Un día a la vez
Confiando en Dios con mi enfermedad incurable
Confiando en Dios con mi enfermedad incurable
Cuando estaba en la secundaria, mi madre comenzó a tener algunos síntomas extraños después de un grave accidente automovilístico. Se sentía mareada con facilidad, hasta el punto de que ya no podía conducir. Comenzó a perder el control sobre sus músculos. Pateaba sus piernas sin control, y experimentaba convulsiones constantes. Sabíamos que algo andaba mal, pero los doctores no podían descifrar qué era.
Finalmente, durante mi primer año de preparatoria, un neurólogo sugirió que ella volara a California para hacerse la prueba de una enfermedad neurológica particular llamada Enfermedad de Huntington (EH). Mis padres fueron juntos y llegaron los resultados. Ella tenía esta enfermedad neurológica incurable.
Dios me salvó a través de su enfermedad
Cuando oí el diagnóstico de mi madre, me deprimí de manera increíble y pasé muchas horas al día de mi primer año de preparatoria mirando pornografía. Deprimido y sin esperanza, me di cuenta de que ya no podía tratar de luchar solo a través de la vida. Sentí el vacío de mi vida.
Pero en mi punto más bajo, el Señor comenzó a despertarme lentamente. Empecé a ir con amigos a un estudio bíblico los miércoles por la noche. De una manera que nunca hubiera esperado, el Señor estaba usando la enfermedad de mi madre para atraerme hacia Él.
Pronto, me acerqué al pastor de jóvenes que dirigía el estudio bíblico, así como a los otros muchachos de preparatoria que asistían. Por primera vez en mi vida, comencé a leer la Biblia por mi cuenta e hice muchas preguntas acerca de ella. Continué por otros cinco años, todavía sin entregarme verdaderamente al Señor. No fue hasta que estaba en el segundo año de la universidad que puse toda mi confianza en el Señor y me convertí en una nueva creación.
La enfermedad de mi madre me despertó al Señor. Honestamente puedo decir que, si no fuera por esta enfermedad en mi familia, es posible que nunca hubiera llegado a la fe en Cristo. E incluso desde que me volví a Cristo (hace unos quince años), puedo ver cómo el Señor ha usado la enfermedad para seguir agudizando y purificando mi fe en Él. Creo con todo mi corazón que el Señor fue soberano sobre todas estas cosas. Incluso algo tan aparentemente “terrible” como una enfermedad incurable todavía es ordenado por nuestro Dios bueno, que hace que todas las cosas ayuden a bien a los que lo aman (Romanos 8:28).
Aún recuerdo a mi padre diciéndome que no había cura para esta enfermedad, y que mi madre seguiría empeorando hasta que muriera. Eso fue lo que pasó. Durante la preparatoria, ella estaba teniendo demasiados problemas como para quedarse con nosotros en casa, así que la pusimos en un centro de vida asistida. Unos años más tarde, cuando su enfermedad empeoró, la ingresaron en un asilo de ancianos. Estuvo en el asilo de ancianos durante unos años más, hasta que finalmente murió en enero de 2007, a la mitad de mi segundo año como misionero en China.
Probando para la enfermedad de Huntington
Cuando mi madre fue diagnosticada por primera vez con EH, nuestro padre nos dijo a mis hermanos y a mí que teníamos un 50% de probabilidad de contraer la enfermedad. Es genética. Sabiendo esto, planeé hacerme la prueba cuando el matrimonio estuviese próximo. Así que, cuando me comprometí en 2008, pensé que antes de que Lynne y yo nos casáramos, debía hacerme la prueba de EH, para que ella supiera todo antes de que hiciéramos nuestros votos. Conducimos con mi padre a Wichita para hacerme la prueba. Obtuve los resultados aproximadamente un mes después.
Antes de que el hombre que me mostró los resultados abriera el sobre, oré en voz alta desde Job 1:21 (LBLA): “El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor”. Oraba para que, incluso si resultaba positivo para la enfermedad, pudiera alabar al Señor por su bondad y sabiduría. Abrimos el sobre. Positivo.
Había temido ese día por muchos años. Siempre había sospechado que tenía EH, tratando de disminuir el golpe potencial si daba positivo. Pero en el fondo realmente había esperado no tenerlo. Cuando vimos los resultados, Lynne y yo lloramos juntos y oramos en medio de lágrimas.
Mi oración
Después de recibir el diagnóstico en 2009, oré por gozo. Oré para que no solo pudiera lidiar con la enfermedad, sino que pudiera regocijarme en la enfermedad. Oré por más confianza en esta parte del plan de Dios para mí. Desde entonces, he visto a Dios usar estas pruebas para edificar mi fe. Él deseó mostrar el poder del evangelio en mi vida, que a través de mi enfermedad su nombre de alguna manera pueda recibir gloria y honor.
El miedo sigue siendo una tentación constante. Mi condición podría comenzar a afectarme más en cualquier momento. Los síntomas aparecieron en mi madre a mediados de sus 30 años. Yo estoy ahora a mediados de mis 30 años. El propósito velado de Dios detrás de toda la incertidumbre y la espera a veces se sienten insoportables. Pablo escribe: “Fuimos abrumados sobremanera, más allá de nuestras fuerzas . . . a fin de que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Corintios 1:8-9).
La ED se llevó a mi madre, y puede llevarme a mí, pero no puede llevarse mi esperanza. Debido a mi enfermedad, ahora clamo constantemente al Señor por misericordia. Literalmente no puedo confiar en mi propia fuerza para sobrevivir. Si esperamos escapar de la constante desesperación y el miedo debilitante que a menudo viene con una enfermedad incurable —o con cualquier miedo en particular que enfrentamos— debemos confiar en que el Señor nos sostendrá y nos fortalecerá, día a día.