Santo, Santo, Santo, es el SEÑOR de los ejércitos
El 1ro de Junio de 1973, Charles Colson visitó a su amigo Tom Phillips, mientras de Watergate explotaba en la prensa. Él se sentía confundido e impactado por la explicación de Phillips de que había "aceptado a Jesucristo". Pero vio que Tom estaba en paz, y él no. Cuando Colson dejó la casa, no podía poner las llaves en el encendido porque estaba llorando muy fuerte. Dice:
Esa noche fui confrontado con mi propio pecado, no solo por los trucos sucios de Watergate, sino por el profundo pecado en mi interior, la maldad oculta que vive en cada corazón humano. Era doloroso y no pude escapar. Clamé a Dios y me encontré llevado irresistiblemente a sus brazos abiertos. Ésa fue la noche en que entregué mi vida a Jesucristo y comencé la mayor aventura de mi vida. (Loving God, p. 247)
La nueva comprensión que Charles Colson tenía sobre Dios
Ésa historia se ha contado cientos de veces en los últimos diez años. Amamos escucharla. Pero demasiados de nosotros nos conformamos con ésa historia en nuestra propia vida y en la vida de nuestra iglesia. Pero no Charles Colson. En 1973, el matón de la Casa Blanca no solo estaba dispuesto a clamar; también estaba dispuesto a arrepentirse muchos años después de una perspectiva tristemente inadecuada de Dios. Fue durante un período de aridez espiritual inusual. (Si usted está en uno, ¡anímese! Más santos que los que usted imagina han tenido encuentros transformadores de vida con Dios, justo en medio del desierto). Un amigo sugirió a Colson que viera una serie de conferencias en video casete, por R.C. Sproul, sobre la santidad de Dios. Ésto es lo que Colson escribe en su nuevo libro, Loving God (pp. 14-15).
Todo lo que sabía sobre Sproul era que era un teólogo, así que no estaba entusiasmado. Después de todo, razoné, la teología era para personas que tenían tiempo para estudiar, encerrados en torres de marfil, lejos del campo de batalla de la necesidad humana. Sin embargo, por la insistencia de mi amigo, finalmente accedí a ver la serie de Sproul.
Al final de la sexta conferencia, estaba yo en mis rodillas, sumergido en oración, maravillado ante la absoluta santidad de Dios. Fue una experiencia transformadora de mi vida, a la par que gané una comprensión completamente nueva del santo Dios en que creo y al que adoro.
Mi sequía espiritual finalizó, pero este deseo de degustar la majestad de Dios solo me hizo tener más sed de Él.
En 1973, Colson había visto suficiente de Dios y de sí mismo para conocer su desesperada necesidad de Dios, y había sido "irresistiblemente" guiado (como él dice), hacia los brazos de Dios. Pero muchos años después ocurrió algo maravilloso. Un teólogo habló sobre la santidad de Dios y Charles Colson dice que calló sobre sus rodillas y "ganó una comprensión completamente nueva del santo Dios". Desde entonces tuvo lo que llama un "deseo de degustar la majestad de Dios". ¿Ha visto usted suficiente de la santidad de Dios para tener un deseo insaciable de degustar Su majestad?
Job a Dios, en un modo nuevo y diferente
"Hubo un hombre en la tierra de Uz llamado Job; y era aquel hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal" (Job 1:1). Job era un creyente, un hombre profundamente devoto y de oración. Ciertamente conocía a Dios como debía. Ciertamente tenía un "deseo de gustar la majestad de Dios". Pero entonces llegó el dolor y la miseria de su desierto espiritual y físico. Y en medio de las tinieblas de Job, Dios habló en Su majestad a Job:
¿Anularás realmente mi juicio? ¿Me condenarás para justificarte tú? ¿Acaso tienes tú un brazo como el de Dios, y truenas con una voz como la suya? Adórnate ahora de majestad y dignidad, y vístete de gloria y de esplendor. . . mira a todo soberbio y humíllalo, y pisotea a los impíos donde están. . . Entonces yo también te confesaré que tu mano derecha te puede salvar. . . ¿quién, pues, podrá estar delante de mí? ¿Quién me ha dado algo para que yo se lo restituya? Cuanto existe debajo de todo el cielo es mío. (40:8–14; 41:10–11)
Al final, Job responde, como Colson, a una "comprensión completamente nueva del santo Dios". Dice:
Por tanto, he declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía. . . He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza. (42:3–6)
Perseverancia y esperanza en la búsqueda del Santo Dios
¿Puede éso suceder en Bethlehem? Puede, y sucede. Si no viera señales de ello, me vería en apuros para continuar, incluso cuando sé que la perseverancia es la clave para el avivamiento. A.J. Gordon escribió en su libro: The Holy Spirit in Missions, pp. 139, 140:
Pasaron siete años antes de que Carey bautizara a su primer converso en la India; siete años antes de que Judson ganara a su primer discípulo en Burma; Morrison se esforzó durante siete años antes de que el primer chino fuera traído a Cristo; Moffat declaró que esperó siete años para ver el primer movimiento evidente del Espíritu Santo entre los bechuanas de África; Henry Richards luchó durante siete años en el Congo antes de que el primer converso fuera ganado en Banza Manteka.
La perseverancia, la oración y el trabajo, son la clave para el avivamiento. Pero también lo son la expectativa y la esperanza. Y Dios me ha dado señales de esperanza de que la experiencia de Isaías y Job y Charles Colson puede ocurrir aquí si continuamos esforzándonos en la búsqueda del Santo Dios. Por ejemplo, uno de nuestros miembros me escribió una carta, hace una semana, que decía que su ministerio aquí se ha
remontado mucho más allá de lo que yo percibía anteriormente como cimas de montañas, hacia una imagen mayor, más grandiosa, más gloriosa de Dios en las alturas que yo pude alguna vez imaginar. . . Mi perspectiva de Dios se vuelve más y más grande y de su magnificencia omnipotente fluye todo, toda-suficiencia. En los diez meses en que he estado en Bethlehem, ha habido un maravilloso avivamiento en mi corazón, y la llama quema más ardiente y más ciertamente que nunca antes.
El avivamiento ocurre cuando vemos la majestad de Dios en santidad, y cuando nos vemos como polvo obediente. Un quebrantamiento, un arrepentimiento, un gozo inefable del perdón, un "deseo de degustar la magnificencia de Dios", un hambre de Su santidad, de ver más de ella y de vivir más de ella: éso es avivamiento. Y es el resultado de ver a Dios.
Siete atisbos de Dios en la visión de Isaías
Isaías nos invita a compartir Su visión de Dios en Isaías 6:1-4.
En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo. Por encima de El había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria. Y se estremecieron los cimientos de los umbrales a la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
Siete imágenes de Dios vista en estos cuatro versículos, al menos siete.
1. Dios vive
Primero, Él vive. Uzías está muerto, pero Dios vive. "desde la eternidad y hasta la eternidad, tú eres Dios" (Salmo 90:2). Dios era el Dios viviente cuando este universo colisionó con la existencia. Él era el Dios viviente cuando Sócrates bebió su veneno. Él era el Dios viviente cuando William Bradford gobernó la Plymouth Colony. Él era el Dios viviente en 1966, cuando Thomas Altizer le proclamó muerto, y la revista Times lo puso en primera plana. Y Él vivirá diez trillones de edades desde ahora, cuando todos los disparos, fáciles, insignificantes y al azar, en contra de su realidad se hayan hundido en el olvido, como un proyectil en el fondo del océano Pacífico. "En el año de la muerte del rey Uzías vi yo al Señor". No hay un solo líder de estado en todo el mundo que vaya a permanecer aún en su gobierno dentro de cincuenta años. La rotación en el liderazgo mundial es del 100%. En unos pocos 110 años, este planeta estará poblado por diez millones de nuevas personas, y los cuatro billones que vivimos hoy nos habremos desvanecidos de la Tierra, como Uzías. Pero no Dios. Él nunca tuvo un principio, y por tanto depende de nada para existir. Siempre ha sido y siempre estará vivo.
2. Dios tiene autoridad
Segundo, Él tiene autoridad. "vi yo al Señor sentado sobre un trono". Ninguna visión del cielo ha captado alguna vez la imagen de Dios labrando un campo, o cortando césped, o lustrando zapatos, o llenando informes, o cargando un camión. El cielo no se está destruyendo. Dios nunca se vuelve loco con su reino celestial. Él se sienta. Y se sienta en un trono. Todo está en paz, y está en control.
El trono es Su derecho de gobernar el mundo. Nosotros no damos autoridad a Dios sobre nuestras vidas. Él la tiene sea que nos guste o no. ¡Cuánta locura hay en actuar como si tuviéramos derecho alguno a cuestionar a Dios! Necesitamos escuchar ahora, y luego embotar las palabras como las de Virginia Stem Owens, quien dijo en el Journal Reformed del mes pasado:
Digámoslo con claridad. Dios puede hacer lo que le plazca, incluso lo que le place. Y si le place maldecir, entonces está hecho, ipso facto, bien. La actividad de Dios es lo que es. Nada más hay. Sin ella no habría existencia, incluso los seres humanos presumiendo juzgar al Creador de todo lo que hay.
Pocas cosas, aparte de la verdad de que Dios es absolutamente autoritativo, pocas cosas nos hacen más humildes, pocas cosas nos dan un sentido mayor de ésa cruda majestad. Él es la Corte Suprema, el Poder Legislativo, y el Jefe Ejecutivo. Después de Él, no hay apelaciones.
3. Dios es Omnipotente
Tercero, Dios es Omnipotente. El trono de Su autoridad no es uno entre muchos. Es alto y sublime. "vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime". Que el trono de Dios sea más elevado que cualquier otro trono manifiesta el poder superior de Dios para ejercer Su autoridad. No hay autoridad opuesta que pueda anular los decretos de Dios. Lo que Él se propone, lo logra. “Mi propósito será establecido, y todo lo que quiero realizaré” (Isaías 46:10). "El actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?” (Daniel 4:35). Estar sujeto por la omnipotencia (o soberanía) de Dios es, o bien maravilloso porque Él es por nosotros, o aterrador porque está en nuestra contra. La indiferencia a Su omnipotencia simplemente significa que no le hemos visto por lo que es. La autoridad soberana del Dios viviente es un refugio lleno de gozo y poder para quienes guardan Su pacto.
4. Dios es resplandeciente
Cuarto, Dios es resplandeciente. "vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo" Usted ha visto fotos de novias cuyos vestidos estaban alrededor de ellas, cubriendo los pasos y la plataforma. ¿Cuál sería el significado si el manto llenara los pasillos y cubriera los asientos, y la galería del coro, entretejido todo en una sola pieza? Que el manto de Dios llene todo el templo celestial significa que Él es un Dios de esplendor incomparable. La plenitud del esplendor de Dios se muestra en mil maneras.
Para un pequeño ejemplo, el Ranger Rick de Enero tiene un artículo sobre especies de peces que viven profundo en el oscuro mar, y tienen sus propias luces integradas, algunas especies tienen lámparas pendiendo de sus barbillas, otras tienen narices luminescentes, y otras tienen faros bajo sus ojos. Hay mil tipos de peces auto-iluminados quienes viven profundo en el océano donde ninguno de nosotros puede verlos y maravillarse. Son espectacularmente raros y hermosos. ¿Por qué están allí? ¿Por qué no hay solo una docena, más menos, de modelos tan eficientemente fuselados? Porque Dios es pródigo en esplendor. Su plenitud creativa se derrama en belleza excesiva. Y si ése es el modo en que el mundo es, ¿cuánto más resplandeciente debe ser el Señor quien lo pensó e hizo?
5. Dios es reverenciado
Quinto, Dios es reverenciado. "Por encima de El había serafines; cada uno tenía seis alas: con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban". Nadie sabe qué son estas extrañas criaturas con seis alas, con pies y ojos, e inteligencia. Nunca más aparecen en la Biblia, al menos no con el nombre de serafines. Dada la grandeza de la escena y el poder de los ejércitos angelicales, mejor no nos imaginemos bebés regordetes y alados revoloteando alrededor de los oídos del Señor. Según el versículo 4, cuando uno de ellos habla, los cimientos del templo se estremecen. Haríamos mejor en pensar en los Blue Angels haciendo un picado en formación ante el séquito presidencial, y rompiendo la barrera del sonido justo ante su rostro. No hay criaturas insignificantes o tontas en el cielo. Solo magníficas.
Y el mensaje es: ni siquiera ellas pueden mirar al Señor, ni se sienten dignas incluso de dejar sus pies expuestos ante Su presencia. Por grandiosas y buenas que son, sin la corrupción del pecado humano, ellas reverencian con gran humildad al Hacedor. Un ángel aterra a un hombre con su brillo y poder. Pero los ángeles mismos se ocultan en santo temor y reverencia ante el esplendor de Dios. ¡Cuánto más debiéramos estremecernos y temblar en Su presencia quienes ni siquiera podemos soportar el esplendor de Sus ángeles!
6. Dios es santo
Sexto, Dios es santo. "Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos". ¿Recuerda cómo Reepicheep, el galante ratón al final de "The Voyage of the Dawn Treader", embarcó hacia el fin del mundo en su pequeño coracle? Bien, la palabra "santo" es el pequeño bote en el que alcanzamos el fin del mundo en el océano del idioma. Las posibilidades del idioma para transmitir el significado de Dios se agotan y eventualmente se derramarán en el borde del mundo, hacia un vasto desconocido. La "santidad" nos lleva hacia el salto, y desde allí, la experiencia de Dios es inefable.
Digo esto porque cada esfuerzo por definir la santidad de Dios termina finalmente diciendo: Dios es santo significa que Dios es Dios. Permítanme ilustrarlo. La raíz del significado de santo es probablemente cortar o separar. Algo santo es cortado y separado del uso común (nosotros diríamos secular). Las cosas terrenales y las personas serán santas mientras sean distintas del mundo y dedicadas a Dios. Así que la Biblia habla de una tierra santa (Éxodo 3:5), de santas convocaciones (Éxodo 12:16), de sábados santos (Éxodo 16:23), de una nación santa (Éxodo 19:6), de vestiduras santas (Éxodo 28:2), de una ciudad santa (Nehemías 11:1), de promesas santas (Salmo 105:42), de hombres santos (2da de Pedro 1:21), y mujeres (1ra de Pedro 3:5), de Santas Escrituras (2da a Timoteo 3:15), de manos santas (1ra a Timoteo 2:8), de un beso santo (Romanos 16:16), y de una santa fe (Judas 20). Casi cualquier cosa puede volverse santa si es separada de lo común y dedicada a Dios.
Pero note qué sucede cuando esta definición es aplicada a Dios mismo. ¿De qué puede separar usted a Dios para hacerle santo? La misma divinidad de Dios significa que Él está separado de todo lo que no es Dios. Hay una diferencia cualitativa infinita entre el Creador y la criatura. Dios es único. Sui generis. En una clase en Sí mismo. En ése sentido, Él es absolutamente santo. Pero entonces lo que usted ha dicho, simplemente, es que Él es Dios.
O, si la santidad de un hombre deriva de estar separado del mundo, y dedicado a Dios, ¿a quién está dedicado Dios como para derivar Su santidad? A nadie sino a Sí mismo. Es blasfemia decir que hay una realidad más elevada que Dios, a la que Él debe ajustarse a fin de ser santo. Dios es la realidad absoluta más allá de la cual solo hay más Dios. Cuando se le pregunta Su nombre en Éxodo 3:14, dice: "Yo Soy el que Soy". Su existencia y Su carácter están absolutamente indeterminados por cualquier cosa fuera de Sí mismo. Él no es santo porque guarda las reglas. ¡Él escribió las reglas! Dios no es santo porque guarda la ley. La ley es santa porque revela a Dios. Dios es absoluto. Todo lo demás es derivado.
¿Qué es, entonces, Su santidad? Escuche tres textos. 1ra de Samuel 2:2: "No hay santo como el Señor; en verdad, no hay otro fuera de ti”. Isaías 40:25: "¿A quién, pues, me haréis semejante para que yo sea su igual?—dice el Santo". Oseas 11:9: "Porque yo soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti”. Al final, Dios es santo porque Él es Dios y no hombre. (Compare Levíticos 19:2 y 20:7. Note la estructura paralela de Isaías 5:16.) Él es incomparable. Su santidad es Su esencia divina absolutamente única. Ella determina todo lo que Él es y hace, y por nadie está determinada. Su santidad es lo que Él es, como Dios, lo que nadie es, ni será jamás. Llámelo Su majestad, Su divinidad, Su grandeza, Su valor como perla de gran precio. Al final el lenguaje se agotará. En la palabra "santo" hemos embarcado hacia el fin del mundo en el silencio absoluto de la reverencia y maravilla y sorpresa. Quizás haya mucho más que conocer sobre Dios, pero éso está más allá de las palabras. "El Señor está en su santo templo: calle delante de El toda la tierra" (Habacuc 2:20).
7. Dios es glorioso
Pero ante el silencio y el estremecimiento de los cimientos y el humo que todo lo oculta, aprendemos siete verdades finales sobre Dios. Dios es glorioso. "Santo, Santo, Santo, es el Señor de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria”. La gloria de Dios es la manifestación de Su santidad. La santidad de Dios es la incomparable perfección de Su naturaleza divina; Su gloria es la demostración de ésa santidad. "Dios es glorioso", significa: La santidad de Dios se ha hecho pública. Su gloria es la revelación manifiesta del secreto de su santidad. En Levítico 10:3, Dios dice: "En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado" [RVR-1960]. Cuando Dios se muestra santo, nosotros vemos Su gloria. La santidad de Dios es su gloria encubierta. La gloria de Dios es su santidad revelada.
Cuando el Serafín dice: "llena está toda la tierra de su gloria", es porque desde las alturas de los cielos puede verse el fin del mundo. Desde aquí abajo la perspectiva de la gloria de Dios es limitada. Pero es limitada ampliamente por nuestra necia preferencia por los adornos. Para usar una parábola de Søren Kierkegaard, somos como un pueblo que maneja su carruaje de noche en el campo para ver la gloria de Dios. Pero encima de nosotros, en cada lado del asiento del carruaje, arde una linterna de gas. Mientras nuestra cabeza esté rodeada por esta luz artificial, el cielo alrededor estará vacío de gloria. Pero si algún viento agraciado sopla y apaga nuestras luces terrenales, entonces en nuestras tinieblas los cielos de Dios se llenan de estrellas.
Algún día Dios soplará y quitará toda gloria competidora y hará que Su santidad sea conocida en sorprendente esplendor para cada humilde criatura. Pero no hay necesidad de esperar. Job, Isaías, Charles Colson, y muchos de ustedes se han humillado para esforzarse en la búsqueda del Santo Dios, y han desarrollado un gusto por Su majestad. Para ustedes y para el resto de quienes solo están comenzando a sentirlo, levanto en alto esta promesa de Dios, quien siempre está vivo, tiene autoridad, quien es omnipotente, resplandeciente, reverenciado, santo, y glorioso: “Me invocaréis, y vendréis a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, cuando me busquéis [esforzánse] de todo corazón" (Jeremías 29:12-13).