La interrupción es una invitación de Dios
Jesús contó la historia del buen samaritano: un hombre va en su camino desde Jerusalén hacia Jericó cuando es asaltado, despojado de sus pertenencias, golpeado y abandonado medio muerto al lado del camino.
Tres personas se detienen. Primero, un sacerdote. Pasa por allí, finge no verlo y sigue de largo. Luego un levita, quien hace caso omiso del hombre (no salen muy bien parados los amigos religiosos). Por último, pasa un samaritano (el “enemigo” de los judíos), lo ayuda y se asegura de que quede a recuperarse en buenas manos. Solo el samaritano estuvo dispuesto a interrumpir su día.
En Vida en comunidad, Dietrich Bonhoeffer explica:
Debemos estar dispuestos a permitir que Dios nos interrumpa. Constantemente Él se cruzará en nuestro camino y cancelará nuestros proyectos humanos enviándonos personas que vienen con sus propios reclamos y peticiones. Puede que, absortos en nuestras importantes ocupaciones diarias, pasemos de largo […]. Es curioso que los cristianos e incluso los ministros con tanta frecuencia consideren que su trabajo es tan importante y urgente que no están dispuestos a permitir que nada los interrumpa. Con eso creen servir a Dios, pero al hacerlo en realidad desprecian el camino de Dios, que es torcido y aun así es recto.
Dios utiliza estos textos para generar convicción en mi vida cuando me veo dando prioridad a los planes del día a día en vez de a las personas, o poniendo mi agenda por encima de los “reclamos y peticiones” de los demás. Bonhoeffer señala que el sacerdote y el levita de la historia del buen samaritano no solo fracasan moralmente al no brindar ayuda donde es necesario, sino que tampoco ven la evidente señal de la cruz que Dios les ha puesto en el camino.
Una interrupción santa
¿Qué tal si aprendiéramos a experimentar las interrupciones de una forma distinta? ¿Y si en lugar de considerar que toda interrupción externa es enemiga de la productividad y la creatividad viéramos nuestra vida como un medio comunicativo para el beneficio de los demás? Si nos abrimos para abrazar una teología de la interrupción santa, eso podría marcar la llegada de la novedad, la revelación, la vida e historias que enriquezcan nuestro trabajo, oficio y vida de una forma que, de otra manera, simplemente no sería posible lograr.
Pueden que estén preguntándose si acaso Bonhoeffer pasa por alto el principio de la “priorización” y la práctica de planificar un horario. Sin prioridades nada se logra. ¿Qué pasa con la productividad? ¿Qué pasa con la preparación de los sermones? ¿Qué pasa con nuestras responsabilidades diarias? Obviamente estas cosas justifican la planificación rigurosa de nuestra rutina diaria. Después de todo, ¿no fue para esto que la iglesia primitiva designó diáconos?
El punto que le preocupa a Bonhoeffer no es tan extremo. Es bastante simple. El trabajo del cristiano es escuchar a Dios y preocuparse por lo que Dios dice por sobre todas las cosas, en todo momento. Para un pastor, esto se puede hacer de cientos de maneras diferentes, sin excluir una exégesis fidedigna y la preparación de sermones. Sin embargo, en el momento en el que hacemos de la prioridad el motivo principal de lo que hacemos y no dejamos lugar para que Dios nos interrumpa, debemos tener cuidado y detenernos para examinarnos. ¿Nos hemos vuelto tan ilusos, hemos quedado tan absortos en nosotros mismos, que realmente creemos ser buenos administradores de nuestro tiempo? ¿O la situación realmente amerita un trabajo sin interrupciones?
La verdadera productividad no tiene que ver con la firmeza de nuestro autocontrol o del control de nuestro tiempo, sino con desatar nuestro amor por los demás. Como dice Matt Perman: “Todas las prácticas de productividad, todo nuestro trabajo, todo nos es dado por Dios con el propósito de servir a los demás” (What´s Best Next). Si vemos nuestro trabajo como una tarea en la que nos aislamos de los demás y debemos evitar las interrupciones a toda costa, probablemente estemos actuando con una motivación equivocada y definitivamente estamos trabajando bajo una hipótesis incorrecta en cuanto al propósito de nuestra labor.
La teología de la desorganización
El punto de vista de Bonhoeffer es digno de cuidadosa consideración. Personalmente, veo que Dios usa de una forma coherente esos momentos interrumpidos de vida no solo para utilizarme como un canal para llevar su gracia a la vida de otras personas, sino también para moldearme y cambiarme y quizás para sacarme del camino bien transitado de las agendas y darme una mirada fresca de sí mismo a través de la vida de los demás. Esto también se aplica a todos los seguidores de Jesús, cualquiera sea su ambiente de trabajo.
Bonhoeffer le pide a cada cristiano que se detenga y dé lugar a las interrupciones, o que cultive una teología de la desorganización, por así decirlo. Esto beneficia tanto a quien interrumpe como a quien es interrumpido, porque es en esos momentos cuando Dios se revela de formas que, de lo contrario, tal vez jamás hubiésemos visto o experimentado. Dios erige en nuestro camino señales visibles de la cruz para nuestro beneficio y para demostrarnos que su reino está cerca y Él nos invita a ser parte de su obra.
Para aquellos de nosotros que trabajan en el campo creativo, tenemos el privilegio particular de entrelazar todas estas interacciones y experiencias para convertirlas en algo artístico y significativo por amor al prójimo. Rechazar esas interacciones en favor de la productividad es rechazar los mismos medios de amor al prójimo y hacernos totalmente improductivos.
La interrupción es una invitación de Dios. Dios nos invita a verlo en todas partes a nuestro alrededor, en la vida de los demás, en nuestras conversaciones, en nuestro servicio a los más necesitados. La interrupción no es simplemente una cuestión de que nuestro corazón desarrolle paciencia; es experimentar la verdadera vida. Es una de las maneras en que Dios nos despierta a lo que hay a nuestro alrededor, para ver que hay mucho más que hacer más allá de las tareas diarias autoimpuestas, por importantes que parezcan.
La interrupción es la forma en que Dios fortalece nuestro oficio y trabajo, y su manera gentil de alentar a sus criaturas a ser parte del reino que ha de venir.