Hospitalidad bajo presupuesto
Cuando pasas por delante de cosas gratis que la gente deja en la puerta de su casa, ¿te detienes a mirar, o lo ignoras totalmente?
Hace poco, mi esposo y yo aprovechamos un momento que no sucede a menudo (es decir, conseguimos una niñera), y salimos a andar en bicicleta. Paseábamos por las vecindades más exclusivas, señalando nuestras casas y jardines favoritos, cuando nos encontramos con un dispositivo extraño al lado de la calle.
No me sorprendí cuando mi esposo identificó instantáneamente lo que era, una tabla de inversión. Pedaleamos rápido a casa. Y mi esposo saltó de la bicicleta y subió a su camioneta modelo 99 (la misma que ha estado conduciendo desde que sacó su licencia hace trece años). Cargó el artilugio en la parte de atrás, y regresó para investigar cuánto valen esas tablas hoy día.
Un par de semanas después, bailaba por la casa agitando los 50 dólares que había ganado.
¿Cómo deberíamos gastarlo?
“¿Está mal querer más dinero?” Se preguntaba él en voz alta unas semanas antes.
“¿Cómo gastaríamos el dinero si lo tuviésemos?” Pregunté.
Luego de pensarlo, los dos acordamos, En hospitalidad.
Teníamos la oportunidad de practicar hospitalidad con una pareja que se acaba de mudar en frente, y ahora contábamos con cincuenta dólares más para gastar.
Debido a que ellos son de Iraq, no tienen ni familia ni muchos amigos aquí. Así que reunimos cerca de veinte amigos y los ayudamos a mudarse, cortamos su césped, y algunas cosas más. La madre solamente habla árabe, pero a medida que salían las palabras de su boca tiró un beso hacia el cielo. Supimos que estaba expresando gratitud por la ayuda.
Después proveímos de una comida, y nuestros vecinos nos sorprendieron también cuando ordenaron comida de Oriente Medio. Calenté en el horno las grandes raciones de pan de pita. Luego tostamos unos malvaviscos para la madre en el fogón, y enviamos a la gente a casa con la comida que sobró (lo cual significó que tendríamos que seguir cocinando durante el resto de la semana).
Amor por los extraños
La hospitalidad puede costar. Si este es el caso, ¿por qué practicarla?
Hace poco aprendí que la palabra en griego para hospitalidad es “philoxenia” que significa “amor hacia los extraños”. Y esto es exactamente lo que somos, extraños delante de Dios quien abrió las puertas de su hogar para nosotros:
En ese tiempo estabais separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener esperanza, y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo . . .Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios. (Efesios 2:12-13,19, LBLA).
Como Nancy DeMoss Wolgemuth escribe en su más reciente libro Adornada, “En el corazón del evangelio, en el corazón de la cruz, es el Señor Jesús quien abre sus brazos y dice, ‘quiero que vengas a casa conmigo’”.
Vale la pena el gasto
Mi esposo y yo estamos tomando pasos pequeños y temblorosos en amar a los extraños, con la esperanza de ver y mostrar mejor la magnificencia de la generosidad de Jesús. Y francamente, el gozo compensa con creces el dolor.
“¿No es raro que sienta tristeza por él?” me preguntó mi esposo el otro día acerca de alguien cuya cuenta de Instagram estaba llena de vacaciones exóticas una tras otra.
“No”, le respondí. “No cambiaría nuestra vida por la de él. A pesar de ser ordinaria, es muy emocionante”.
No puedo imaginarme otra manera de vivir que no sea la de abrir mi corazón y mi hogar a otros con este hombre frugal pero generoso a mi lado. Jesús tiene razón: una vida al revés trae el gozo más grande: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35)
La hospitalidad no siempre es glamurosa. Es un duro trabajo. Pero la hospitalidad, sea de bajo presupuesto o no, vale la pena.