El mejor lugar para renunciar a la murmuración
¿Cuándo fue la última vez que nos detuvimos espontáneamente, volvimos nuestra atención hacia el cielo y dijimos: “Gracias”?
El compositor Andrew Peterson tiene una canción que explora una pregunta similar. La canción cataloga algunos de los buenos regalos de la vida: el amanecer, la belleza, la primavera, los niños, el amor, el perdón —y pregunta: “¿No quieres agradecer a alguien por esto?”.
Por supuesto que queremos. Pero si lo hacemos o no es otro asunto.
Peterson es perspicaz. Siempre hay cientos de razones y más para estar agradecido. Sin embargo, a menudo centramos nuestra atención en razones para no estar agradecidos. Entonces, en lugar de ser definido por la gratitud, el pueblo de Dios cede ante las murmuraciones, y nuestros pensamientos y palabras son tan descontentos como los del mundo incrédulo que nos rodea. Lo que necesitamos es una restauración regularmente programada de nuestras prioridades. Afortunadamente, la mañana del domingo llega una vez a la semana.
Combustible para la gratitud
Una pérdida de gratitud es una pérdida de visión. Ya conocemos el sentimiento: no podemos ver más allá de hoy o de nosotros mismos, y las cargas inmediatas son más de lo que podemos soportar. La semana es muy ajetreada, y nuestro mundo solo consiste en lo que está justo frente a nosotros. Pero luego llega el domingo.
El mejor lugar para abordar nuestra ingratitud es nuestra iglesia local. Esos servicios de adoración semanales —reuniones de los agradecidos— nos entrenan para ver las cosas correctamente.
¿Cómo se dirige la adoración a nuestra ingratitud? Si la falta de agradecimiento es el resultado de retraernos en espiral hacia nosotros mismos, entonces la adoración colectiva nos hace girar en la dirección opuesta:
- Oramos, levantando nuestros ojos hacia el que nos socorre (Salmo 121:1).
- Cantamos, mirando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe (Hebreos 12:2).
- Confesamos nuestros pecados, mirando hacia la cruz para ver la profundidad del amor del Padre (1 Juan 3:1).
- Escuchamos la Palabra, que nos llama a poner nuestra mira en las cosas de arriba (Colosenses 3:1-3, Salmo 119:15).
- Celebramos la Cena del Señor, donde vemos representado el evangelio (1 Corintios 11:23-26).
- Tenemos compañerismo, mirando a las necesidades e intereses de los demás (Filipenses 2:3).
En otras palabras, la adoración corporativa quita nuestros ojos de nosotros mismos y los vuelve hacia Jesús. Es una oportunidad para recordar lo que hemos recibido en Cristo. Y cuando contrastamos lo que hemos recibido con lo que merecemos, inevitablemente respondemos: “Gracias”.
Cada semana, al participar en la adoración, nuestros corazones se sintonizan para dar gracias en toda circunstancia (1 Tesalonicenses 5:18) y comenzamos a encontrar el combustible para la acción de gracias a nuestro alrededor.
Cuando los fieles son agradecidos
Cuando crecemos en gratitud, no somos los únicos que nos beneficiamos. El apóstol Pablo dice:
Haced todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo. (Filipenses 2:14-15, LBLA).
Una vida agradecida es una vida irresistible, y las personas agradecidas son una apologética viviente para la bondad de Dios. Romanos 1:21 describe a aquellos que no conocen a Dios como aquellos que “. . . ni le dieron gracias”. Una marca de aquellos que restringen la verdad es que no están agradecidos, y no saben quién merece su gratitud finalmente.
¿No debería haber un marcado contraste en las vidas de aquellos que sí conocen a Dios? ¿No deberían mostrar nuestras vidas una conciencia alegre y humilde de lo escandalosamente bueno que Dios ha sido con nosotros? Esto no es una llamada a la animada, suave y siempre sonriente positividad. Nadie se cree eso. Tampoco es un llamado a ignorar las realidades de la vida. Tenemos razones reales para la tristeza y experimentamos un dolor real.
En lugar de eso, se trata de un llamado a la gratitud asombrada y sobria —lo que G. K. Chesterton llama “felicidad duplicada por la maravilla”. En el mejor de los casos, nuestras vidas sirven como una invitación a que otros se pregunten, en palabras de Peterson: “¿No quieres agradecer a alguien por esto?”.
Queremos que el mundo conozca la respuesta a la pregunta de Pablo en 1 Corintios 4:7, cuando dice: “¿Qué tienes que no recibiste?” Los cristianos saben que la respuesta es nada. No traemos nada a la mesa excepto manos vacías que están abiertas a la misericordia de Dios.
Una dosis de suero de mañana del domingo
No podemos articular perfectamente nuestra gratitud por todo lo que Dios es y lo que ha hecho por nosotros. Y nuestras vidas nunca serán tan irresistibles como nos gustaría; nuestras quejas y murmuraciones salen a la superficie más fácilmente de lo que queremos.
Es por eso que necesitamos la mañana del domingo. Necesitamos desesperadamente levantar nuestros ojos juntos cada semana. Nuestros corazones requieren el recordatorio de lo que nuestro pecado merece y de cuánto Cristo ha hecho por nosotros.
Así que nos levantamos de la cama el domingo por la mañana, mientras el mundo duerme. Y mientras adoramos, al levantar los ojos para decir: “Gracias”, Dios seguramente nos otorgará la gracia que necesitamos para otra semana de amarlo, servirlo y depender de Él.