Dios nos grita en nuestro dolor
Nací sin brazos.
Esa es la mejor manera de resumir mi historia. Al nacer entré al sufrimiento. Mi cuerpo físico es un letrero que anuncia mi dolor, el cual ha causado burlas, chistes crueles, miradas fijas y la sensación constante de que no soy como nadie más que conozca.
Nunca me he podido esconder. Muchos pueden enterrar su dolor, pero mi pena está escrita en mis dos mangas vacías. Esas mangas cuentan una historia sin que mi boca pronuncie una sola palabra. La pena casi me consume, pero Cristo me enseñó cuán grande es él en comparación con mis mangas vacías.
Antes pensaba que nacer sin brazos era lo más horrible que le podía pasar a una persona. Cristo me ha ayudado a decir que lo peor que me ha pasado, lo más doloroso, es a la vez lo mejor que me ha pasado.
Estoy agradecido por mi dolor. Toda la frustración que me ha sobrevenido ha dado el fruto de una abundancia que yo nunca hubiera podido generar por cuenta propia. Dios entró en mi historia y me cargó en la debilidad, dejando que probara su fuerza, gracia y amor de nuevas maneras. En mi dolor, él ha exaltado tantos de sus atributos.
El megáfono de Dios
Siempre he simpatizado con C.S. Lewis y su perspectiva del dolor. Lewis probó el dolor de maneras con las que pocos pueden sentirse identificados. A temprana edad perdió su madre, vio que su padre lo abandonaba emocionalmente, sufrió de una enfermedad respiratoria durante la adolescencia, luchó y fue herido en la Segunda Guerra Mundial y, por último, tuvo que enterrar a su amada esposa. Por todo eso, Lewis escribió acerca de todas sus penas en El problema del dolor. En esta obra escribió una de sus frases más famosas:
El dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, habla a nuestra consciencia, pero grita en nuestro dolor: el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo.
Percibimos el carácter de Dios de una forma más profunda en medio del sufrimiento. Nuestra autosuficiencia se descarapela y podemos ver lo débiles que en verdad somos. Es en ese momento de debilidad cuando, así como Dios le dice a Pablo en 2 Corintios 12:9, “mi poder se perfecciona en la debilidad”. Es en nuestro dolor cuando Dios permite que probemos su poder de una forma más profunda e íntima. Veo claramente la realidad de la afirmación de Lewis en mi vida. Dios me ha gritado a través de mi dolor y me ha recordado su verdad. Cuando las palabras de mofa cayeron a mi corazón como una avalancha, Dios me enseñó que solo sus palabras dan vida (Salmos 119:25). En mi quebranto, vi la fuerza verdadera de Dios mientras él me cargaba en sus brazos. Fue al ver mi identidad hecha añicos por ser un niño discapacitado cuando logré ver la belleza de ser un hijo comprado por sangre (Romanos 8:15). Dios usó mi dolor para escribir con claridad las lecciones de su gracia en mi corazón y volver mis afectos hacia él (Salmos 119:67).
Usa el megáfono de Dios para hablar a un mundo moribundo
Una de las realidades más interesantes del sufrimiento es que nuestro dolor personal también les habla a los que están en nuestro entorno. Nuestro dolor se convierte en el megáfono de Dios para un mundo que nos observa. El mundo se acerca al paciente que aunque padezca de cáncer tiene esperanza y paz. Los que están mirando se asombran al ver a los padres que se apegan a su Buen Padre mientras entierran a su hijo. Mis amigos se sorprenden de que pueda hacer caso omiso de las palabras aborrecibles que se dicen sobre mi discapacidad y concentrarme en lo que Dios dice de mí.
Nuestro dolor nos ofrece una plataforma. Entonces, la pregunta es: ¿Qué le estoy diciendo al mundo en medio de mi dolor? ¿Permito que mi fe sea el producto de mis circunstancias o es Dios bueno aunque no sean buenas mis circunstancias? El alcance de su carácter y de su gracia no cambia en el momento en que llega el sufrimiento. Al confiar en Dios aun durante las penas, permito que mi vida hable de una esperanza que va mucho más allá de lo que podemos ver o tocar.
Regocíjate en las pruebas
Tenemos el difícil llamado de 1 Pedro 1:6–7, donde se nos manda regocijarnos cuando estemos afligidos por diversas pruebas. ¿Por qué nos regocijamos? “Para que la prueba de su fe […] sea hallada digna de alabanza, gloria y honra en la revelación de Jesucristo.” Nuestra voluntad de sufrir con gozo para la gloria de Dios lleva en sí misma un testimonio de Dios que ninguno de nosotros podría expresar jamás. Señalamos un Dios glorioso que ofrece tesoros que ni la polilla ni el óxido pueden corromper (Mateo 6:19–20). Al sufrir y confiar, recibimos un consuelo único del Padre. En nuestro dolor, sabemos que Dios sigue reinando, sea que probemos consuelo o aflicción. Eso es lo que Pablo dice en 2 Corintios 1:3–6:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones. De esta manera, con la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios, también nosotros podemos consolar a los que están en cualquier tribulación. Porque de la manera que abundan a favor nuestro las aflicciones de Cristo, así abunda también nuestra consolación por el mismo Cristo. Pero si somos atribulados, lo es para el consuelo y la salvación de ustedes; o si somos consolados, es para la consolación de ustedes, la cual resulta en que perseveren bajo las mismas aflicciones que también nosotros padecemos. (RVA 2015)
Cristo nos consuela para que podamos compartir su consuelo con un mundo dolido. Nuestro dolor es el germen de un ministerio de consuelo por el cual podemos caminar. La gracia que él nos da tiene por finalidad manifestarse, no esconderse en nuestro silencio. Así como el dolor grita a un mundo dolido, que nuestras vidas siempre canten que Dios es glorioso aun cuando nuestras circunstancias no lo sean.