El pacto de Abraham
En el principio, Dios el Padre, mediante la gestión de Su Hijo eterno, creó, por la palabra de su mandamiento, de la nada todo lo que existe y que no es Dios; y en cada momento Él sustenta en existencia todas las cosas mediante esa misma palabra de poder, de modo que todo lo que llega a existir es Su creación particular. Por tanto, Dios posee todas las cosas, tiene un propósito para todas las cosas, y de Él dependen absolutamente todas las cosas. Como dueño del mundo, Él tiene el derecho de hacer con nosotros como le plazca. Y a Él le place el cumplimiento de Su propósito de llenar la tierra con el conocimiento de Su gloria. Por tanto, la vocación a tiempo completo de todas las criaturas de Dios debiera ser glorificarle reconociendo Su señorío y viviendo en una total dependencia (como niños) de Su misericordia para darnos todo lo que es bueno para nosotros.
Pero, en Génesis 3, se cuenta la historia de cómo nuestros primeros padres se enamoraron de la posibilidad de no descansar en la misericordiosa provisión de Dios, de no vivir para Su gloria, y de no hacer avanzar Su propósito en la creación. Seducidos por Satanás, eligieron más bien rechazar el amoroso consejo de Dios y comer del árbol del conocimiento del bien y del mal y volverse como Dios. Tan pronto como el hombre cayó en este pecado así comenzó a parecer desagradable, incómoda, insatisfactoria la dependencia como niños en el Padre celestial. Y la Caída fue completa cuando el deseo humano de gobernar su propia vida y promover su propia gloria se volvió tan fuerte que el hombre despreció la sabiduría y poder y amor divinos al rechazar la provisión de vida abundante de Dios. Y con Adán cayó toda la raza humana.
Todos vinimos al mundo con una naturaleza que tiende a pecar. Desde el amanecer de la historia humana, a través de todas las generaciones, la esencia del pecado ha sido la auto-confianza y la auto-exaltación. No son solo los atroces crímenes del hombre los que inflaman la justa ira de Dios, sino el robo de la gloria de Dios en la aparentemente inocente auto-deificación detrás de esos crímenes. Por tanto, hay una terrible enemistad entre el hombre en su condición natural, y Dios. El corazón natural no se someterá a Dios (Romanos 8:7), sino que buscará su propia gloria (Juan 5:44) y, por tanto, resistirá profundamente el llamado de Dios a regresar y volvernos como niños y entrar al reino (Mateo 18:3). Y, desde la perspectiva de Dios, Su justicia no le permitirá ser indiferente a la difamación de Su gloria, pues Él dice: "¿cómo podría ser profanado mi nombre? Mi gloria, pues, no la daré a otro" (Isaías 48:11). De ahí el terrible abismo y enemistad entre los hombres caídos y el santo Dios. Y de ahí el desamparo de la humanidad bajo la justa condenación de Dios.
Un hombre mediante el cual bendecir al mundo
Y ahora llegamos a un punto en la historia que demostrará ser tremendamente importante como para moldear el curso del mundo, tanto en esta era como en la era venidera. Pero, como muchas de las acciones tamaño semilla de mostaza de Dios, es oscura y aparentemente insignificante. Es el tipo de acción que nadie hubiera pensado de quien quisiera redimir el mundo, reclamar a la creación de la maldición del pecado y llenar la tierra con la gloria de Dios. Dios centra Su atención en un hombre, Abram, un adorador de dioses falsos (Josué 24:2, 3) en la tierra de Ur, y le dice, con implicaciones de un largo alcance increíble: "Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga, maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra" (Génesis 12:1-3). Con una gracia completamente soberana, Dios viene a este idólatra inmerecedor y le dice, con autoridad creadora de vida: "Te bendeciré, y mediante ti bendeciré a todo el mundo". Y así comienza la historia del pueblo de Israel.
Para ver cuán sorprendente es este comienzo, compárelo con lo que pudo haber sido. Por ejemplo, ¿por qué no envió Dios a Cristo al mundo para morir por el pecado y resucitar de nuevo en Génesis 12, en lugar de soportar 2000 años de una relación estilo montaña rusa con la apostasía y arrepentimiento vacilantes de Israel? ¿Por qué no envió Dios la Gran Comisión a todas las naciones en lugar de lidiar casi solo con Israel durante dos milenios? Hago estas preguntas solo para que la libertad misteriosa de Dios nos impacte. Recuerde, Él no está siguiendo el guión de otra persona. ¡Él escribió el libro! Él pudo haber diseñado la historia redentora de cualquier modo que quisiera. Y, contrario a todas las expectativas humanas, por sus propios propósitos sabios, Dios envió Su favor a un solo hombre, Abram, y comenzó una sorprendente historia de 2000 años que, en la plenitud de su tiempo, daría lugar a Jesucristo, el Redentor para todo el mundo.
Lo más importante que quiero mostrarles en esta mañana es que la relación de 4000 años de Dios con Abraham es de inmensa importancia para nuestra vida como creyentes hoy. Todo lo escrito sobre Abraham "para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza" (Romanos 15:4). Para lograrlo, he hecho tres preguntas con relación al pacto que Dios hizo con Abraham. 1) ¿Cuáles fueron las promesas hechas a Él en este pacto? 2) ¿Qué condiciones tenían que satisfacerse si debían cumplirse estas promesas? 3) ¿Quiénes son los herederos de esta promesa hoy? Trataré de responderlas desde la Escritura y mostrar que las respuestas debieran hacerles muy felices de seguir a Cristo en la obediencia de la fe.
Las promesas hechas a Abraham
Primero, ¿qué promesas hizo Dios a Abraham? Encuentro útil agrupar las promesas en tres categorías. Primero, Dios promete una gran posteridad (es por esto que el nombre de Abram fue cambiado a Abraham en Génesis 17:5); será numerosa, tendrá una tierra toda suya. Génesis 12:2-3: "Haré de ti una nación grande. . . y engrandeceré tu nombre". Génesis 15:5: "Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. . . Así será tu descendencia" (vea 13:16; 18:18). Génesis 13:14 "Alza ahora los ojos y mira desde el lugar donde estás hacia el norte, el sur, el oriente y el occidente, pues toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre". Génesis 15:18: "A tu descendencia he dado esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Eufrates" (vea 12:7; 15:7; 17:8). Ése es el primer grupo de promesas: una gran posteridad y una tierra donde morar.
El segundo grupo de promesas es más general y va más allá de la posteridad y la tierra. En Génesis 15:6 dice: "Y Abram creyó en el Señor, y El se lo reconoció por justicia". Dios justifica a Abram por su fe, y la justificación es un acto de Dios lleno de promesas. Desde que Dios eligió a este arameo impío y le prometió convertirle en una gran nación (Génesis 12:1-3), Abram había permanecido sin hijos. La promesa parecía sin esperanza (Génesis 15:2). Pero Dios, quien se deleita en hacer lo humanamente imposible, le dice en Génesis 15:4, 5: "Tu heredero no será éste, sino uno que saldrá de tus entrañas, él será tu heredero. . . Ahora mira al cielo y cuenta las estrellas, si te es posible contarlas. . . Así será tu descendencia". Dios actuará a favor de Abraham. Por tanto, Abraham mira más allá de sí mismo (en un gran revés para el pecado de Adán) y confía que Dios mantendrá Su palabra. El acto de fe honra de tal forma la gloria de la dignidad y el poder y la misericordia de Dios, que Dios responde con el don incomparable de la justificación: declara que Abraham es justo ante Él. No declara que Abraham nunca pecará de nuevo. Lo hará. Pero ahora ha sido perdonado de todos sus pecados, pasados y futuros, en el sentido de que Dios no le traerá a condenación por ellos (vea Romanos 4:1-8).
Pero si ahora no hay condenación para Abraham debido a Su justificación gratuita por fe, entonces podemos ver claramente que Génesis 15:6 está lleno de* promesas. Dios reconoció su fe como justicia*, significa que Dios no está en Su contra, sino a favor de él por el resto de su vida y por toda la eternidad. Dios expresa a Abraham esta exhilarante verdad en Génesis 17:7 prometiendo que será su Dios. "Y estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia después de ti. . . . de ser Dios tuyo y de toda tu descendencia después de ti”. Si Dios es nuestro Dios, Él obrará para nosotros con todo Su poder, y por tanto, la justificación por fe en Abraham es una promesa de que Dios será para él, será su Dios y obrará a su favor con gran misericordia y fidelidad. Ésto es cierto tanto en esta era caída como en la era por venir.
Por ejemplo, casi al final de su vida, Abraham envió a su sirviente de vuelta a la tierra de su nacimiento para encontrar una esposa de entre su pueblo para su hijo Isaac. Cuando Dios guió al siervo directo hasta Rebeca, y mostró su gracia, el siervo se inclina y adora a Dios. Entonces dice, en Génesis 24:27: "Bendito sea el Señor, Dios de mi señor Abraham, que no ha dejado de mostrar su misericordia y su verdad hacia mi señor". En otras palabras, cuando Dios reconoció la fe de Abraham como justicia, le perdonó todos sus pecados y se encargó de perseguirlo con bondad y misericordia todos sus días.
Ésa es una gran promesa. Pero no es todo. Si Dios es un Dios eterno y todo Su poder está a disposición de Su amor por Abraham, entonces ciertamente esto implica la promesa de resurrección y de gozo eterno con Dios. Los saduceos en los días de Jesús no creían en la resurrección. Un día, cuestionaron a Jesús sobre este asunto, y Él responde en Mateo 22:31s: "Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: “Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob”? El no es Dios de muertos, sino de vivos". La idea de esa cita de Éxodo 3:15 ("Yo soy el Dios de Abraham. . . ") es que cuando el Creador eterno, Todopoderoso es Dios para nosotros, la muerte no podrá destruir nuestra relación con Él. Por tanto, la justificación por fe de Dios a Abraham está llena de promesas: significa que Abraham es perdonado y liberado de la condenación, y que Dios es su Dios y obrará para él y le bendecirá en esta era y le dará vida eterna en la era venidera. Dios es su escudo y gran recompensa (Génesis 15:1). Ése es el segundo grupo de promesas a Abraham.
El tercer grupo se resume a esto: toda esta bendición prometida a Abraham será disfrutada un día por todas las familias de la tierra. El propósito de Dios es bendecir al mundo con las bendiciones de Abraham. Él será un conducto de la bendición de Dios, no un callejón sin salida. Génesis 12:2, 3: "y te bendeciré,... y serás bendición. . . Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra" (vea 18:18; 22:18). Por tanto, aunque Dios ha comenzado su proceso redentor, reclamador con un solo individuo, Él tiene en mente al mundo entero. Tiene un plan, un propósito claro para los siglos, y llega incluso hasta nosotros, como veremos en un momento.
Las condiciones de las promesas
Pero antes de eso, la segunda pregunta que necesitamos responder es: ¿cuáles son las condiciones para las promesas a Abraham? Hay bastante confusión sobre este asunto, sobre si el pacto abrahámico es condicional o no. Pero la confusión no es necesaria y surge de una falsa suposición, a saber, que si un pacto es condicional no puede ser de seguro cumplimiento. O, para ponerlo de otro modo, si una persona debe satisfacer ciertas condiciones a fin de beneficiarse de las promesas de Dios, entonces el cumplimiento de esas promesas no puede ser irrevocable y seguro. Pero éso no es cierto. Es una falsa suposición basada de lleno en la convicción de que el hombre es autónomo y auto-determinante. Pero si, como dice Ezequiel 26:27, Dios pone su Espíritu en el hombre y le hace caminar en Sus estatutos (y además cumple las condiciones del pacto), entonces una promesa puede ser tanto condicional como segura en su cumplimiento. Si Dios se compromete en obrar de modo que Abraham cumpla las condiciones de las promesas del pacto, entonces no hay inconsistencia en decir que las promesas son ciertas, firmes, irrevocables, y condicionales.
Ésto es exactamente lo que encontramos en Génesis. Primero, en Génesis 12:1-3 y 15:4-5, las promesas son hechas sin que se mencione las condiciones. Parecen ser absolutas y seguras en su cumplimiento. Pero en Génesis 22:16-18, leemos que el cumplimiento de las promesas es condicional obre la obediencia de Abraham. Él acababa de obedecer a Dios al ofrecerle a Isaac en el altar. El ángel del Señor detuvo su mano y dijo: "Por mí mismo he jurado, declara el Señor, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, de cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. Y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido mi voz”. Las promesas serán cumplidas porque Abraham obedeció a Dios. Por tanto, el cumplimiento de las promesas era condicional a la obediencia de Abraham.
Otro texto crucial en este sentido es Génesis 18:19, donde Dios dice: "yo lo he escogido [a Abraham] para que mande a sus hijos y a su casa después de él que guarden el camino del Señor, haciendo justicia y juicio, para que el Señor cumpla en Abraham todo lo que El ha dicho acerca de él". Si las promesas hechas a Abraham y a su simiente deben cumplirse, entonces su casa debe guardar el camino del Señor. Las promesas son condicionales. Pero no son inciertas. Fueron declaradas absolutamente en Génesis 12:1-3 y 15:4, 5. Y aquí, en Génesis 18:19, el énfasis es que Dios eligió a Abraham para que mandara en su casa de tal modo que la casa de Abraham cumplieran las condiciones de las promesas. Las promesas son tanto condicionales como seguras.
Y nadie debiera saltar a la conclusión de que esto hace que el pacto de Abraham sea un pacto de obras. Las obras son acciones efectuadas por la auto-confianza, para ganar el favor de Dios al mostrar los méritos propios. Pero la obediencia que Abraham tenía (aunque no era perfecta), era el resultado inevitable de su fe en la promesa de gracia de Dios. Él obedeció a Dios y le ofreció su único hijo Isaac en el altar, no para ganar el favor de Dios, sino porque estaba tan seguro de que, a pesar de todo, era segura la promesa de Dios de darle posteridad mediante Isaac (Génesis 21:12; Hebreos 11:17-19). La obediencia es el resultado necesario de confiar verdaderamente en las promesas de Dios y, por tanto, la obediencia se convierte en una condición para heredar las promesas de Dios que son otorgadas por gracia mediante la fe. Esto significa que el pacto de Abraham es como el nuevo pacto en que vivimos. Porque también es condicional, no se basa en obras, sino en la obediencia de la fe. Juan 3:36 dice: "el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él"; y Hebreos 15:9: "[Cristo] vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen". El pacto de Abraham y el nuevo pacto bajo el que vivimos hoy, son un pacto de gracia, porque en ambos son hechas promesas de gracia a pecadores que las recibieron mediante la fe, una fe que confía tan completamente en la sabiduría y poder y amor de Dios que obedece inevitablemente Sus mandamientos.
Los herederos de las promesas
Y esto nos trae, finalmente, a la pregunta: ¿Quiénes son los herederos de las promesas hechas y a su simiente? ¿Quiénes son los beneficiarios de las promesas de Abraham? En Génesis 17:4, Dios dice: "En cuanto a mí, he aquí, mi pacto es contigo, y serás padre de multitud de naciones". Esto parece decir que la simiente de Abraham no estará restringida a la nación judía. Él será padre de descendientes que pertenecerán a muchas naciones (vea Romanos 4:17). Este es, probablemente, el modo en que se cumplirá Génesis 12:3: "En ti serán benditas todas las naciones" (vea Gálatas 3:8). En otras palabras, la simiente de Abraham heredará su bendición (Génesis 17:7); la simiente incluirá muchas naciones (Génesis 17:4); y por tanto, muchas naciones o familias serán bendecidas mediante Abraham (Génesis 12:3); muchas naciones serán herederas de sus promesas.
Cuando vamos al Nuevo Testamento, hay algunos detalles ocultos en el Antiguo Testamento que se vuelven muy claros. Pablo se siente confrontado por la agonizante situación de que muchos de sus parientes judíos han rechazado a Cristo y están malditos bajo la condenación de Dios por incredulidad. Sin embargo, ellos son la simiente, los descendientes físicos de Abraham. ¿Cómo puede ser? ¿Ha fallado la palabra de promesa a Israel? Él da la respuesta en Romanos 9:6-8: "Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque no todos los descendientes de Israel son Israel; ni son todos hijos por ser descendientes de Abraham, sino que por Isaac será llamada tu descendencia. Esto es, no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son considerados como descendientes".
La respuesta de Pablo es que las promesas de Dios a los descendientes de Abraham no han fallado, incluso muchos judíos son incrédulos y por tanto están malditos, debido a que las promesas nunca fueron hechas a todos los descendientes físicos de Abraham. Así como Isaac y no Ismael, fue el hijo de la promesa, y Jacob y no Esaú, fue el hijo de la promesa, del mismo modo, a lo largo de la historia de Israel, ha habido un verdadero remanente en Israel quienes son herederos de todas las bendiciones del pacto. El resto no es la simiente de Abraham porque, incluso aunque puedan trazar su descendencia física hasta él, no comparten su fe y obediencia. Es por esto que Juan el Bautista dijo a los judíos no arrepentidos: "no presumáis que podéis deciros a vosotros mismos: “Tenemos a Abraham por padre” (Mateo 3:9), y Jesús dijo a los judíos que le rechazaron: "Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham" (Juan 8:39). En otras palabras, muchos israelíes (la mayoría de ellos) no son la simiente de Abraham que heredará las promesas.
Eso no hacía feliz a Pablo. Él amaba a sus parientes, como debiéramos nosotros. Pero Pablo vio la mano de Dios en todo aquello: la incredulidad de Israel significaba que la entrada a las bendiciones del pacto estaba abierta para las naciones (Romanos 11:12). Y Dios concedió a Pablo comprender y explicar lo que estaba oculto en aquellos capítulos de Génesis. Esto es lo que Pablo enseñó en Gálatas 3:
Y la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, anunció de antemano las buenas nuevas a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. Así que, los que son de fe son bendecidos con Abraham, el creyente (vv. 8-9). . . a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe (v.14). . . No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, entonces sois descendencia [simiente] de Abraham, herederos según la promesa (vv. 28, 29).
¿Quiénes son, entonces, los herederos de las preciosas y grandiosas promesas hechas a Abraham y a su simiente? Ustedes lo son. ¿A quiénes puede decirse: Tus pecados son perdonados, Dios está a tu favor; te perseguirá toda tu vida con todo Su poder, bondad, y misericordia, y te resucitará de entre los muertos; tu nombre será grandioso, tu asamblea como las estrellas de los cielos; poseerás las puertas de tus enemigos, y la tierra de Israel y toda la Tierra será tu herencia; y llenarás el nuevo mundo con el conocimiento de la gloria de Dios? ¿A quiénes puede decirse todo esto? A ustedes, los hijos de Abraham mediante la fe en Cristo. "porque todo es vuestro. . . ya sea [...] el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo por venir, todo [¡las promesas!] es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo [la simiente de Abraham es] de Dios (1ra a los Corintios 3:21-23). Amén.