Fuiste creado para cantar
Dios te creó a su imagen para soñar, obrar, reír, amar, trabajar, esperar, comer y disfrutar las buenas dádivas de este mundo.
“Un hombre es una noble obra de Dios”, dijo el predicador del siglo diecinueve Charles Spurgeon, “no puede haber sido creado meramente para medir yardas de seda, o para pesar libras de azúcar, o para barrer cruces de calles, o para ponerse coronas, y túnicas, y diamantes. Hay algo más grandioso para el hombre”.
Sí, y lo más grandioso de todo: Dios te creó para adorar, alabar, y cantar.
La belleza de Cristo es la causa de nuestras canciones. Su gloria saca adoración desde nuestros corazones a nuestros labios (Apocalipsis 5:6-14; 7:9-12).
Esta adoración Cristo-céntrica, llena de gratitud, es la piedra angular de todo lo demás que somos y hacemos en esta vida (1 Corintios 10:30-31; Colosenses 3:17).
Y por tanto cantamos.
Con lo mejor de nuestra capacidad, cantamos en nuestros hogares.
Cantamos con nuestras familias.
Cantamos solos en nuestros automóviles de camino al trabajo.
Cantamos juntos los domingos.
Y mientras levantamos nuestras voces en la iglesia estamos “hablando entre nosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con nuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre” (Efesios 5:19-20, LBLA).
¿Cómo, entonces, “hablamos entre nosotros” al cantar?
El pastor Rick Gamache lo explica así:
Hemos venido aquí para adorar juntos –para responder apropiadamente como iglesia a la gloria de Dios en Cristo. Y cuando hacemos eso, estamos cumpliendo la razón por la que fuimos creados. Y mientras hacemos eso, mientras cantamos, estamos ayudando a otros a cumplir la razón por la que ellos fueron creados.
Tal vez llegaron aquí agobiados por sus circunstancias y sus corazones están fríos, pero cuando ellos te escuchan cantar de la soberanía, sabiduría y amor de Dios, la carga es levantada y también ellos levantan sus voces en canción contigo.
Tal vez ellos vinieron cargados por el conocimiento de su propio pecado, pero cuando te escuchan cantar acerca de Cristo, que murió en nuestro lugar para cargar el castigo de nuestro pecado, y quien vivió una vida justa que es ahora acreditada a nuestra cuenta, el peso es levantado y el corazón es ablandado y ellos se unen a ti y levantan sus voces en canción.
Mientras cantamos, nuestro deleite en Cristo, producido por el Espíritu, ministra a los cargados, los empuja a mirar más allá de las aflicciones que están cargando, les señala de nuevo a Cristo, y los anima a unirse nuevamente al placer de participar en aquello para lo que todos nosotros fuimos creados –adorar a nuestro glorioso Salvador.