Fuerza para hoy, esperanza para el mañana
Aferrándose a Dios cuando la vida se desmorona
A veces parece que la vida se desmorona.
A veces se derrumba en un momento de tragedia. A veces se desliza lentamente entre tus dedos, como cuando tu salud se deteriora o tu matrimonio se estanca.
Desde que nuestros hijos gemelos nacieron hace seis años con una afección llamada miopatía nemalínica, me he familiarizado con la ansiedad, la impotencia y la sensación de desorientación al desmoronarme. Fue un sentimiento lento y gradual cuando los ultrasonidos revelaron progresivamente que algo no estaba bien con nuestros niños. Se sintió agudo y aplastante cuando escuché el pánico en la voz de mi esposa por teléfono. “Está sucediendo”, lloró. “¡Isaac se está muriendo!”
¿Qué esperanza, qué ayuda, qué gracia ofrece Dios que pueda mantenernos firmes cuando parece que la vida se está desmoronando? He descubierto que Dios mismo me mantiene firme mientras me aferro a lo que revela Su palabra sobre quién es y cómo trabaja para redimir a la gente caída en un mundo en pedazos. Uno de los lugares donde encuentro esta gracia es en la historia del Éxodo.
Dios ve nuestro sufrimiento
En Egipto, los israelitas fueron afligidos despiadadamente por la extenuante esclavitud laboral. Las circunstancias fuera de su control amargaron sus vidas (Éxodo 1:11-14). En su agonía, clamaron a Dios pidiendo alivio. En respuesta, “Oyó Dios su gemido, y se acordó Dios de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y Dios los tuvo en cuenta” (Éxodo 2:24-25, LBLA).
Dios oyó. Dios se acordó. Dios miró. Dios lo tuvo en cuenta.
Luego, desde la zarza ardiente, Dios le dijo a Moisés: “Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos. Y he descendido para librarlos” (Éxodo 3:7-8).
Dios vió. Dios escuchó. Dios fue consciente. Y Dios descendió para liberar.
Cuando parece que la vida se desmorona, es tentador creer que Dios está distante y no le interesa mi condición. Pero conocer el carácter de Dios es un consuelo profundo. Dios no solo es omnisciente, sino que es bueno, y está dispuesto y es capaz de liberar.
A menudo malinterpretamos nuestro dolor
Sin embargo, la primera vez que Moisés y Aarón se acercaron a Faraón con el mandamiento de Dios —“¡Deja ir a mi pueblo!”— el resultado no se parecía en nada a la liberación (Éxodo 5:1). En vez de liberar al pueblo de Dios, Faraón hizo su trabajo más duro y sus vidas aún más amargas (Éxodo 5:9).
Cuando su sufrimiento se intensificó, los israelitas malinterpretaron sus circunstancias como evidencia de la ausencia de Dios (Éxodo 5:20-21). Incluso Moisés estaba perplejo y “se volvió Moisés al Señor, y dijo: Oh Señor, ¿por qué has hecho mal a este pueblo? ¿Por qué me enviaste? Pues desde que vine a Faraón a hablar en tu nombre, él ha hecho mal a este pueblo, y tú no has hecho nada por librar a tu pueblo” (Éxodo 5:22-23).
Vayamos adelante varios capítulos. Cuando Dios finalmente sacó a Su pueblo de Egipto, le indicó a Moisés específicamente que regresara y acampara junto al mar (Éxodo 14:2). ¿Por qué Dios conduciría a Su pueblo a un rincón? Éxodo 14:4 dice: “Y yo endureceré el corazón de Faraón, y él los perseguirá; y yo seré glorificado por medio de Faraón y de todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy el Señor”. Era la intención de Dios mostrar su gloria a su pueblo al traer a Faraón contra ellos y librarlos en el último momento.
Pero Israel no estalló en alabanza anticipatoria y expectativa ansiosa de esta demostración de la gloria de Dios. Cuando vieron más de seiscientos carros del ejército más poderoso del mundo persiguiéndolos, el miedo se apoderó de sus corazones. Y una vez más interpretaron su situación como evidencia de que Dios quería hacerles daño:
Los hijos de Israel tuvieron mucho miedo y clamaron al Señor. Y dijeron a Moisés: ¿Acaso no había sepulcros en Egipto para que nos sacaras a morir en el desierto? ¿Por qué nos has tratado de esta manera, sacándonos de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: “Déjanos, para que sirvamos a los egipcios”? Porque mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto. (Éxodo 14:10-12).
Al igual que los israelitas, a menudo malinterpreto las dificultades de mi vida como evidencia de que Dios está contra mí. Tal pensamiento equivocado sobre Dios inevitablemente resulta en actitudes y acciones pecaminosas. Cuando mi vida se está desmoronando por fuera, la respuesta predeterminada de mi carne es desmoronarse por dentro. Ansiedad. Desesperación. Miedo. Enojo. Amargura. Tal como los israelitas, soy propenso a pensar pensamientos duros y amargos hacia Dios cuando no puedo ver una salida.
Dios siempre obra para nuestro bien
Las mismas circunstancias que Moisés y los hebreos dieron por entendido que significaban que Dios estaba obrando contra ellos, en realidad fueron aquellas en que Dios fue poderoso en su obra a favor de ellos. Él estaba sentando las bases para un monumento a su gloria que sería el gozo de su pueblo por generaciones.
Cuando Faraón aumentó su carga de trabajo e hizo sus vidas miserables, Dios estaba obrando. Cuando Moisés se quejó, Dios le respondió: “Ahora verás lo que haré a Faraón” (Éxodo 6:1).
Cuando el pueblo se rebelaba contra Dios en el Mar Rojo, no lograron ver que Dios estaba obrando en sus circunstancias, no simplemente a pesar de ellas. Y aunque impugnaron los motivos de Dios, recibieron esta palabra reconfortante:
“No temáis; estad firmes y ved la salvación que el Señor hará hoy por vosotros; porque los egipcios a quienes habéis visto hoy, no los volveréis a ver jamás. El Señor peleará por vosotros mientras vosotros os quedáis callados” (Éxodo 14:13-14).
Nunca puedo confiar en mi perspectiva finita, emocional y humana. Los mismos eventos que erróneamente interpreto que significan que mi vida se está desmoronando, probablemente son las bases que Dios está poniendo para otro monumento a la gloria de su gracia redentora.
A diferencia de mis sentimientos falibles, esta es una gracia confiable de Dios que me mantiene firme. Sé que es verdad porque mil quinientos años después del Éxodo, Dios no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros (Romanos 8:32). Los mismos discípulos de Jesús malinterpretaron la crucifixión de su Señor como si significara la muerte de sus sueños. Quizás si hubieran discernido este patrón en el carácter y los caminos de Dios —que Dios ama los rescates gloriosos— no habrían tardado tanto en creer que el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir antes de levantarse para gobernar y reinar (Lucas 24:25-27).
Así que, la próxima vez que sientas que tu vida se está desmoronando, no temas, mantente firme y prepárate para ver la salvación del Señor. Solo tienes que guardar silencio mientras Dios obra a tu favor. El Éxodo es un ejemplo y Jesús es la garantía de que Dios puede y obrará todas las cosas por el bien de quienes Lo aman.