¿Envejeceré solo?
El potencial de la soledad en la madurez
Una presencia silenciosa. Es como recuerdo a una amiga que murió a los 70 años. Trabajó a tiempo completo como personal de su iglesia, y por "tiempo completo" quiero decir que estaba disponible mañana y tarde para hacer lo que se necesitara. Nunca se quejó; simplemente aparecía y hacía las cosas.
Después de años de fiel servicio, una enfermedad repentina la superó, y se confinó en su casa desde entonces. No tenía marido, ni hijos, ni nietos que la cuidaran durante sus últimas semanas de vida. Aun así, nunca estuvo sola. Su familia de la iglesia le proporcionó atención durante todo el día: no solo con las comidas y medicinas sino también con un cariñoso compañerismo.
Cuando somos jóvenes y solteros, no pensamos mucho en la posibilidad de morir solos. Pero a medida que nos adentramos en la mediana edad, comienza a instalarse en nuestros pensamientos, y con la posibilidad llegan las ansiedades. ¿Quién va a cuidarme? ¿Voy a tener suficiente dinero para permitirme una vida asistida? Si la demencia me invade, ¿quién velará por mi seguridad?
Cuando aparecen estos miedos recuerdo a mi vieja amiga, y también cómo Dios proveyó para ella: cómo encontró todos los apoyos físicos, emocionales y espirituales. A través de ella fui testigo del cuidado de Dios y cómo se deleita al proporcionarlo a través de la familia de su pueblo.
Combatir la ansiedad del envejecimiento
En las Escrituras vemos el corazón tierno de Dios para «la viuda, el huérfano, y el pobre», que es la expresión bíblica para los más vulnerables de la sociedad, que hoy incluiría seguramente a los ancianos solos. En Cristo, no debemos temer a envejecer solos. Él cuida de los suyos. Dios promete a su pueblo a través de Isaías:
"Aun hasta vuestra vejez, yo seré el mismo, y hasta vuestros años avanzados, yo os sostendré. Yo lo he hecho, y yo os cargaré; yo os sostendré, y yo os libraré" (Isaías 46:4, LBLA)
La perspectiva de morir solo no es la única fuente de ansiedad que aparece a mediana edad. Los inevitables cambios físicos pueden ser una fuente de dolor. Nuestra energía no es como era antes, ni lo es nuestro metabolismo. Antiguamente apreciábamos una invitación a cenar a las ocho; ahora reptamos bajo las sábanas a las nueve. Y recordamos con melancolía cuando una pinta en el Ben & Jerry's servía de cena perfecta en una tarde de verano. Así que nos sentimos algo tristes cuando nos damos cuenta de que nunca más nos sentiremos o miraremos como lo hacíamos hace diez, veinte o treinta años atrás, y lamentamos que nuestro futuro interés amoroso no llegará nunca a conocer nuestro mejor momento.
Pero el pensamiento que subyace en esa aflicción es una mentira que hemos absorbido de nuestra cultura antienvejecimiento. El mensaje de la multimillonaria industria de la fuente de la juventud se encuentra allá donde vayamos. Y las multitudes que la compran se niegan a ver que todas sus premisas están vacías. Podemos ignorar con seguridad la glorificación de la juventud, en todas sus formas, porque en ninguna parte de las Escrituras se retrata la edad como algo a lo que temer o evitar. De hecho, la vejez se celebra como honorable.
"Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás; yo soy el Señor" (Levítico 19:32)
La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la honra de los ancianos, sus canas. (Proverbios 20:29)
Nuestra etapa de madurez y los años posteriores pueden ser realmente algunos de los más felices y fructíferos. Por alguna razón, tendemos a caminar mejor por los altibajos de la vida cuando el melodrama ya no define nuestras respuestas. Aprendemos, como Pablo enseñó, a redimir el tiempo (Efesios 5:16; Colosenses 4:5), y la sabiduría que obtenemos en el proceso no solo nos proporciona una buena medida de estabilidad, sino también nos equipa para animar y guiar a la generación más joven. Lejos de tener menos que ofrecer, hay mucho más. Todo esto es lo que hace que las arrugas sean irrelevantes.
Combatir la pérdida de motivación
Algunos de nosotros experimentamos una tentación muy leve de ceder ante el ídolo de la eterna juventud, pero caemos fácilmente en la tentación del desaliento, y puede colarse y robar nuestra motivación para seguir adelante y crecer.
Una fuerte tentación en la madurez es dejarnos llevar. Es un momento en que sentimos la inclinación a deslizarnos en una administración descuidada de nuestros cuerpos, nuestras relaciones y nuestro testimonio del Evangelio, conformándonos con los hitos que ya hayamos alcanzado. Podemos dejar de participar en actividades de la iglesia porque es más cómodo estar en casa. Podemos construir nuestra paz con tardes aburridas y aisladas en el sofá con un mando a distancia y un cuenco de patatas fritas. Y antes de que nos demos cuenta, nuestros mezquinos sentimientos de felicidad pasarán de la ruta más sencilla al confort más absoluto.
Esto, también, es vacío, y un caldo de cultivo para la soledad. En la mediana edad podemos perder de vista el hecho de que toda felicidad verdadera se encuentra no en las comodidades, sino en salir de nosotros mismos para servir a Dios y amar a la gente en nuestras vidas.
Realmente, la mediana edad podría ser el mejor momento para practicar una buena administración de todo lo que somos y tenemos. Dado nuestro tiempo, talento, dinero, salud y la sabiduría que hemos adquirido durante años de caminar con Jesús en un mundo quebrantado, normalmente tendremos más que ofrecer ahora que en nuestra juventud, o lo que podremos ofrecer en los próximos decenios. Si estamos dispuestos, podemos descubrir por nosotros mismos que nuestra madurez puede ser la etapa de nuestra vida más fructífera y agradable. Y son unos buenos años para renovar nuestra esperanza.
No desperdicie su madurez
Una de las novias más hermosas que he visto tenía setenta años cuando caminaba por el pasillo. Emanaba felicidad, y la belleza de la alegría brillaba a través de su rostro cubierto por el velo. Aquel día recordé que Dios se deleita al bendecir a aquellos que esperan en Él (Salmos 37:34; Proverbios 20:22; Isaías 30:18; Lamentaciones 3:25).
Tanto si morimos a los 70, o nos casamos entonces, o vivimos sin casarnos mucho tiempo en la tercera edad, la madurez es el momento crucial para hacernos eco de la oración de Moisés: "Enséñanos a contar de tal modo nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría" (Salmos 90:12).