La Ley No Anula la Promesa
Hermanos, hablo en términos humanos: un pacto, aunque sea humano, una vez ratificado nadie lo invalida ni le añade condiciones. Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. No dice: y a las descendencias, como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: y a tu descendencia, es decir, Cristo. Lo que digo es esto: La ley, que vino cuatrocientos treinta años más tarde, no invalida un pacto ratificado anteriormente por Dios, como para anular la promesa. Porque si la herencia depende de la ley, ya no depende de una promesa; pero Dios se la concedió a Abraham por medio de una promesa.
Teología y Práctica
Que tengan o no paciencia de prestar atención conmigo a Gálatas 3:15-18 durante media hora, depende en gran medida de la manera en que viven. Este texto no contiene nada práctico de manera directa. Está relacionado con el contenido teológico del pacto de Abraham y la relación histórica y teológica entre ese pacto y la ley de Moisés, que llegó cuatrocientos treinta años después. Si desarrollan sus vidas basándose en pastillas de energía espiritual, que les proporcionen una carga emocional inmediata y una guía práctica específica, entonces los próximos treinta minutos les van a resultar difíciles. Pero si viven la vida tratando de profundizar y comprender lo que Dios dice en las Escrituras, van a poder disfrutar de la teología de Pablo en estos versículos y procurar ampliar y corregir (si es necesario) el fundamento teológico de sus vidas.
Dije que este texto no es práctico en forma directa. Hay implicaciones profundas para la práctica, como veremos; pero conocerlas y experimentarlas requiere de un proceso de reflexión. Las implicaciones sobre lo que debemos ser y hacer, no residen en lo superficial. Pero espero y oro para que en Bethlehem no seamos tan inmaduros e impacientes de considerar inútiles estos textos. Espero que entendamos que, cuando textos como estos se arraigan en nuestro entendimiento, llegamos a ser como los árboles vigorosos que crecen al lado de los arroyos, cuyas hojas no se marchitan, a los cuales las falsas enseñanzas no los derriban y que siguen produciendo frutos cuando las plantas débiles se han secado.
No vivan por las obras de la Ley sino por fe en Cristo
Para entender lo que Pablo expone en Gálatas 3:15-18, tenemos que retroceder y seguir su línea de pensamiento, hasta este punto en el capítulo 3. Primero, en 3:1-5, Pablo deja bien en claro que tenemos que seguir ejecutando con precisión los mismos principios con los que dimos el golpe de salida. Si recibimos el Espíritu de Dios por medio de la fe en Cristo al principio, no mediante las obras según la ley, entonces la única manera de seguir recibiendo el poder del Espíritu es por medio de la fe, no por obrar según la ley. Algunos de los miembros de las iglesias de Galacia habían sido hechizados a creer que tenían que empezar la vida Cristiana a través de la fe, pero completarla mediante las obras. El Espíritu es algo así como un cohete acelerador para ayudarnos a seguir, pero luego nuestros propios motores empiezan a funcionar y la carne completa lo que el Espíritu empezó. Pablo dice: ¡No! Eso anula la gracia y deshonra a Cristo. No solo la justificación sino también la santificación se logran por medio de la fe, no por obras, para que nadie se gloríe
Segundo, en 3:6-9, Pablo reafirma sus ideas aún más dando el ejemplo de Abraham, al enseñar que la única manera de ser hijo de Abraham es por medio de la misma fe que él tuvo. La bendición que recibió Abraham les llega a quienes confían en las promesas de Dios, como hizo Abraham, y no a los que demuestran sus méritos obrando según la ley.
Tercero, en 3:10-14 Pablo dice lo mismo de un modo diferente. Dice que si alguien se involucra en las obras según la ley está bajo maldición (3:10). Cualquiera que tome el carril de gracia de la ley, por el cual la locomotora del Espíritu nos conduce a la gloria en el vagón de primera clase de la fe, y levanta ese carril para transformarlo en una escalera para subir al cielo mediante obras –entonces, la persona que hace eso con la ley de Dios, está bajo la propia maldición de la ley (2:18). Porque ese mal uso de la ley (legalismo) no se basa en la fe; la ley de Moisés enseñaba a tener fe y condenaba el orgullo por las obras. Aunque todos estamos bajo maldición por el pecado del orgullo, Cristo vino precisamente a redimirnos de la maldición de la ley (3:13). Se convirtió en maldición por nosotros. El resultado, en el versículo 14, es que en vez de una maldición heredamos la misma bendición de Abraham, es decir, recibimos el Espíritu cuando confiamos en Cristo.
En otras palabras, hasta ahora, en los tres párrafos del capítulo 3, el punto había sido que no se puede ser un cristiano completo y santificado, no se puede llegar a ser hijo de Abraham, no se puede gozar la promesa del Espíritu si se vive “obrando de acuerdo a la ley”, en vez de hacerlo por la fe en el Hijo de Dios (2:20). El esfuerzo puesto en observar la ley, como un medio de obligar a Dios o a los hombres para obtener la bendición, es una transgresión a la ley misma (2:18) y pone a la persona bajo la maldición de la ley (3:10). Por lo tanto, los judaizantes están equivocados al enseñarles a los gálatas cristianos a complementar la fe con obras según la ley; y en este libro, Pablo pone todo su esfuerzo en curar a los cristianos de ese legalismo fatal.
La objeción de los judaizantes y la respuesta de Pablo
Ahora bien, creo que en 3:15-18, Pablo se enfrenta con una posible objeción que los judaizantes tenían sobre su posición. Es posible que hayan dicho algo así: “Bueno Pablo, no estamos de acuerdo contigo respecto a Abraham, creemos que fueron sus obras lo que lo hicieron digno de la bendición prometida. Pero consideremos lo que tú señalas: que Abraham fue justificado por su fe. Tal vez esa era la manera en que Dios quería empezar la historia de Israel. Sin embargo, no hay manera de evadir el hecho de que, 430 años después de Abraham, Dios creyera necesario agregar a través de Moisés en el Monte Sinaí. Si la ley, con sus más de 600 mandamientos, no nos enseña que recibimos la herencia por las obras, ¿qué nos enseña? Cuando les decimos a los gálatas creyentes que comenzaron con fe, que luego tienen que completar su santificación obrando según la ley, estamos haciendo lo mismo que hizo Dios. Le dio a nuestra gente la promesa de Abraham, que, según lo que tú dices, recibieron por la fe, y luego le agregó la ley para dejar en claro cuál era nuestra parte en este proceso. El curso de la historia de la redención nos demuestra que nuestra herencia nos llega por obrar según la ley. ¿Por qué otra cosa más Dios habría agregado una ley 430 años después, sino para dejar bien en claro que debemos ir más allá de tu punto de vista con respecto a Abraham y esforzarnos para que podamos ganar nuestro derecho a la herencia?”.
En 3: 15-18, Pablo argumenta lo contrario a esta clase de pensamiento. Noten que el versículo 19 comienza: ¿Entonces para qué fue dada la ley? Esto confirma que en los versículos 15-18, Pablo echa por tierra la explicación de por qué fue dada la ley, es decir, la que sugirieron los judaizantes. Luego en los versículos 19 y siguientes, explica por qué él cree que se agregó la ley (ver el mensaje de la semana próxima). Pero en 3:15-18, el punto es negativo. No, están muy equivocados; no se agregó la ley para enseñarle a Israel una forma diferente de ganar la herencia. La ley (como dice 3:21) no es contra las promesas en absoluto. Veamos cómo lo explica Pablo.
Una analogía humana
En el versículo 15, Pablo comienza con una analogía: “Hermanos, hablo en términos humanos: un pacto, aunque sea humano, una vez ratificado nadie lo invalida ni le añade condiciones”. Por supuesto, a nosotros nos parece incorrecto porque podemos cambiar nuestro testamento y agregarle codicilos. Pero había leyes romanas, griegas y judías para las cuales está declaración habría sido muy precisa. Lo importante es que eran (y son) testamentos, disposiciones sobre la propiedad, acuerdos sobre herencias o juramentos, que no se podían cancelar o cambiar por medio de agregados. Pablo lo presenta como una ilustración, para que la ley mosaica no se interprete como una anulación o alteración de los términos del pacto de Abraham.
En el versículo 17 podemos ver la aplicación de la analogía: “Lo que digo es esto: La ley, que vino cuatrocientos treinta años más tarde (es decir, después de la promesa hecha a Abraham), no invalida un pacto ratificado anteriormente por Dios, como para anular la promesa”. Pablo está de acuerdo con los judaizantes en que fue Dios quien le hizo la promesa a Abraham y fue el mismo Dios quien les otorgó la ley a sus descendientes. Él está de acuerdo que tanto en el pacto abrahámico como en el mosaico se ofrece la bendición a Israel bajo ciertas condiciones (Génesis 12:1-3; Éxodo 20:24; Deuteronomio 7:12-13; 30:16-20). Pero Pablo no les va a permitir a los judaizantes que digan que él afirma que la manera en la que Dios ofrendó su bendición a Israel por medio de Abraham y la manera en que lo hizo a través de Moisés eran diferentes. Si en la ley Dios les dijera a los hombres que ganen su camino a la bendición por las obras, se invalidaría el pacto con Abraham. Si Dios agregara estipulaciones para que la gente pudiera suplementar su fe con el esfuerzo propio, se anula la promesa a Abraham. Pues los pactos de Dios con Abraham demostraban que la bendición divina se concede libremente solo a los que tienen fe (3:7-9) y no a los que tratan de ganarla obrando según la ley. Si él hubiera enseñado algo contrario a esto, su integridad hubiera estado en peligro.
La relación entre los pactos Abrahámico y Mosaico
¿Entonces, qué es la ley? Fundamentalmente, la ley es una reafirmación del pacto abrahámico aplicada a un estado nuevo dentro de la historia de la redención. No es una anulación o una alteración básica. En ambos pactos el único camino para lograr la bendición de Dios es confiar en él por su gracia. En los dos pactos la bendición final depende de una vida de fe, no de un simple acto de fe. O, para decirlo de otro modo: en ambos pactos la promesa de la bendición de Dios se recibe por la gracia mediante la fe; no se gana. Pero en los dos pactos, la fe salvadora repercute en el poder de Dios de tal manera, que el resultado es la obediencia. Esta obediencia es una prolongación tan necesaria de la fe salvadora, que en los dos pactos la obediencia a Dios es una condición para la salvación final. No “las obras legalistas”, sino “la obediencia de la fe”, mediante el poder que nos da el Espíritu.
Dejen que intente mostrarles que la obediencia a Dios es una condición para heredar la salvación, tanto en el pacto abrahámico como en el mosaico. En Génesis 22:16-18, Dios le dice a Abraham después que le mostró su obediencia al ofrecer a Isaac: “Por cuanto has hecho esto . . . multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo . . . y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido mi voz”. En Génesis 26:4-5, Dios le dice a Isaac: “Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo . . . y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque Abraham me obedeció y observó mi ordenanza, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes. En Génesis 18:19, Dios dice: “Porque yo lo he escogido (a Abraham) para que mande a sus hijos . . . que guarden el camino del Señor haciendo justicia, para que el Señor cumpla en Abraham todo lo que Él ha dicho acerca de él”. Está claro que el pacto con Abraham no era incondicional como muchos han dicho. La bendición final de Dios depende de la obediencia, pero no de las obras según la ley – obras que pretenden ganar la bendición de Dios. La obediencia de la cual depende la salvación es simplemente la forma de actuar de una persona que confía realmente en las promesas de Dios. Tal obediencia significa meramente vivir por fe en el poder y el amor de Dios.
Si la ley se originó 430 años después, es un error creer que cualquier cambio fundamental se hizo bajo las estipulaciones del pacto de Dios con Israel. Por supuesto, se creó un elaborado sistema de sacrificio que antes no existía. Pero básicamente los mandatos de la ley eran un resumen general de lo que sería la vida de fe en la teocracia. Sería un error terrible creer que lo que la ley mosaica enseñaba era contrario al pacto abrahámico y que era una especie de intervalo entre Abraham y Cristo, durante el cual Dios instruyó a los hombres para que trataran de ganar su salvación por medio de obras. Moisés mismo consideró la ley simplemente como una reafirmación de las condiciones del pacto abrahámico. En el Deuteronomio 7:12-13, él dice: “Porque escuchas estos decretos, y los guardas y los cumples, el Señor tu Dios guardará su pacto contigo y su misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará” (Ver 30:16-20; 8:18; 4:31). Para Moisés, el pacto llevado a cabo en el Monte Sinaí era una reafirmación y especificación detallada del pacto hecho con Abraham. La fe, que se evidencia en su fruto, era el requerimiento de ambos pactos (Éxodo 14:31; Números 14:11; 20:21; Deuteronomio 1:32). Pablo estaba completamente seguro al decir que la ley, que llegó 430 años después, no anuló o alteró básicamente el pacto ratificado con Abraham. Los dos concuerdan perfectamente.
Cristo, la descendencia singular
Quedan dos versículos para discernir: 16 y 18. Los dejé para el final porque creo que el versículo 16 es la clave para entender el versículo 18. Analicemos el versículo 16 primero; Es un versículo desconcertante: “Ahora bien, las promesas fueron hechas a Abraham y a su descendencia. No dice: 'y a las descendencias', como refiriéndose a muchas, sino más bien a una: 'y a tu descendencia', es decir, Cristo”. El punto principal de este versículo es que Cristo es la simiente o el descendiente de Abraham. Cristo tiene el derecho de ser llamado la descendencia (simiente) de Abraham por cuatro razones: 1) Es judío, en el estricto sentido físico, y puede relacionar su parentesco con Abraham. 2) Vivió una vida de fe, la cual, según 3:7, les da el derecho a algunos judíos, no a todos, de ser hijos de Abraham. 3) La muerte y resurrección de Cristo, como Hijo de Dios, significó la expiación de los pecados y el logro de todas las bendiciones prometidas a los descendientes de Abraham. 4) Solamente perteneciendo a Él puede cualquier judío o gentil convertirse en un verdadero hijo de Abraham y heredero de las promesas. Gálatas 3:29 dice: “Si sois de Cristo, entonces sois descendencia de Abraham, herederos según la promesa”. Por lo tanto, si nos convertimos en hijos de Abraham y herederos de la promesa al pertenecer a Cristo únicamente, es fácil darse cuenta porqué Pablo consideró a Cristo como descendencia final y decisiva, en quien se hicieron todas las promesas y quien aseguró ciertamente el cumplimiento de todas ellas para nuestro bien. La cuestión del versículo 16 es que la promesa de la herencia hecha a Abraham y su descendencia se cumple solo en Cristo, con su muerte y resurrección. Esto es muy importante para poder entender el versículo 18.
Antes de analizar el versículo 18, hay que aclarar que se justifica que Pablo diga que la palabra “descendencia” en el Antiguo Testamento, como está en singular (no plural), se puede considerar correspondiente a Cristo. Nos puede parecer extraño, porque sabemos que "descendencia" es una palabra relativa a un grupo de personas y se refiere a más de un individuo. ¿Cómo puede Pablo basar algo en su singularidad? ¿No es como decir que cuando uno se refiere al equipo de béisbol de los Twin, en vez de equipos, solamente puede haber una persona en el equipo (pues es una palabra singular)?
Hay dos observaciones que nos van a ayudar a conocer cómo pensaba Pablo. 1) Él sabía que la palabra descendencia (simiente) en su forma singular se refería a muchas personas. En Romanos 4:18; 9:7, usa el singular al referirse a muchos. No es un error ingenuo. Lo hace conscientemente. 2) En Génesis 21:12, la palabra “descendencia” no se refiere a todos los hijos de Abraham, sino a Isaac (no Ismael) por quien fue hecha la promesa: “Por Isaac será llamada tu descendencia”. Pablo cita esto en Romanos 9:7 y luego dice “Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como la simiente (o la descendencia)”. En otras palabras, cuando Génesis 21:12 se refiere a Isaac como la “descendencia” (simiente), no a Ismael, simplemente porque es hijo de la promesa, Pablo detecta un propósito divino de elección que culminaría en el Mesías. No significa atribuirle otro significado al texto del Antiguo Testamento. Pablo dice que cuando se entiende la palabra “descendencia” (o simiente) en el contexto del Antiguo Testamento (Génesis 21:12) y se considera que representa a una descendencia unificada y limitada, no a todos los descendientes de Abraham, y luego, de otra Escritura, se aprende que hay un Mesías que vendrá y será la descendencia de Abraham para cumplir las promesas, es adecuado decir que la promesa de Dios, hecha a una descendencia unificada y limitada de Abraham, debe de referirse a Cristo, de una manera especial y única. Desde la perspectiva de la última revelación de Pablo, la promesa a Abraham y a su descendencia con toda seguridad se cumplió solamente en Cristo, que murió (como dice 3:14) para que los gentiles recibieran la bendición de Abraham. Como dije antes, el punto principal del versículo 16 es que la herencia prometida (el Espíritu Santo, la salvación) se recibe solo por medio de Jesucristo. Él es la promesa sin la cual nadie puede lograr la herencia.
La herencia y la promesa de Cristo
Ahora podemos finalmente entender el versículo 18. En la primera mitad del versículo 18 no hay verbos y dudo que los verbos en tiempo presente, suministrados por la Nueva Versión Standard (y otras) sean lo mejor. Yo traduciría: “Si la herencia hubiera dependido de la ley, ya no hubiera dependido más de la promesa, pero Dios se la concedió a Abraham por medio de una promesa”. El versículo 16 fue escrito para ayudarnos a conocer la promesa a la que se refería el versículo 18, es decir, la promesa de Cristo. El versículo 18 quiere decir: “Si la herencia (la salvación) depende de la ley (meramente observando los mandamientos de Moisés) entonces la forma de salvarse no sería mediante el Cristo prometido. Si la herencia ya se hubiera logrado, no se habría necesitado a Cristo. Pero Dios le concedió la herencia (la salvación) a Abraham por medio de una promesa, es decir, el Cristo (como es evidente en el versículo 16).
Lo que se asemeja más a 2:21 es 3:18: “No hago nula la gracia de Dios, porque si la justicia viene por medio de la ley, entonces Cristo murió en vano”. Esto es lo mismo que decir: Si la herencia se hubiera basado en la observancia de la ley, entonces no se habría basado en el Cristo prometido y su venida a este mundo y su muerte habrían sido en vano.
En resumen, para concluir, los judaizantes parecen decir: “Bien Pablo, asumamos que Dios comenzó a tratar con Israel al hacer una promesa y convocarlos a la fe. No puedes negar que después de 430 años era necesario establecer la ley para Israel. Hay que asumir que lo más natural, aún cuando uno comience con fe en una promesa, tiene que realizarse y perfeccionarse poniendo su voluntad y su esfuerzo en observar la ley y mostrarse digno de la herencia prometida. Por lo tanto, Pablo, simplemente estamos tratando de que tus conversos pongan en práctica en sus vidas lo que Dios hizo en la historia de la redención: empezar con la fe puesta en la promesa, pero luego agregar sus obras a las de Dios al observar la ley para llegar a ser dignos de la bendición. Habiendo comenzado por el Espíritu, debes concluir por la carne”.
La respuesta de Pablo, en Gálatas 3:15-18, es ésta: (v.15) Entre Dios y los hombres hay pactos inalterables. Dios hizo un pacto con Abraham y su descendencia. El pacto era que la herencia de salvación la recibiría la simiente, que es fundamentalmente el Cristo y los que permanecen en Él, no todos los descendientes de Abraham. ¡No hay herencia sin Cristo! Dada la naturaleza de Dios y su pacto, ninguna estipulación posterior podía anularlo o invalidar la promesa. Por consiguiente, (v. 17) en la ley (que fue dada 430 años después) Dios no está poniendo la herencia sobre una nueva base. Él no dice: “Antes les enseñé a que confiaran en mí, ahora les enseño a trabajar para mí; antes les enseñé a confiar en la gracia, ahora les enseño a ganarse el mérito; antes les enseñé a alabarme siendo como niños; ahora les enseño a alabarse a sí mismos a través del legalismo”. ¡NO! Dios no contradice su pacto de esta manera. No encomienda maneras opuestas de salvación. Si Dios hubiera establecido la herencia sobre otras condiciones y enseñado a ganarse la salvación, se habría opuesto a la promesa, anulado la gracia, promovido el orgullo y eliminado la piedra de tropiezo de la cruz. La ley es santa, justa y buena, no nos enseña a participar de la herejía gálata, el legalismo. Nos enseña la obediencia que viene de la fe y que sitúa al pacto abrahámico en una nueva etapa de la historia redentora.