Hijos, herederos y compañeros en el sufrimiento

 

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, 17 y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con El a fin de que también seamos glorificados con El. 18 Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada.

Hoy nos adentramos en la espectacular y aterradora promesa en el versículo 17. Espectacular porque dice que todos los hijos de Dios son herederos de Dios (recibiremos la herencia de Dios que es la mayor herencia en el universo). Y aterradora porque en el versículo 17 dice que tenemos que sufrir para recibir la promesa: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con El a fin de que también seamos glorificados con El”.

La manera en que el Espíritu testifica que somos hijos de Dios

Pero primero analicemos de nuevo la idea central de los versículos anteriores. El versículo 16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”. Si usted pertenece a Jesucristo, como dice el versículo 9, tiene el Espíritu de Cristo ¿Y qué hace Cristo en usted? Testifica que es hijo de Dios, ¿cómo lo hace? En el texto de la semana pasada vimos, al menos, dos formas.

Primero, vimos la conexión entre los versículos 13 y 14: “Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios”.

Segundo, vimos en el versículo 15 que el Espíritu clama por nosotros: “¡Abba, Padre!” El versículo 15b dice: “…sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!”.  Observe con detenimiento las palabras “por el cual”. Esta es la obra del Espíritu Santo. El testimonio del Espíritu Santo de que somos hijos de Dios se evidencia cuando los creyentes en Jesús estamos clamando en nuestros corazones: “¡Abba, Padre!”.

Comparemos este versículo con 1ra a los Corintios 12:3 donde Pablo dice: “Por tanto, os hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: Jesús es el Señor, excepto por el Espíritu Santo”. En otras palabras, el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu cuando clamamos que: “¡Jesús es el Señor!” pero este no es el único clamor que el Espíritu ministra a nuestro corazón. Otro clamor es: “¡Abba, Padre!”. En otras palabras, el Espíritu produce dos cambios profundos en nosotros con respecto a Dios:

  1. Un comportamiento de humilde sumisión: Jesús, el Hijo de Dios, es mi Señor, mi Maestro; yo soy su súbdito; él es mi Gobernador, mi Soberano.
  2. Un comportamiento de confianza osado, alegre, inocente: Dios es mi Padre.

¡Jesús es mi Señor! ¡Dios es mi padre! Este es el clamor de esperanza del Espíritu que mora en la vida de los cristianos. Por esta humilde confianza somos guiados “por el Espíritu” para luchar contra el pecado y hacer morir todo lo que no exalte a nuestro Señor y honre a nuestro Padre.

Versículo 17: noticias espectaculares y aterradoras

Ahora, en el versículo 17 Pablo nos da abundantes razones para regocijarnos en la verdad de que Dios es nuestro Padre. Y no lo olvide, definitivamente Pablo quiere que nos regocijemos. Usted no le puede dar a alguien noticias espectaculares si su propósito es desalentarlo y en el versículo 17 hay noticias espectaculares. Sí, tienen un lado espeluznate. Casi todas las buenas noticias lo tienen. Pero ese lado aterrador no hace que este texto deje de ser espectacular. De hecho, probablemente le añade espectacularidad.

“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con El a fin de que también seamos glorificados con El”. Hay dos grandes verdades en este versículo: una es que vamos a recibir una gran herencia, incluyendo nuestra propia glorificación; y la otra es que vamos a tener que sufrir a fin de recibirla.

Nuestra Gran Herencia

Analicemos una verdad a la vez y meditemos en lo que significan para nosotros. Primero, somos herederos de Dios, coherederos con Cristo y seremos glorificados con Cristo.

¿Cuál es la herencia prometida? Mientras enfrentamos los placeres y los dolores de lo que nos queda de vida en esta tierra, ¿cuál es nuestra esperanza más allá de todos estos placeres y dolores? ¿Tiene acaso usted una esperanza más allá de esta vida que haga que los placeres presentes sean menos llamativos, y que le permita ver las dificultades de la vida como experiencias soportables, manejables?  Pablo tenía esta esperanza y quería que la tuviéramos nosotros también. Usted lo puede ver en el versículo 18: “Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”. Pablo comparte esta gran esperanza: la herencia que se nos avecina es tan grande que minimiza los problemas en nuestra vida ¿Cuál es esta herencia?

Hay al menos tres aspectos de la herencia:

1. El mundo

Primero, la herencia es el mundo. Romanos 4:13: “Porque la promesa a Abraham o a su descendencia de que él sería heredero del mundo, no fue hecha por medio de la ley, sino por medio de la justicia de la fe”. En otras palabras, si usted comparte la fe de Abraham, entonces usted es coheredero con él, y la herencia, dijo Pablo, es “el mundo”.

Si usted es un heredero de Dios, entonces usted heredará lo que es de Dios. Y Dios posee el mundo. Salmo 24:1: “Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que en él habitan”. De manera que si la Tierra y todo lo que en ella hay es del Señor, los herederos del Señor heredarán la Tierra y todo lo que en ella hay. En el Salmo 2:8, Dios dice a su Hijo: “Pídeme, y te daré las naciones como herencia tuya, y como posesión tuya los confines de la tierra. Y si somos coherederos con el Hijo, entonces heredaremos las naciones”.

Pablo lo dice de esta manera en 1ra a los Corintios 3:21-23: “Así que nadie se jacte en los hombres, porque todo es vuestro: 22 ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo por venir, todo es vuestro, 23 y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” ¿Y cuál es nuestra herencia? El mundo, la Tierra y todo lo que en ella hay, las naciones y todo lo demás.

Pero, en la práctica, ¿qué quiere decir todo esto? Al menos quiere decir que todo lo que existe estará a disposición de nuestra felicidad. Nada tendrá el privilegio final de vencer nuestro gozo. “Todo es vuestro”, quiere decir que, en el fin, incluso lo negativo (Pablo menciona la vida y la muerte en 1ra a los Corintios 3:22) estará a nuestra disposición. En el fin, Dios no solo destruirá a cada enemigo de nuestro honor, también convertirá esos enemigos en sirvientes ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? No solo vencemos, sino que «más que vencemos» (Romanos 8:35-37). Todo es nuestro, la vida y la muerte, todo es nuestro. Todo servirá a nuestro eterno gozo.

2. Dios Mismo

Segundo, la herencia no es solo el mundo, sino Dios mismo. En realidad, si decimos que nuestra gran herencia es principalmente las cosas que Dios ha hecho, y no Dios mismo, seríamos idólatras. Considere Romanos 5:2b: “Y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. En otras palabras, el gran gozo de nuestra esperanza es que un día veremos y nos deleitaremos en Dios mismo. Y para que usted no piense que la gloria de Dios es algo diferente al mismo Dios, considere el versículo 11 de ese mismo capítulo: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”. “¡En Dios!”, no en los regalos de Dios. Y según este versículo ni tan siquiera en la gloria de Dios, sino en Dios.

La gran esperanza de la iglesia cristiana se describe en Apocalipsis 21:3: “Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos”. Esta fue la piedra angular de la esperanza de los santos del Antiguo Testamento, incluso pensaron tener fuertes esperanzas por una tierra propia. Salmo 73:25-26: “¿A quién tengo yo en los cielos, sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra.; 26 Mi carne y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre”.

Esta es nuestra gran herencia: ¡el mismo Señor! ¡Oh, cuanto necesitamos desarrollar una pasión por Dios y por nuestros hermanos! Si él no es precioso para usted, ¡cuán lejos está usted de su herencia! Si usted ama los regalos de Dios, piense en lo hermoso que es quien da los regalos. Y piense cuán insultante debe ser tomar un regalo de la mano de alguien y deleitarse más en el regalo que en quien nos da el regalo. Dios mismo es nuestra porción. Fuimos hechos para él, y todo lo bueno que él ha hecho por nosotros es para revelarnos más de él y para instar a nuestros corazones a cantarle a Dios (1ra a Timoteo 4:1-5).

3. Cuerpos Redimidos y Glorificados

Tercero, hay un aspecto más de nuestra herencia que aparece en los siguientes versículos de Romanos 8, es decir, que tendremos cuerpos redimidos y glorificados. Este aspecto es crucial, porque si vamos a disfrutar del mundo y de todo lo que en él hay, y si las buenas posesiones de este mundo no van a competir con Dios y a convertirse en ídolos, entonces debemos tener un gozo más profundo, más excelente, más completo que el que tenemos en el presente. Y debemos deshacernos de todo el dolor, el llanto, y las lágrimas de este mundo. Entonces, Romanos 8:22-23 dice: “Pues sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora. 23 Y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, aun nosotros mismos gemimos en nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo”.

Esta es una parte importante de lo que significa ser glorificado de acuerdo con Romanos 8:17. Tomaremos parte en la gloria de Dios en el sentido de que somos tan parecidos a él (según la imagen de su Hijo, Romanos 8:29), que podemos gozar de él y de sus regalos de la forma que él quiere. Todo será de él, por él y para él, y nuestro gozo será completo y su gloria será sin lugar a dudas esencial.

De manera que nuestra herencia como hijos de Dios incluye como mínimo el mundo y todo lo que en él hay; Dios mismo como nuestra última y suprema recompensa; y cuerpos nuevos y glorificados que puedan disfrutar con más profundidad y cabalidad a Dios y sus regalos sin ningún ápice de idolatría.

Sufra Con Él a Fin De Que Sea Glorificado Con Él

Así llegamos a otra pregunta: ¿qué quiere decir que debemos sufrir con Cristo a fin de ser glorificados con él? Recuerde qué dice Romanos 8:17: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si en verdad padecemos con El a fin de que también seamos glorificados con El”. Nuestra gloria con él, nuestra herencia, es directamente proporcional a nuestro sufrimiento con él.

Jesús lo dijo en Lucas 9:23: “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”. Pablo lo dijo en 2da a Timoteo 3:12: “Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos”. El autor de Hebreos lo dijo en Hebreos 12:6-7: “Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.7 Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?” Pedro lo dijo en 1ra de Pedro 4:13: “Antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría”.

Si no hay dolor, no hay ganancia. Si no hay cruz, no hay corona. Si no hay sufrimiento, no hay herencia. Es así. Y si usted pregunta: « ¿Qué tipo de dolor? ¿Usted está hablando solo de persecución? ¿O está hablando de las miserias que enfrentamos en esta vida?» Respondo, basado en los siguientes versículos de Romanos 8, que estoy hablando de todos los gemidos que vienen con la vanidad de esta era colapsada: persecución, calamidad, enfermedad, y muerte. Hablo de cualquier sufrimiento que usted enfrente en su peregrinaje al cielo y resista confiando en Jesús. Hablo de cualquier dificultad que pueda destruir su fe y alejarle de Dios. Lea Romanos 8:18-25 y compruébenlo ustedes mismos. Este texto lo veremos la próxima semana.

¿Por qué? Porque el sufrimiento obra para la perseverancia de la fe

Pero termino preguntando ¿por qué? ¿Acaso Pablo nos dice por qué el sufrimiento debe preceder a la gloria? Al menos podemos dar parte de la respuesta. Se encuentra en Romanos 5:3: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia”. Hay un indicio: el sufrimiento, o la tribulación, produce paciencia y perseverancia ¿Perseverancia en qué? En la fe ¿Cómo? Derribando los pilares de la autosuficiencia  (de la confianza en las cosas y en las personas), poniéndola bajo nuestros pies, y dándonos más confianza en Dios (vea 2da a los Corintios 1:8-9).

Si no hubiera aflicciones y dificultades, problemas y dolores, nuestros corazones caídos de la gracia se enamorarían de las comodidades, los placeres, la seguridad financiera de este mundo en lugar de enamorarse profundamente de la herencia que tenemos más allá de este mundo, es decir, Dios mismo. Para nosotros, el sufrimiento es como una gran misericordia que se nos asigna en esta vida para impedirnos amar este mundo más de lo que debiéramos y para hacernos confiar aún más en Dios, quien levanta a los muertos.“Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:22).

No hay otra manera. No se resienta por ellas. Son difíciles de soportar. Sé que lo son. Pero si usted mantiene su herencia frente a usted, y si Dios le da la gracia de ver lo que Pablo llama “las riquezas de la gloria de su herencia en los santos”, entonces ¿no dirá junto con el apóstol: “…considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada”?

¡Mi carruaje está roto!

Imagínese esta vida como un viaje para recibir la herencia espectacular. Le protegerá de la idolatría y aminorará todas sus cargas, y callará todas sus murmuraciones.

El anciano John Newton lo vio de esta manera:

Suponga que un hombre va a Nueva York para apropiarse de un gran estado, y su carruaje se rompe una milla antes de llegar a la ciudad, lo que le obligó a andar el resto del camino; pensaríamos que es  un tonto, si lo viéramos palmeando con sus manos y lloriqueando durante el resto de la milla: « ¡Mi carruaje está roto!», « ¡Mi carruaje está roto!». (Richard Cecil, Memoirs of the Rev. John Newton, en The Works of the Rev. John Newton, Vol. 1 (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1985), p. 108.)

Amén.