazones rotos y Cristo es experto en sanarlos todos. - Charles Spurgeon.
Imaginen que tienen problemas de corazón y necesitan una arriesgada operación a corazón abierto. En el hospital hay muchos doctores que afirman ser expertos en esa cirugía, pero solo uno tiene un historial impecable, sus operaciones nunca han salido mal. Todo lo que hace es perfecto.
¿Escogerían a un doctor menos experimentado, o con un historial de menor calidad? Si valoran su vida, no lo harán.
Dios es el único doctor que puede sanar realmente un corazón roto y nunca ha fallado en su habilidad sanadora. Sara, David y Oseas sufrieron de corazones rotos por distintas razones – un vientre estéril, una serie de pecados vergonzosos, amor no correspondido – y Dios los sanó a todos. Un corazón roto es un corazón abierto y un corazón abierto es vulnerable. En esos momentos de vulnerabilidad dejen que Él sea su refugio. Dejen que los sane a través de los cantos, oraciones y enseñanzas de su familia en la iglesia.
El dolor es personal, la sanidad es comunitaria
¿Alguna vez han tenido un amigo cercano pasando por un dolor enorme sin decirles? Duele enterarse. Es duro por dos razones: 1) Nos duele que esté sufriendo y 2) Nos duele que no confiara en nosotros para llevar esa carga con ellos.
Como creyentes, estamos llamados a llevar las cargas de los demás (Gálatas 6:2). Nadie discutiría que un hombre puede levantar más que diez hombres juntos. Entonces, ¿por qué ignoramos las manos que se extienden para ayudarnos con nuestra carga, e intentamos llevar el peso solos? Siempre llevaremos la parte más pesada, pero el ánimo y el apoyo de nuestros hermanos y hermanas harán la carga mucho más liviana. Combatamos el dolor con cantos sinceros, la soledad con comunidad y el desánimo con el ministerio de la palabra de Dios.
Si nos rodeamos de gente de Dios veremos que se necesita una comunidad para sanarse, y que la comunidad es más fuerte por ello. Debemos combatir el dolor profundo con una alabanza resuelta al Padre, junto con hermanos y hermanas que puedan orar con y por nosotros.
La alabanza crea perspectivas
Pon tus ojos en Cristo,
Tan llenos de gracia y amor,
y lo terrenal sin valor será
A la luz del glorioso Señor.
Aun cuando el sufrimiento nunca es poca cosa, Dios siempre es más grande. La alabanza vuelve a enfocar nuestra mente en la grandeza de Dios y pone al dolor en su justo lugar – bajo el reino de un Padre que ya es victorioso.
Por extraño que parezca en el momento, levanten las manos en alabanza y recuerden que la batalla ha sido ganada. Recuerden que Dios, quien lleva sus vidas en la palma de sus hábiles manos, lidera la marcha de la victoria. “No te dejará ni te desamparará” (Deuteronomio 31:6).
Parados en la cima de la montaña de la adoración, nos damos cuenta de lo pequeños que somos, y no nos ofende. Disfrutamos sabiendo que Cristo es más glorioso de lo que pensamos y controla gloriosamente todas las cosas, incluyendo cada pulgada o segundo de nuestro dolor. Nada puede tocarnos, excepto aquello que ha sido filtrado cuidadosamente por sus dedos afectuosos.
Dejen que la alabanza sincera les recuerde la grandeza de su amor y de su soberanía absoluta, y dejen que esos recordatorios sanen su corazón roto. La alabanza es el bálsamo que cura hasta las heridas más profundas.