Que Vemos Cuando el Espíritu Reina: Amor
La respuesta al mensaje de la semana pasada fue variada. Cuanto más pensaba en las reacciones más sabía que tenía que expandirme en las cosas que dije. Por eso, pospondré el mensaje que había planeado dar sobre la segunda venida de Cristo para desarrollar más sobre la vida en el Espíritu.
Una señora, que no es Bautista, pero que nos había visitado, me llamó y me dijo que estaba enloquecida y contenta por lo que había oído. Una vez un hombre le había dicho: “Si se convierte en bautista va a poder hacer lo que quiera y no va a perder su salvación”. Ella sabía que era un punto de vista no bíblico de la seguridad eterna, porque Romanos 8:13 dice: “Si vivís conforme a la carne, habréis de morir”. Por eso, estaba sorprendida y contenta de oír, en una iglesia Bautista, un mensaje que argumentaba que no somos salvos si no continuamos en la fe y no experimentamos el poder del Espíritu Santo para vencer el pecado en nuestras vidas. Pero no le gustó cuando dije que la justificación depende de una vida de fe, porque ella creía que la justificación es instantánea al comienzo de la vida cristiana. Le dije que estaba de acuerdo, pero que no creía que una verdad excluyera a la otra. Eso necesita una explicación más a fondo.
Una segunda reacción fue la de un estudiante al irse: “Quisiera que describiera esa vida donde el Espíritu tiene el control y vence la ley del pecado y la muerte”. Y una tercera fue: “¿Puede darnos alguna ayuda práctica más de cómo experimentar la vida fortalecida por el Espíritu?" Por eso, esta mañana quiero dedicarme un poquito a satisfacer estas tres cuestiones: clarificar la manera en la que somos justificados; describir la vida que resulta cuando la ley del Espíritu nos libera de la ley del pecado y de la muerte (Romanos 8:2), y dar alguna guía práctica sobre cómo experimentar esta vida.
La manera en que somos justificados
El texto de la semana pasada era Romanos 8:1-2, y yo argumenté que la razón por la que los que son de Cristo Jesús no son “condenados” es que el Espíritu los ha liberado del poder del pecado y de la muerte. En otras palabras, la liberación de la condena depende de la obra del Espíritu en nuestras vidas, liberándonos del pecado.
Luego, comparamos Romanos 5:1 con esto, donde Pablo dice: “Hemos sido justificados por la fe”. Primero traté de mostrar, desde Romanos 4 y desde Santiago 2, que la fe que justifica no es simplemente un acto de fe sino una vida permanente de fe.
Y segundo, traté de mostrar, desde Gálatas 3:1-5, que donde sea que la fe en las promesas del evangelio se practique, allí el Espíritu Santo está obrando para vencer al pecado. El objetivo de estas observaciones era mostrar, en cambio, que hacer que la liberación de la condena dependa de la obra santificadora del Espíritu y hacer que dependa de una vida de fe no eran dos condiciones diferentes, sino solo una, debido a que el Espíritu obra solo por la fe. Por consiguiente, Romanos 5:1 y 8:1-2 realmente están diciendo lo mismo visto desde dos ángulos diferentes.
Pero, lo que no clarifiqué suficientemente fue cómo Romanos 5:1 puede tratar la justificación como un evento pasado, si en realidad depende de un proceso de santificación. Pablo dice: “Habiendo sido justificados por la fe, tengamos paz con Dios”. Creo que la señora que me llamó está en lo cierto. Dios justifica instantáneamente a cualquiera que pone su fe en Jesús. Romanos 5:9 dice: “Entonces, habiendo ahora sido justificados por su sangre, mucho más seremos salvos por medio de Él de la ira de Dios”. Y 1 Corintios 6:11 dice: “Fuisteis justificados en el nombre del Señor Jesucristo”.
Podría resultar extraño entonces que Pablo en Romanos 8:1-2 haga depender la justificación de la obra permanente del Espíritu en nuestra vida. Parecería extraño si la justificación fuera un evento pasado. Pero, en Mateo 12:36-37, Jesús dijo: “Y yo os digo que de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado”. De acuerdo a este texto, la “justificación” es la absolución que recibimos en el juicio final, en el futuro. El apóstol Pablo también entiende la justificación de la misma manera. Por ejemplo, en Gálatas 5:4-5, dice: “De Cristo os habéis separado, vosotros que procuráis ser justificados por la ley; de la gracia habéis caído. Pues nosotros, por medio del Espíritu, esperamos por la fe la esperanza de justicia”. En otras palabras, no traten de ser justificados por las obras de la ley, sino esperen por la fe, a través del Espíritu, recibir la justificación como un regalo de gracia. Es un regalo a esperar en el futuro.
Por lo tanto, lo que tenemos en la Escritura es una descripción de la justificación como un evento pasado y futuro. Esto no es tan extraño. Cuando volvemos a mirar toda la descripción, lo que vemos es esto: Hay un juicio que vendrá al final de los tiempos y lo que importa es si somos condenados o absueltos en el juicio. Por eso, es adecuado hablar de la justificación como algo futuro: es la frase “no culpable” lo que los creyentes oirán en ese día. Lo extraordinario del Nuevo Testamento, lo que separa el Cristianismo del Judaísmo, es la enseñanza de que el Mesías ya ha venido y que, en su muerte y resurrección Dios se ocupó del pecado tan decisivamente, que puede decirse que todos los que están en Cristo ya son justificados. No necesitamos esperar hasta el día del juicio para saber cómo Dios se predispone para con nosotros, porque tenemos ahora su palabra de promesa de que si confiamos en Cristo estamos absueltos.
Por lo tanto, cuando vemos las diferentes maneras en la que Pablo describe las condiciones para la justificación, aquí está lo que se hace evidente. Cuando se refiere al pasado, al acto instantáneo de justificación, describe la condición como un primer acto de fe salvadora. Pero, cuando se refiere a la experiencia de justificación futura o presente describe la condición como la vida de fe permanente o la obra transformadora del Espíritu. Creo que la razón por la que Pablo puede hacer esto sin ninguna inconsistencia, es que Dios solo justifica a aquellos en cuyo acto inicial de fe puede ver las semillas de todos los actos de fe subsecuentes. En otras palabras, cuando una persona ha oído el evangelio e inclina su cabeza para recibir por la fe a Cristo como Señor y Salvador, Dios no ve ese acto inicial de fe solo en sí mismo, sino, digamos, conteniendo e implicando la vida de fe que seguirá. La fe por la cual somos justificados inicialmente e instantáneamente es nuestro primer acto de fe salvadora, que luego prueba la devoción a Cristo por una vida vivida y fortalecida por el Espíritu Santo. Donde esta nueva vida no se sucede, aunque sea tal vez lenta y con retraso, podemos tener poca seguridad de que hemos sido justificados. Esto se confirmará más adelante, creo, cuando cambiemos a la segunda pregunta: ¿cómo es esta vida?
Cómo es la vida nueva
Quiero enfocarme en esto, 2 versículos más adelante del texto de la semana pasada, es decir, en Romanos 8:3-4: “Pues lo que no pudo hacer la ley, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado por la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”. El versículo 4 deja claro que Dios se encargó del pecado de la manera que lo hizo en la muerte de su Hijo para permitirle a la gente que cumpla con el justo requerimiento de la ley. Según el versículo 3, el principal problema con la ley es que no tenía el poder de vencer a la carne – nuestra vieja naturaleza pecadora. Sus enseñanzas y requerimientos no eran malos, pero, en general, eran inefectivos. La ley no creó la vida que ordenaba. Pero ahora, Dios ha creado una manera para que su pueblo cumpla con el requerimiento justo de la ley. Condenó el pecado, pagó el castigo por pecar y luego derramó su Espíritu en las vidas de aquellos que confían en Cristo, para que cuando caminen según el Espíritu cumplan el justo requerimiento de la ley.
¿Cuál es el justo requerimiento de la ley que cumplen los cristianos al caminar según el Espíritu? Lo cual es lo mismo que preguntar: ¿Cómo es la vida donde, como dice el versículo, la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte? Encuentro la respuesta en Romanos 13:8-10 donde Pablo dice:
No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama a su prójimo ha cumplido la ley. Porque esto: No cometerás adulterio, no matarás, no hurtarás, no codiciarás y cualquier otro mandamiento, en estas palabras se resume: ´Amarás a tu prójimo como a ti mismo´. El amor no hace mal al prójimo; por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley
Romanos 8:4 dice que aquellos que andan conforme al Espíritu cumplen el justo requerimiento de la ley. Romanos 13:8-10 dice que el amor es el cumplimiento de la ley. Por consiguiente, yo concluyo que el justo requerimiento de la ley es que amemos a nuestro prójimo y que la vida en la cual el Espíritu no ha liberado del poder del pecado, es una vida de amor.
Pablo sin duda había aprendido esto de Jesús. Ustedes recordarán, por ejemplo, que en Mateo 22:36-40 cuando los fariseos le preguntan a Jesús cuál es el gran mandamiento de la ley, Él dijo: ´Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente´. Este es el gran y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: ´Amarás a tu prójimo como a ti mismo´. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”.
Ama a Dios y ama a tu prójimo, todo lo demás en el Antiguo Testamento es explicación. Jesús dijo lo mismo, de una manera un poquito diferente, en Mateo 7:12: “Por eso, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, así también haced vosotros con ellos, porque esta es la ley y los profetas". Por consiguiente, podemos estar bastantes seguros de que cuando Pablo decía que aquellos que andan conforme al Espíritu cumplen el justo requerimiento de la ley, quería decir que ellos aman a Dios y aman al prójimo y esto es todo lo que la ley pretendía lograr.
Esto encaja perfectamente con la imagen que tenemos en Gálatas de cómo la ley, el Espíritu Santo, y el amor están relacionados, pero en Gálatas obtenemos alguna ayuda para contestar nuestra tercera pregunta: ¿Cuáles son algunas sugerencias prácticas de cómo experimentar esta vida donde el Espíritu Santo reina en amor? Veamos el capítulo 5.
Primero que todo, notamos en los versículos 13 y 14 que el amor cumple la ley: “Porque vosotros hermanos a libertad fuisteis llamados; solo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque toda la ley se cumple en esta sola palabra: ´Amarás a tu prójimo como a ti mismo´”. Luego leemos el muy conocido versículo 22: “El fruto del Espíritu es amor . . .”. Por lo tanto, como en Romanos, es por medio del Espíritu que obra en nosotros que se nos da la posibilidad de amar a nuestro prójimo y así cumplir con los requerimientos de la ley.
La conclusión de todo esto hasta aquí es que ahora podemos ser más específicos sobre el estilo de vida que un cristiano debe tener para ser absuelto en el juicio. Pablo dijo que aquellos que están unidos a Cristo no experimentarán “condenación”, porque el poder del Espíritu de vida los libera del poder del pecado y de la muerte. Ahora sabemos, por Romanos 8:4 y 13:10, Gálatas 5:14 y 22, que lo que el Espíritu produce mediante esta liberación del pecado es amor. Por consiguiente, la persona que no siente amor, que no ama a las personas en su camino cada día, a menos que cambie, no va a ser absuelta en el día del juicio. Santiago, el hermano de Jesús, escribió en su carta, capítulo 2, versículo 12-14: “Hablad y proceded como los que han de ser juzgados por la ley de la libertad. Porque el juicio será sin misericordia para el que no ha mostrado misericordia; la misericordia triunfa sobre el juicio”. Lo cual es solo una manera de decir lo que Jesús dijo en la parábola del sirviente que no perdonaba, donde fue cancelada la deuda del esclavo que debía al rey diez millones de dólares, y luego se fue y retorció el cuello de su amigo, que le debía dos dólares. El rey se enfureció al ver lo poco que su oferta de perdón había cambiado a su esclavo y lo envió a prisión. Y Jesús dijo: “Así también hará mi Padre con vosotros, si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos”.
Si no tenemos compasión y somos despiadados, guardamos resentimientos o planeamos venganza, entonces lo que estamos realmente diciéndole a Dios es: “Prefiero que la vida sea de esta manera”. Por lo tanto, en el día del juicio, Él nos dará lo que hemos preferido; si no hay misericordia no hay perdón, sino solo venganza. Si Cristo no nos ha cambiado (y no estoy hablando de perfección, sino solo de un cambio significativo), entonces probablemente nunca lo hemos conocido. Como dice 1 Juan 2:3: “En esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos”, lo cual está todo resumido en el mandamiento: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Maneras prácticas de vivir esta vida
La tercera y práctica pregunta sobre cómo convertirse en esa clase de persona se hace absolutamente crucial. Ya hemos visto que el amor es el fruto del Espíritu. Cuando uno recibe una ofensa, perdona y devuelve bien por mal, cuando se es paciente con el malhumorado, tierno con el débil y servicial con el necesitado, cuando se es agradable con desconocidos, cuando uno elimina la lujuria de su vida y con alegría da lo que no necesita a la misión de Dios en el mundo, entonces el Espíritu Santo está reinando en su vida. Pero, ya que es la obra de Dios la que produce esta vida en nosotros ¿hay algo que nosotros podamos hacer?
Ciertamente lo hay. Dios ha establecido que su obra soberana en nuestras vidas siempre acompañe a la fe. Esto queda claro de dos textos en Gálatas. Uno lo vimos la semana pasada, Gálatas 3:5: “Aquel que os suministra el Espíritu y hace milagros entre vosotros ¿lo hace por las obras de la ley o por el oír con fe?” El Espíritu llega y obra a través de la fe. Y esto implica que el amor que produce el Espíritu, lo produce a través de la fe. Y esto es justo lo que el otro versículo de Gálatas dice, precisamente, Gálatas 5:6: “En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada, sino la fe que obra por amor”.
Si todo lo que supiéramos fuese que el amor es el fruto del Espíritu Santo, sería difícil para nosotros saber cómo conectarnos con ese poder espiritual. Pero, ahora sabemos que el amor es también la consecuencia inevitable de la fe. Por eso, ahora sabemos cómo conectarnos con el poder de Dios y convertirnos en personas que aman. Es por la fe.
Permítanme cerrar con dos ejemplos de cómo la fe resulta en amor. Traten de sacarse la idea de que la fe es simplemente reconocer a Cristo como Salvador y Señor. Si así es como ven la fe, nunca van a entender Gálatas 5:6. La fe, según Hebreos 11:1 es “la certeza de lo que se espera”. La fe tiene que ver con el futuro. Uno tiene fe cuando cree que lo que Dios prometió para hoy se hará realidad hoy, y lo que Dios prometió para mañana y para la eternidad también se hará realidad. Esa es la clase de fe que siempre resultará en amor.
El primer ejemplo proviene de Hebreos 10:32-36. El autor recuerda a los lectores como alguna vez se amaron unos a otros y que fue lo que los motivó a hacerlo: “Recordad los días pasados, cuando después de haber sido iluminados, soportasteis una gran lucha de padecimientos, por una parte, siendo hechos un espectáculo público en oprobios y aflicciones y por otra siendo compañeros de los que eran tratados así. Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes”. Asegúrense que tienen esta imagen: algunos en la iglesia fueron encarcelados por su fe. ¿Qué hace el resto? ¿Abandonarlos, o alinearse con ellos y tenerles compasión? Ellos los amaban. ¿Cómo? ¿Por qué poder o convicción tenían el ímpetu de hacer eso cuando eso les costó sus bienes? La respuesta está allí, en la frase siguiente: “Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis para vosotros mismos una mejor y duradera posesión. Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene una gran recompensa”. ¿De dónde proviene este amor sacrificado? De la fe. De la confianza en la promesa de Dios, que no niega las cosas buenas a aquellos que caminan rectamente. Seguro, ellos pueden perder su tierra, sus muebles, ir a la cárcel o que les corten la cabeza. Pero Dios ha hablado y dicho que no negaría las cosas buenas – a aquellos que caminan rectamente. Suplirá todas sus necesidades según su riqueza en Cristo Jesús. Y ellos creyeron en la promesa de Dios y fueron liberados por amor, hasta la muerte. La fe en las promesas de Dios siempre resulta en amor.
Un ejemplo más. Pablo dijo en 1 Corintios 13 que el amor no lleva cuenta de los errores, el amor no alberga resentimientos, el amor no guarda rencor. ¿Están planeando vengarse de alguien? ¿Están pensando día tras días en el insulto que alguien les hizo recientemente? ¿Sienten rencor hacia el empleador que estuvo equivocado con ustedes? ¿Responden a la insensibilidad de sus esposos de la misma manera, ojo por ojo, diente por diente? Si es así, están caminando en la incredulidad. No están confiando en la promesa de Dios. Pues las Escrituras dicen en Romanos 12:19-20: “Amados míos, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: ´Mía es la venganza, yo pagaré´, dice el Señor. Pero si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber”. Dios ha prometido encargarse de los insultos y abusos que han soportado de una manera mucho más justa y total que lo que jamás podrían ustedes. Y Él ha dicho que esto implica no considerar la venganza como nuestra prerrogativa. Es la de Dios. Sea si amamos y perdonamos, si llevamos cuenta de los errores o si confiamos en la promesa de Dios.
¿Creen en Dios? ¿Creen que Dios no les negará las cosas buenas mientras caminen en la fe? ¿Creen que Él proveerá todo lo que necesitan? ¿Creen que enmendará todos los errores y los reivindicará ante todos sus enemigos? Les digo, si creyéramos esto se desencadenaría una oleada de amor en esta iglesia. No más resentimientos contra nadie, no importa lo que les hayan hecho. No más escapadas del servicio, sino una estampida de voluntarios. No más ser quisquilloso y mezquino sobre si está a nuestro alcance pagar el diezmo, sino desatar las compuertas de las riquezas en toda esta iglesia y en los campos que están listos para la cosecha. ¡Solo Dios sabe adónde puede ir esta iglesia, surfeando la marea del amor!
La fe es la victoria que derrota al mundo, porque la fe es el poder del espíritu de Dios obrando a través del amor.