Deja que los momentos preciosos se vayan
Nos sentamos solos, sin un alma en millas alrededor. Desde una cresta en el acantilado, vimos el Lago Superior mientras las olas golpeaban contra la roca. Respiramos el aire fresco de la soledad. Recuerdo haber preguntado una y otra vez a mis amigos: ¿Debería grabarlo? ¿Qué sucede si ella quiere verlo más tarde? ¿Y si quiere mostrarlo a otros?
Solo yo, mi esposa y el Señor sabemos lo que se dijo ese día. Las sonrisas, las risas —la ardilla— el llanto. Cuando ella finalmente dijo que sí, solo la sonrisa de Dios y la mía se encontraron con la suya. Uno de los eventos más preciosos de nuestras vidas quedó sin grabar. Ese hermoso momento, plenamente disfrutado, se nos fue entre los dedos.
Cuando los momentos hermosos se nos van
Con solo tocar un botón, podemos hacer un memorial a nuestros hijos en su primer día de clases. Podemos grabar su risa en la rueda de la fortuna de nuestra primera cita. Podemos escuchar su broma cursi una y otra vez, viendo esa cara curtida una última vez con cada presionar de “reproducir”. La vida es un vapor, y Dios le ha dado a esta generación la capacidad de aferrarse como nunca a nuestra pequeña neblina.
Pero todos los buenos dones, manejados por el ser humano caído, pueden ser mal utilizados. La foto puede valorarse más que el momento que captura. ¿Quién no siente la presión de mantener el teléfono al alcance para captar los momentos especiales cuando llegan? La humanidad ha cambiado a Dios por imágenes que se asemejan al hombre mortal (Romanos 1:23). ¿Hemos cambiado además los momentos inestimables que Él nos da por imágenes que se asemejan a ellos? Cada uno de nosotros es tentado, como nadie lo fue antes, a transmitir en vivo nuestra vida, pero nos olvidamos de vivir.
Acaparadores de recuerdos
Por supuesto, disfruta de tomar recuerdos del pasado. Pero cuando el almacenamiento y el tomar fotografías se vuelve compulsivo, cuando comenzamos a vivir por el siguiente Instagram que podemos subir, cuando ya no podemos disfrutar de la belleza no-grabada, cuando nos convertimos en fotógrafos aficionados sin vacaciones ni días festivos, cuando llevamos un palo selfie como si fuera la licencia de conducir, entonces nos hemos convertido en acaparadores de recuerdos.
Nos perdemos de momentos preciosos, no porque no tengamos nuestros teléfonos, sino precisamente porque los tenemos. Al igual que los niños que envían mensajes de texto en la mesa, nos olvidamos de mirar los momentos especiales a los ojos. Ignoramos la primera toma de la vida en favor de una visualización posterior, intercambiando lo real por la réplica, y falsificando nuestro gozo al hacerlo.
Y nuestro uso de la cámara dice mucho. Creo que revela tres verdades cruciales acerca de nosotros.
1. Le tememos a la muerte
El acaparar los recuerdos revela lo que todos sabemos, pero rara vez consideramos: la vida es fugaz. El “estar hoy aquí, mañana desaparecer” nos aterroriza. Parece que fue ayer cuando asistimos a las fiestas de pijamas y jugamos afuera en el recreo.
Le tememos a la muerte, y este temor nos somete a una “esclavitud de por vida” (Hebreos 2:15). La tumba nos llama, las paredes se cierran, el miedo nos acecha mientras esperamos a la parca. Y mientras la sombra merodea en la oscuridad, intentamos exprimir de la cáscara la mayor cantidad posible de vida, mientras podamos.
Una forma en que intentamos hacer esto al acaparar recuerdos, es documentando cada momento que valga la pena recordar. Tratamos de mantener el portal abierto al pasado para poder viajar de ida y vuelta, comiendo lo mejor de la cosecha de ambas temporadas. La brevedad de la vida hace demasiado pequeño el disfrutar los momentos solo una vez.
Pero nuestro pánico es a menudo contraproducente. Nuestra filmación incesante a menudo interrumpe los mismos momentos que intentamos capturar. Para grabar a nuestros niños jugando, dejamos de jugar con nuestros hijos. Detenerse. Agarrar el teléfono. Seguir. A menudo esto inserta puntos en medio de la frase de la vida.
2. Buscamos la inmortalidad
Recientemente hablé con un hombre muerto. Él no había actualizado su perfil durante varios días, y hace una semana descubrí que había estado muerto todo ese tiempo. El incidente me pareció extraño. Bromas graciosas colgaban de su muro. Él sonreía en su foto del perfil. Su personalidad e imagen estaban en perfectas condiciones. El trabajo de su vida estaba a un clic de distancia. Él, como muchos de nosotros esperamos serlo, fue embalsamado en Internet. Aunque murió, vive.
Recolectar recuerdos, en su aspecto más relajado, es un intento de saborear el mejor vino que la vida ofrece. En el más frenético, es un intento por tener la inmortalidad. Si la ciencia no ha curado la muerte, al menos la tecnología puede prolongar nuestra imagen, nuestros pensamientos y nuestros nombres en la Red Mundial. Algunos de nosotros usamos nuestros teléfonos, no tanto como un portal al pasado, sino como una puerta a un público ilimitado. Como actores que tienen un papel demasiado pequeño para su gusto, pasamos toda una vida recorriendo las redes sociales, atrayendo tanta atención como sea posible, antes de ser obligados a hacer mutis por la derecha.
Anhelamos ser recordados. No somos bestias, que se contentan con vivir y morir anónimamente en el campo. Estamos hechos para vivir para siempre; Dios ha puesto la eternidad en nuestros corazones (Eclesiastés 3:11). Anhelamos el lugar donde los momentos notables no pueden ser robados. Pero en lugar de confiar en el que destruyó el poder de la muerte para liberarnos del temor (Hebreos 2:15), usamos el don de la tecnología dado por Dios para buscar lo que nunca ha ofrecido en realidad: la vida eterna. Escribimos frenéticamente nuestros nombres en las paredes del Titanic.
3. Hemos olvidado nuestra esperanza
Nuestras pilas de fotografías sugieren que incluso nosotros los cristianos nos aferramos a esta vida con uñas y dientes. Abrazamos lo adorable como si no esperáramos volver a verlo.
Aunque quizá no lo articulemos, podemos sentir temor de que se nos recuerde que este mundo no es nuestro hogar. Leemos la verdad de que “el mundo pasa” (1 Juan 2:17) secretamente entristecidos. Esto es comprensible. Este mundo es el único que hemos conocido. Todas nuestras alegrías han estado aquí. Nuestros amores han estado aquí. Pero la fe revierte la prioridad. “No poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Corintios 4:18, LBLA).
Mientras la página final del mundo da la vuelta, “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). Lo mejor, para nosotros, está por venir. No necesitamos dudar ni temer a nuestra inmortalidad. Los momentos más grandiosos aquí —los que nos obligan a agarrar nuestros teléfonos para contrabandear lo que podamos por un recuerdo— son, en su máximo valor, rumores de lo que está por venir.
La epopeya de la eternidad
Existe una gloria para el cristiano en permitir que los momentos preciosos, después de ser saboreados y deleitados, pasen sin lamentarse. No necesita guardar obsesivamente recuerdos y ponerlos en exhibición como lo hacen algunos con los animales salvajes. Eso no es lo más cerca que estaremos del cielo.
Para el hijo de Dios, todos los momentos preciosos que vale la pena contar aquí, se nos darán en la próxima vida. La historia de la Tierra será la epopeya del cielo. Los mejores momentos de esta era sabrán aún mejor en el nuevo mundo. “En la eternidad”, escribe Marilynne Robinson, “todo lo que ha pasado aquí será la epopeya del universo, la balada que cantarán en las calles”. Incluso ahora, miríadas de gloriosas criaturas celestiales escuchan con asombro (1 Pedro 1:12).
En la eternidad, Dios mismo la contará. Tomará eras y eras recorrer los capítulos de la Tierra, que contienen las inmensurables riquezas de Su bondad y misericordia hacia Su pueblo. Y cada uno de nosotros tendrá su parte para contar. El hilo de oro de Su amor firme se trazará a lo largo de todos nuestros pasados. El Calvario será nuestro estribillo. Reiremos por Su misericordia, lloraremos por Su compasión, nos alegraremos de Su triunfo, sonreiremos por momentos hermosos y nos gloriaremos en la plenitud a la que apuntaban todos ellos. Allí, la esencia de todo lo que nos complació aquí y ahora volverá a nosotros plenamente cuando Le veamos cara a cara.