La discapacidad no es una sentencia de muerte
Recientemente se informó que Islandia está cerca de “erradicar” por completo los nacimientos con síndrome de Down. Esto no se logró a través de un tratamiento o una cura desarrollada recientemente. La razón de la disminución de bebés que nacen con síndrome de Down es el aborto.
Según CBS News, casi el 100% de las mujeres en Islandia que recibieron un examen prenatal positivo para el síndrome de Down optaron por abortar a sus hijos (lo cual se une a tasas de aborto extremadamente altas en otros países europeos).
Esta realidad me resulta devastadora. En varios lugares de nuestro mundo, no solo es legal, sino también socialmente aceptable e incluso se anima a que se acabe con una vida, en base a la posibilidad de que ese niño o niña tenga un problema de salud particular. La discapacidad no debe ser una sentencia de muerte. No importa cuántos legalicen o aprueben estos asesinatos, nos oponemos a las leyes, a las tendencias y a la cultura prevaleciente. Contamos una historia diferente y defendemos todas las vidas humanas, especialmente las vulnerables e indefensas.
Un regalo, no una carga
Era bastante joven cuando escuché por primera vez a alguien hablar negativamente sobre criar a un niño con una discapacidad. Después de absorber sus palabras, me di cuenta de que debía estar entre aquellos que se consideran particularmente difíciles de amar y aceptar, porque también tenía una discapacidad. Mi existencia era el peor de los casos que la mayoría de los padres esperaban nunca tener que enfrentar. Una y otra vez mis limitaciones hacían que alguna situación fuera incómoda o complicada, convenciéndome de que yo era el problema.
Muchos en el mundo piensan (e incluso dicen) que aquellos de nosotros que padecemos una enfermedad o discapacidad crónica somos menos valiosos. Con el aborto selectivo siendo cada vez más aceptable y la legalización del suicidio asistido en algunas áreas, los mensajes son cada vez más claros.
Nuestro mundo ha atravesado una línea muy gruesa y oscura entre trabajar para eliminar enfermedades en un esfuerzo por preservar vidas, a eliminar vidas en un esfuerzo por crear una sociedad libre de enfermedades. El conocido e inquietante coro nos dice que buscar una vida sin dolor a través de un mundo libre de enfermedades es lo que finalmente conseguirá la felicidad. La muerte se considera mejor que la discapacidad.
Pero el Evangelio quita la pintura que recubre esa mentira. Santiago nos dice que el sufrimiento que experimentamos en esta vida debe considerarse por sumo gozo (Santiago 1:2-4), y no debe evitarse a toda costa. Nuestras pruebas no están llenas de alegría porque se nos pida deleitarnos en experimentar el dolor, sino porque Dios a menudo usa el dolor para profundizar nuestro gozo y hacernos más como Él, aumentando nuestra fe y dependencia de Él a través de las dificultades y el sufrimiento.
Ya sea que suframos nuestra propia condición debilitante o cuidemos a niños que tienen una enfermedad o discapacidad, se nos promete que Él tiene un propósito más grande en mente de lo que podemos ver hoy, y que finalmente nos traerá un gozo más fuerte y pleno para siempre (2 Corintios 4:17).
Un llamado a proteger
Los seguidores de Cristo aprecian y protegen a los niños tal como Cristo lo hace. Cuando la gente trajo niños a Jesús, los discípulos los reprendieron injustamente y trataron de rechazarlos, pero Jesús, a su vez, reprendió a sus discípulos (Mateo 19:13-15). Él defendió y dio la bienvenida a los niños.
Cuando condonamos el acabar con la vida de un niño, como aquellos discípulos confrontando a Cristo, reprendemos a Dios. Él eligió traer a este niño al mundo. Cuando Jesús interactuó con aquellos en la sociedad a quienes nadie tocaría, Él demostró una y otra vez que cada ser humano es valioso. Cada niño tiene un valor incalculable, tengan o no una afección de salud. Toda persona merece que su vida sea protegida, especialmente si no puede protegerla él mismo.
Sus vidas son tan valiosas como cualquier otra, y tenemos la responsabilidad no solo de luchar por ellas, sino de celebrarlas. Nos oponemos enfáticamente a cualquier esfuerzo por acabar con las vidas de aquellos erróneamente considerados menos valiosos. Seguimos a Jesús hacia los más vulnerables y orientamos nuestras vidas e iglesias de una manera que acoge, ama, cuida, protege y se regocija en todos los niños y en cualquier individuo que pueda ser visto como “menos que” por la sociedad.
Conocemos el final de la historia
Dios nos promete que Él tiene un plan para erradicar cada discapacidad, enfermedad y cosa dolorosa que experimentamos en esta tierra (Apocalipsis 21:4). Pero el camino hacia esta sanidad perfecta y eterna es a través de la vida —a través de Cristo— no de la muerte. No somos responsables de nuestra propia sanidad. Nos rehusamos a acabar con la vida de preciosos seres humanos en un esfuerzo por escapar del peso de nuestras aflicciones temporales.
Nada de lo que experimentamos en esta tierra se desperdicia jamás —ni una onza de nuestra enfermedad o sufrimiento. Dios hace que todas las cosas ayuden para el bien de aquellos que lo aman (Romanos 8:28). Lo que experimentamos ahora no siempre nos hará sentir bien, pero sabemos que logrará el mayor bien de llevarnos hacia Él hasta que nos lleve a casa, donde experimentaremos la sanidad completa.
Por lo tanto, no hay necesidad de temer la discapacidad o la enfermedad —en nosotros o en nuestros preciosos niños. El Señor proveerá todo lo que necesitamos para cuidar de aquellos que Él confió a nuestro cuidado (Mateo 6:25-26). Él usará las vidas de todos sus hijos para dejar un profundo impacto en el mundo e iluminar una luz de su amor y cuidado por cada uno de nosotros. Podemos confiar en que Él llevará a cabo su propósito. Y cuando nuestra tarea esté completa, nos dará la bienvenida a casa de la misma manera en que Jesús amó y dio la bienvenida a los niños pequeños.