No tienes que planificarlo todo
Dios no desea que planifiques todo.
No me malinterpretes. La planificación es algo hermoso. Dios es un planificador magnífico, en la grandeza del universo y en las moléculas más pequeñas. Muchas cosas en la vida sencillamente no suceden sin planificación. Los estadios no se construyen, los sistemas cloacales no se instalan, las redes de energía eléctrica no se mantienen, los niños no se educan, los libros no se escriben, las iglesias no se plantan, las personas no pierden peso, y a menudo el tiempo de oración no sucede sin un plan.
El ministerio escasamente programado de Jesús
Sin embargo, los encuentros más poderosos registrados en el ministerio de Jesús al parecer tuvieron lugar durante momentos inesperados, informales y nada programados. Si le das una ojeada al Evangelio de Juan, verás a qué me refiero. La mayoría de los episodios que Juan registró del ministerio de Jesús —desde su bautismo hasta sus apariciones después de la resurrección— fueron experimentados por sus seguidores y observadores como eventos no planificados y espontáneos.
En otras palabras, la imagen que obtenemos de la estrategia del ministerio terrenal de Jesús no es un plan perfectamente estructurado de tres años con una programación de viajes detallada y un itinerario de predicación ejecutados eficientemente. En vez de eso, lo que vemos es que Jesús permanecía en un estado de oración constante, confiado del plan del Padre y esperando Su iniciativa (Juan 5:19), y que en respuesta a esa iniciativa Él tomaba la decisión de permanecer o viajar, dar un sermón o sanar, decisiones que desde una perspectiva humana parecían espontáneas.
No por poder ni por fuerza, sino por el Espíritu
Entonces ¿qué significa esto para los cristianos occidentales del siglo XXI que viven en una cultura tecnológica muy compleja donde se da muchísimo valor a la planificación estratégica en cada área de la vida, desde el ejercicio hasta la escuela, la crianza de nuestros hijos, el trabajo de jardinería y nuestro ritmo de vida de 9 a. m. a 5 p. m.? Debemos ser conscientes de nuestros valores culturales y evaluarlos críticamente. De nuestra cultura aprendemos que tiene éxito quien hace una planificación y ejecución eficaz. Absorbemos este valor por el solo hecho de vivir en nuestro mundo.
Sin embargo, los ejemplos que encontramos en los Evangelios y Hechos nos muestran que el reino de Dios está siendo edificado de acuerdo con “el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios” (Hechos 2:23), no el nuestro (Isaías 58:8-9). No podemos construir el reino de Dios como si fuera el nuevo estadio de miles de millones de dólares que se está construyendo en Minneapolis. El éxito para nosotros no es meramente una combinación de las metas correctas, el plano correcto, el presupuesto correcto, los recursos correctos, la línea cronológica correcta, el talento correcto y los materiales correctos. La razón es que a menudo ni siquiera sabemos cuáles son los factores clave del ministerio; no sabemos cómo se ven la fidelidad y la productividad en una situación o relación en particular.
El plan deliberado de Dios es edificar su reino mediante las obras de su Espíritu soberano en vez de por pura fuerza y poder humano (Zacarías 4:6). Dios elige intencionalmente edificar su reino usando medios y personas que desde un punto de vista mundano son débiles y tontos (1 Corintios 1:22-29). Dios se propone edificar su reino de formas que son diferentes de las formas en que generalmente funciona el mundo, porque su reino es una nueva creación, no parte de la antigua (2 Corintios 5:17). Es un nuevo orden del mundo (Isaías 65:17). Por lo tanto, es muy importante para Dios que nosotros, como ciudadanos de su país, que es mejor y celestial (Hebreos 11:16), no depositemos nuestra fe “en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:5).
Algunas preguntas de diagnóstico
Esa es una razón significativa por la que Dios eligió moverse como lo hizo en los Evangelios y Hechos. Deseaba mostrarle al mundo que Él existe y que recompensa a quienes lo buscan (Hebreos 11:6); deseaba también que su pueblo no dependiera de su propia sabiduría, sino que fuera devoto en oración, estuviera atento y respondiera con fe cuando Él obra de formas inesperadas.
Y esta razón no ha cambiado.
Dadas nuestras presunciones culturales, debemos preguntarnos a nosotros mismos, ¿cuánto oramos por nuestros planes y programas? Me refiero a ser realmente personas de oración.
¿Realmente le estamos pidiendo a Dios cosas específicas?
¿Realmente estamos escuchando? ¿Realmente estamos observando con atención?
¿Somos flexibles? ¿Estamos dispuestos a responder a un movimiento inesperado de Dios que se salga de nuestros planes?
¿Será que las estructuras que hemos construido en nuestras vidas y ministerios siquiera lo permiten?
¿Deseamos siquiera que Dios se mueva de tales formas?
Son simplemente preguntas. Me las estoy haciendo ahora a mí mismo, así que se las hago también a ustedes. Es un ejercicio de diagnóstico. Nosotros, que a menudo nos enamoramos de nuestros planes y programas, debemos cuestionarnos nuestras presunciones culturales. Debemos comparar nuestras vidas con la de Jesús y la iglesia primitiva, y dejar que ellas nos hablen sobre nosotros y nuestras estrategias.
Dios no está en contra de los planes y programas ministeriales. La adoración ampliamente estructurada del templo que se describe en Levítico, la administración compleja y multidimensional requerida para gobernar Israel, y el ritmo normativo de la adoración corporativa y la vida en comunidad del Nuevo Testamento nos lo demuestran. Dios es glorificado por la buena planificación.
Pero Dios no desea ni pretende que planeemos todo. Él está trabajando en un plan meticulosamente detallado y quiere que sigamos ese plan, quizás más de lo que lo hacemos hoy en día. Preguntémonos a nosotros mismos si no nos estamos apoyando —y en qué áreas— en nuestro propio entendimiento al buscar el avance del reino de Dios.