Utilicen la ansiedad para su provecho
La ansiedad es la forma más predominante de enfermedad mental en nuestro país, una plaga que se extiende tanto a jóvenes como a ancianos, y que se manifiesta en forma de síndrome de estrés postraumático, trastorno obsesivo compulsivo, e incluso fobias y trastornos generalizados de ansiedad.
De vez en cuando todos tenemos problemas, ya sea como forma de vida o debido a circunstancias particulares más allá de nuestro control. Esto lleva a reacciones físicas como temblores, presión cardíaca elevada, dificultad para respirar, sudoración, frustración, e ira. Incluso la depresión puede estar vinculada a la ansiedad que experimentamos en la vida.
Culturalmente, somos un cúmulo de nerviosismo, y nadie es inmune a ello.
Jesús sana los corazones ansiosos
Mi problema con la ansiedad comenzó temprano. Siendo niño, experimentaba vívidos sueños que ponían mi corazón a la carrera. Incluso pensar en ellos hoy en día me lleva a ciertas emociones. Los terrores nocturnos llegaron de repente y no había escapatoria. Media hora después de despertar continuaba atrapado, todavía preso del terror.
Llegado el momento, un asesor me ayudó a liberarme de esos sueños. Pero al convertirme en adulto, la ansiedad volvió en forma de insomnio. Algunas noches me despierto completamente empapado en sudor. Para mí el promedio de sueño nocturno es de cuatro horas. Me despierto a las dos, tres, o cuatro de la mañana y nunca vuelvo a dormir.
Durante los últimos veinte años, he leído Mateo 6:25–34 cientos de veces, ya que no sólo he luchado con la ansiedad, sino también con la vergüenza y pena por tener el problema en primer lugar. Allí, descubrí que Jesús se preocupa por nuestros corazones ansiosos. Y nos enseña cómo dirigir nuestras mentes y corazones para agradar a Dios.
Jesús cambia nuestro enfoque
Entendiendo los temores anidados profundamente dentro de la humanidad, Jesús comienza el discurso con un mandamiento directo, agregando luego un razonamiento que todos podamos entender.
“Por eso os digo, no os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué vestiréis. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que la ropa? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?” (Mateo 6:25–26)
Miremos hacia arriba. Hay quinientos millones de aves hambrientas volando por ahí. No siembran, siegan, ni recogen en graneros y aún así nuestro Padre en el cielo conoce su necesidad y alimenta a todas y cada una de ellas. Si Dios alimenta a los animales, que son esencialmente sus mascotas, ¿no nos alimentará a nosotros?
A nosotros, a quienes Dios creó a su imagen. A nosotros, a quienes Él diseñó para ser únicos entre las criaturas de esta tierra. A nosotros, dentro de quienes Él ha colocado su espíritu. Miremos hacia arriba y recordemos que Él se preocupa de nosotros y nos proveerá. Dios nos diseñó, nos conoce, y desea guiarnos a una vida fructífera y productiva.
Jesús cambia nuestro enfoque al “más” en la vida — lo que nuestros corazones desean. Hay un tipo diferente de vida que experimentamos en comunión con nuestro Creador que es sobrenatural. Allí es donde nuestras vidas se vuelven más que “alimento y ropa”
“¿Y quién de vosotros, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida?” (Mateo 6:27). Los minutos, las horas, los días, o incluso los años que gastamos estando ansiosos, se amontonan como un tiempo desperdiciado y robado. Las preocupaciones por cosas naturales relacionadas con nuestros cuerpos, nuestra salud, fondos de jubilación, la inminente carrera política, e ISIS son asuntos de Dios. Él se preocupará por ellas porque cuida de nosotros, y desea guiarnos a una vida fructífera y productiva.
Lo que nuestra preocupación dice sobre Dios
En Mateo 6:30, después de continuar probando el cuidado y amor de Dios, Jesús nos alerta sobre nuestra ansiedad diciendo, “Oh, hombres de poca fe”. La dura verdad es que cuando estamos ansiosos, demostramos falta de fe. No confiamos en Dios, y en lugar de eso tomamos control, creyendo de alguna forma que podemos cuidar mejor de nuestras vidas que Dios. Es como si dijéramos al Creador del universo, “No te necesito, porque tengo que arreglar esto” Luego, nuestros corazones y nuestras mentes hacen círculos y giran como hamsters en una rueda. Pero valemos más. Incluso cuando la situación parezca insoportable, podemos confiar en Dios.
Podemos acercarnos a Él con nuestras preocupaciones, incluso cuando nuestros corazones están intranquilos por nuestros matrimonios, hijos, empleos, la jubilación, la salud y así sucesivamente. Incluso cuando dudamos, podemos reconocer nuestro pecado. La fe recurre a Dios y acepta lo que se está dando, solicitándole que utilice cualquier circunstancia que enfrentemos para su bien y gloria, y para refinarnos a su imagen.
Practiquen el Cambio
Luego, casi al final del pasaje, Jesús nos llama a cambiar nuestros corazones cambiando el enfoque. “Pero buscad primero su reino y su justicia” (Mateo 6:33). Nos dice que pasemos nuestras mentes de las preocupaciones de esta vida a los problemas de mayor importancia, para cambiar nuestro enfoque a los valores eternos.
Respiremos. Confiemos. Transfiramos nuestra ansiedad a Dios y coloquemos nuestra preocupación donde debe estar: en las cosas de Dios.
Es difícil practicarlo, pero este es el camino a la vida sobrenatural. Cuando la mente está enfocada en lo que preocupa a Dios, las ansiedades se disipan, y Dios nos provee con lo que necesitamos.
Solía odiar el ser una persona ansiosa. Ahora no me importa tanto, porque en esos momentos cuando despierto con sudor frío a las dos o tres de la mañana, con mi mente agitada, con preocupaciones por dinero, por el futuro, con pensamientos que se desbordan por aquellos que dependen de mí, salgo girando de la cama y me pongo a orar de rodillas. Practico este cambio cada vez que mi ansiedad me golpea. Le pido a Dios transferir mis ansiedades por las cosas de este mundo a las cosas que le preocupan a Él.
Y allí en esos momentos peleo la batalla que Dios me ha llamado a pelear como hombre de Dios.