La Inmensa Gracia de Dios y Nuestro Nuevo Nacimiento
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para vosotros (LBLA).
El Objetivo de Este Sermón: la Alabanza
El objetivo de este sermón está establecido para ti y para mí en la primera frase del versículo 3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. La reacción de Pedro ante el hecho de que Dios haga que su gente nazca de nuevo, de haber levantado a su Hijo Jesús de entre los muertos, de proporcionarnos una esperanza viva y de darnos una herencia imperecedera en el cielo, es bendecir a Dios. “¡Bendito sea Dios!” Y si esa es su reacción, también debería ser la nuestra.
Eso de lo que va a hablar a continuación le hace regocijarse y bendecir a Dios. Él no tenía que decírnoslo. No tenía que comenzar demostrando sus emociones hacia Dios. Podría haber comenzado de forma fría, serena, desapasionada e indiferente. Podría haber dicho: “El tema de mi charla de hoy es la regeneración. Tengo varias doctrinas relacionadas sobre las que me gustaría hablar. Son las siguientes: 1) Dios; 2) la regeneración; 3) la esperanza; 4) la resurrección de Jesús; 5) la herencia; 6) el cielo. Vamos a centrarnos en estas cosas”. Podría haber comenzado así. Pero no lo hizo.
Y lo que eso me dice a mí como predicador cuando miro este texto es: “No empieces tú tampoco de esa forma. No trates estas verdades de esa manera”. Pedro comienza con regocijo, bendición y asombro porque eso es lo que estas realidades han producido en su corazón. Cuando él considera estas cosas, no dice fríamente, “Ya he enseñado la verdad con claridad. Ya he hecho mi trabajo. Haced con ello lo que queráis”. Él dice, “¡Bendito sea Dios!”. Lo hace aquí y lo hace en el 4:11, “A [Jesucristo] pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén (LBLA)”. Lo hace de nuevo en el 5:11, “A Él sea el dominio por los siglos de los siglos. Amén (LBLA)”. Pedro estalla una y otra vez en alabanza y bendición. Escribe sobre las mayores verdades del universo con espíritu de alabanza. Escribe con regocijo, asombro, sobrecogimiento, maravilla y sincera gratitud.
La Predicación como una Expresión de Alabanza
Así que, cuando considero lo que supone predicar sobre estas realidades, llego a la siguiente conclusión: la predicación es una expresión de alabanza por la gloriosa realidad bíblica. Si crees que lo que hacemos en esta reunión del domingo por la mañana es mitad alabanza y mitad predicación, estás equivocado. Es mitad canciones de alabanza y mitad predicación de alabanza (con otros elementos entremezclados por los que oro que sean de alabanza). Podemos fallar. Podemos cantar sin alabar. Y yo puedo predicar sin alabar. Eso es profesionalismo y formalismo. Y no es nuestro objetivo. Nuestro objetivo es alabar desde el principio hasta el final.
La alabanza tiene lugar cuando la mente retiene una gran verdad sobre Dios, y el corazón se estremece con profundos sentimientos de quebranto o asombro, y alegría, admiración y gratitud, y la boca dice algo como, “¡Bendito sea Dios! Bendito, alabado, honrado y glorificado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”.
Así que la primera frase del versículo 3 establece nuestro objetivo en esta mañana. Nuestro objetivo es alabar a Dios, ver la gran realidad de Dios con nuestras mentes, sentir la belleza y la maravilla de Dios con nuestros corazones, y hablar y cantar de la grandeza de Dios con nuestra boca. Eso es lo que hizo Pedro cuando escribió sobre el nuevo nacimiento. “¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Eso es lo que deberíamos hacer. Ese es el objetivo.
Cinco Grandes Realidades que nos Guían hacia la Alabanza
Ahora, ¿qué verdad, qué gran realidad trajo a Pedro a este regocijo? Si limitamos nuestra respuesta sólo a los versículos 3 y 4, hay cinco grandes realidades sobre Dios que sobrecogieron la mente y el corazón de Pedro.
1. La Gran Misericordia de Dios.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia . . .
Ahí está la primera: la gran misericordia de Dios. Si te preguntas si hay misericordia en Dios, la repuesta es que hay una gran misericordia. “Según su GRAN misericordia.” Pedro ha sido tocado por eso.
2. La Obra de Dios de un Nuevo Nacimiento.
. . . quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva. . .
Ahí está la segunda realidad sobre Dios que toca a Pedro: Dios es el único que hizo que naciéramos de nuevo. El nuevo nacimiento es obra de Dios. Es su misericordia y no nuestras obras lo que produce un nuevo ser llamado hijo de Dios, un exiliado y extranjero en el mundo.
3. La Obra de Dios de Levantar a Jesús de entre los Muertos
. . . nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. . .
Ahí está la tercera realidad sobre Dios que sobrecogió a Pedro: Dios levantó a Jesús de entre los muertos. El versículo 21 lo hace más explícito: “Dios […] le resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera que vuestra fe y esperanza sean en Dios (LBLA)”. La resurrección trata de Dios. Dios la hizo. Así que confiamos en Dios. Nuestra esperanza está en Dios. Y Pedro dice, “¡Bendito sea Dios!”.
4. La Promesa de Dios de una Herencia.
Versículo 4:. . . para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará,
Ahí está la cuarta realidad sobre Dios que sobrecogió a Pedro: Dios promete una herencia a sus recién nacidos. Dios es el Padre que engendra y es de donde viene la herencia. Los padres dejan una herencia a sus hijos, no al revés. Dios es el dador aquí. A lo largo de todo este pasaje él es la fuente. Dios es el que rebosa. Somos los receptores de todas estas cosas: misericordia, nuevo nacimiento, resurrección y herencia.
Y por último . . .
5. La Obra de Dios de Guardar Nuestra Herencia
[la herencia está] reservada [literalmente: “guardada”] en los cielos para vosotros
¿Quién la está guardando? Respuesta: Dios.
Así que cogiendo solamente los versículos 3 y 4, ya hay cinco respuestas a las preguntas ‘¿Qué gran realidad llevó a Pedro a alabar de esa manera? ¿Qué fue lo que sobrecogió su mente, tocó su corazón y abrió su boca para decir “Bendito sea Dios”?’. La respuesta es:
- Dios es grande en misericordia.
- Dios hace que nazcamos de nuevo a una esperanza viva.
- Dios levantó a Jesús de entre los muertos.
- Dios promete una herencia a aquellos que son sus hijos.
- (Y) Dios es el que guarda la herencia para que nunca jamás se corrompa, se deteriore o se desvanezca.
Lo Más Importante: Dios nos Hace Nacer de Nuevo
¿Qué es lo más importante que Dios está haciendo aquí? Lo más importante es que Dios nos ha hecho nacer de nuevo. Su gran misericordia es la causa de ello. El hecho de levantar a Jesús de entre los muertos es el triunfo histórico sobre la muerte que lo hace posible. Nuestra esperanza viva de una gran herencia fluye de él. Pero la obra más importante de Dios en la que se centran aquí es el nuevo nacimiento. Así que centrémonos en eso: Dios nos ha hecho nacer de nuevo.
Una de las razones por las que no nos regocijamos a causa de esto como Pedro es que no lo entendemos o no lo creemos. “Dios nos ha hecho nacer de nuevo.” Dios nos engendró como segundos seres haciéndonos hijos de Dios. Antes no existíamos como sus hijos. “Lo que es nacido de la carne, carne es [solamente]”, dijo Jesús en Juan 3:6. Pero “lo que es nacido [de nuevo] del Espíritu, espíritu es (LBLA)”. No teníamos una existencia espiritual viva. Éramos lo que un padre y una madre humanos y una gracia común podían hacer de nosotros. Pero entonces Dios vino a nosotros y nos hizo nacer de nuevo. Despertó una nueva vida. Una vida de fe y esperanza en Dios. Una vida del Espíritu en nosotros.
Pero a la mayoría de nosotros se nos ha enseñado de una forma o de otra que no fue Dios quien realizó una obra decisiva en cuanto a esto, sino nosotros. Y, por lo tanto, no es de extrañar que no reaccionemos como Pedro: “¡Bendito sea Dios, bendito sea Dios que por SU GRAN MISERICORDIA lo hizo!”.
¿Cómo Sabes que Naciste Físicamente?
Dejadme tratar esto con una pregunta provocativa. Si te preguntara, “¿Cómo sabes que naciste del vientre de tu madre?”, ¿qué contestarías? Dirías, “¡Estoy vivo! Existo fuera del vientre de mi madre. Estoy aquí”. Y así es. Eso bastaría como respuesta.
No contestarías, “Sé que nací porque tengo un certificado de nacimiento en casa”. O, “Sé que nací porque hice una investigación histórica en un hospital en Chattanooga, Tennessee, y encontré un documento con una pequeña huella digital que coincide con las líneas curvas de la planta de mi pié”. O, “He recogido declaraciones juradas firmadas de tres o cuatro testigos que vieron a mi madre embarazada y poco tiempo después me vieron a mí en sus brazos”.
Simplemente dirías, “Sé que nací porque estoy vivo”.
¿Cómo Sabes que Naciste Espiritualmente?
Pero ahora vamos a suponer que hoy le pregunto a un evangélico normal que suele ir a la iglesia, “¿Cómo sabes que naciste de nuevo?”. ¿Cuántos contestarían, “Porque estoy vivo en Dios. Tengo una esperanza viva. Tengo una fe viva. Hubo un tiempo en el que no tenía vida espiritual y ahora estoy vivo espiritualmente, con apetito espiritual y placeres espirituales. Estaba muerto y ahora estoy vivo en Dios. Le conozco, le amo, confío en él. Espero en él. Le sigo. ¡La prueba de que nací de nuevo es mi vida actual!”?
¿Cuántos, en lugar de eso, contestarían, “Sé que nací de nuevo porque hice lo que hay que hacer para nacer de nuevo: le pedí a Jesús que entrase en mi corazón; oré para recibir a Cristo; caminé por un pasillo entre bancos y acepté a Jesús; tengo una tarjeta aquí en mi cartera que firmé el 6 de junio de 1952, en la que aseguro que Jesús es mi Señor.”?
¿Por Qué Hay Respuestas que Difieren?
¿Por qué hay tal diferencia en contestar a cómo sabemos si hemos nacido físicamente y cómo sabemos si hemos nacido espiritualmente?
Una razón es que sabemos sin sombra de duda que no tuvimos nada que ver con nuestro nacimiento físico. Ya estaba hecho para nosotros. No lo causamos nosotros. No lo elegimos nosotros. Simplemente nos ocurrió y lo único que podemos hacer es estar agradecidos por ello o lamentarlo. Así que ni siquiera se nos ocurre demostrar que nacimos apelando a cosas que hicimos para nacer. No hay ninguna. Nosotros no lo hicimos. Eso nos hizo a nosotros.
Pero cuando se trata de nuestro nacimiento espiritual, o segundo nacimiento, millones de cristianos no creen eso. No creemos que nuestro segundo nacimiento nos fuera hecho y que no lo eligiéramos o causáramos. Nos han enseñado de cientos de formas que nosotros mismos provocamos nuestro nuevo nacimiento. Que nosotros lo elegimos y lo causamos.
Así que, cuando nos preguntan, “¿Cómo sabes que ocurrió?”, tendemos a contestar, “Porque hice las cosas que te enseñan que tienes que hacer para nacer de nuevo”. No decimos, con realidad y autenticidad, “Porque estoy vivo en Dios”. Deducimos nuestro nuevo nacimiento de las cosas que hicimos para causarlo, no de las cosas que éste causó en nosotros.
No es sorprendente, entonces, que un tipo de cristianismo crezca alrededor de ese entendimiento propio, esa existencia cristiana creada por nosotros mismos, que no estalla con alabanza por nuestro nuevo nacimiento y dice con Pedro: “Bendito sea Dios, bendito, alabado y amado sea Dios, y sólo Dios, y estémosle agradecidos porque por SU GRAN MISERICORDIA nacimos de nuevo.”
La Visión que Da el Nuevo Testamento de Nuestro Nuevo Nacimiento
Lo hizo Dios. Y Dios se llevará la gloria por ello. Esa es la visión uniforme del Nuevo Testamento de lo que nos ocurrió.
Y Pedro dice, “Dios, […] según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo”. Lo hizo Dios, para que ninguno de nosotros pueda vanagloriarse y deje de bendecir al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo y de proclamar la excelencia del que nos llamo para que saliéramos de la oscuridad a su maravillosa luz (1ª Pedro 2:9; 1ª Corintios 1:24; 2ª Timoteo 1:9).
- Estaba muerto en transgresiones y pecados y Dios, en su gran amor con el cual me amó, me dio vida junto con Cristo (Efesios 2:5). Yo no me levanté de entre los muertos. Dios me levantó.
- Era espiritualmente inexistente. No era nada. Ni siquiera había sido creado. Pero entonces Dios creó una nueva persona, y me convertí en una nueva creación en Cristo (Efesios 4:24; Gálatas 6:15; 2ª de Corintios 5:17). Yo no me creé a mí mismo. Dios me creó.
- Estaba ciego a las cosas espirituales. La carne y la sangre no podían ayudarme. Pero el Padre en los cielos misericordiosa y soberanamente abrió mis ojos para ver que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mateo 16:17; cf. 11:27; Hechos 16:14). Dios me hizo ver y reconocer su verdad.
- Estaba en completa oscuridad espiritual como la oscuridad sobre el abismo antes de que Dios creara la luz. Y entonces “Dios, que dijo que de las tinieblas resplandecerá la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo” (2ª de corintios 4:6, LBLA).
- Mi padre, mi madre y el pastor Gene Lawrence plantaron la Palabra de Dios y la regaron, pero fue Dios, y sólo Dios, quien hizo el milagro de dar vida y hacerla crecer (1ª de Corintios 3:6).
- Yo era obstinado, rebelde, orgulloso, iba por mi propia cuenta y jamás, ni en un millón de años, me habría acercado a Cristo por mí mismo, y Dios me atrajo hacia él: “Nadie puede venir a mí [dijo Jesús] si no lo trae el Padre que me envió” (Juan 6:44, LBLA).
- No había arrepentimiento en mi corazón, ni pena por mi pecado, ni pasión por cambiar, pero Dios, por su gracia, me concedió arrepentimiento y me guió al conocimiento de la verdad (2ª Timoteo 2:25).
- No tenía fe, ni deseo de parecer un enclenque y depender de otro. Pero Dios, en su gran misericordia, me concedió creer (Filipenses 1:29) y me salvó por fe. Pero no fue obra mía, fue el regalo de Dios (Efesios 2:8-9.). Y creí. Creer fue mi elección. Pero esa elección fue el regalo de Dios; el efecto y no la causa del Nuevo nacimiento. Yo nací, como dice Juan 1:13, “[no de] sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios (LBLA)”.
Bendigamos a Dios con Todo Nuestro Corazón
Así que bendigamos a Dios en esta mañana con todo nuestro corazón porque él nos ha hecho nacer de nuevo en su familia y nos ha dado esperanza viva. Algunos de vosotros estáis siendo atraídos y despertados por el Espíritu de Dios esta mañana. No os resistáis. El versículo 23 dice que hemos “nacido de nuevo […] mediante la palabra de Dios que vive y permanece (LBLA)”. Que Dios haga que mis palabras vivan en vosotros con un poder que despierte vuestras vidas. Venid, creed y bendecid al Señor por su gran obra de salvación de un nuevo nacimiento.