No puedes arrestar el evangelio
Fue una lección en la escuela de la vida para un líder joven y prometedor.
Una multitud se había reunido en un centro urbano, lista para escucharlo hablar. Él se levantó para la ocasión, sintiendo una fresca unción del Espíritu Santo. Habló con convicción y claridad y encontró una notable acogida entre las personas.
Pero la manera tan explícita en la cual se enseñaba acerca de Jesús llegó a oídos de las autoridades causando irritación. Pronto estas descendieron sobre el joven agitador, y tanto él como su compañero de ministerio pasaron la noche en custodia antes de enfrentar una interrogación el día siguiente.
Pero su coraje no había sido en vano. Puede que hubiesen arrestado a Pedro y a su compañero Juan (Hechos 4:3), pero “muchos de los que habían oído el mensaje creyeron, llegando el número de los hombres como a cinco mil” (Hechos 4:4, LBLA).
El arresto no hundió el avance del evangelio. Los dos fueron de la mano.
La anomalía americana
Los días de la persecución al evangelio en los Estados Unidos ya no son algo que cuelga en un horizonte distante; ya están aquí, al menos para algunos. Está empezando con los panaderos, los floristas y los fotógrafos. En poco tiempo, el consenso puede ser que la exposición bíblica fiel es un “discurso de odio”.
Durante 350 años, la iglesia en suelo americano ha disfrutado de relativamente poca aflicción por su fidelidad a las Escrituras. Esta nación, sin embargo, es una anomalía en la historia de la iglesia. Y esos días están pasando más rápido de lo que muchos esperamos.
Una vez las creencias más básicas y morales del cristianismo fueron dadas por sentadas no sólo en la iglesia, sino también en la sociedad en general. Muchas de las más profundas afirmaciones que sostenemos, que una vez no fueron controversiales, ahora están completamente bajo asalto, desde adentro y desde afuera. Salvo algún cambio en la trayectoria, sólo será cuestión de tiempo antes de que algunos de nuestros líderes estén también en custodia.
No piensen que es extraño
No entremos en pánico. Durante dos mil años, esto ha sido lo que significa identificarse con Cristo en el mundo –la experiencia normal de aquellos que siguen a un hombre que fue crucificado–. El sufrimiento por el evangelio no fue sólo tolerado en la iglesia primitiva; fue esperado. Pedro aprendió la lección en Hechos 4, y otra vez en Hechos 5. Luego Esteban fue apedreado en Hechos 7. Después de Hechos 3, sólo tres de los restantes 25 capítulos del libro no mencionan persecución.
La historia de la iglesia primitiva enciende oposición y opresión. Eso mismo escribe Pedro: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo” (1 Pedro 4:12).
Por ahora, engañados por la historia americana, estamos inclinados a pensar que esto es extraño. Estamos sorprendidos. “¡Devuélvannos nuestro país!”. Nuestras reacciones airadas y desesperadas muestran cuán desalineados estamos con el tenor del Nuevo Testamento. Lo que consideramos nuestros derechos y nuestro resentimiento revela un corazón ajeno a la realidad de “una patria mejor, es decir, celestial” (Hebreos 11:16).
Muy pronto, sin embargo, nuestras expectativas tendrán que ajustarse a lo que es normal para la verdadera iglesia en otros tiempos y lugares. Nos daremos cuenta más y más que cuando proclamamos un evangelio como el nuestro, y hacemos la clase de afirmaciones que hacemos, el mundo no lo recibirá bien. Para los cristianos es realmente extraño no ser perseguidos.
A través de muchas tribulaciones
Jesús dijo: “Un siervo no es mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también os perseguirán a vosotros” (Juan 15:20). Pablo tomó el refrán: “Y en verdad, todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos” (2 Timoteo 3:12). Las Escrituras parecen sugerir que deberíamos estar más preocupados si no estamos siendo perseguidos que si lo estamos.
Abrazar la persecución por causa del evangelio es cristianismo básico. ¿Cómo ministraron Pablo y Bernabé a las iglesias? “Volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, fortaleciendo los ánimos de los discípulos, exhortándolos a que perseveraran en la fe, y diciendo: Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hechos 14:21-22). Es una palabra sobria, pero no una causa de desesperación.
Arresto y avance, juntos
Decir que sufriremos oposición no es decir que la propagación del evangelio será obstaculizada. De hecho, lo que aprendemos de Pedro y Juan en Hechos 4:3-4, de la vida del apóstol Pablo, y de Jesús mismo, es que el arresto y el avance van juntos en la historia invencible de Dios.
Lo mismo es cierto hoy, y lo será mañana. Encontraremos que nuestras nuevas oposiciones y aflicciones, aun siendo difíciles y dolorosas, son un buen y fructífero fenómeno. Será cada vez más como en el primer siglo, cuando el evangelio fue atacado por todos lados, y se propagó como un fuego salvaje.
Pablo describe esto poderosamente desde la celda de una prisión en Roma. Veamos la ironía.
Y quiero que sepáis, hermanos, que las circunstancias en que me he visto, han redundado en el mayor progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones por la causa de Cristo se han hecho notorias en toda la guardia pretoriana y a todos los demás; y que la mayoría de los hermanos, confiando en el Señor por causa de mis prisiones, tienen mucho más valor para hablar la palabra de Dios sin temor (Filipenses 1:12-14).
No se puede arrestar el evangelio. De hecho, cuando metes en prisión a uno de aquellos cuyas palabras y vida valientemente declaran las buenas noticias de Jesús, solamente estás ayudando a que crezca y se propague. Puedes encadenar los pies del mensajero, pero su mensaje correrá. “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, conforme a mi evangelio; por el cual sufro penalidades, hasta el encarcelamiento como un malhechor; pero la palabra de Dios no está presa” (2 Timoteo 2:8-9).
Aflicción aceptada con gozo
Pero nuestro mensaje no correrá si vamos pateando y gritando. No son los que murmuran o discuten los que resplandecen como luminares en medio de una generación torcida y perversa (Filipenses 2:14-15). Más bien, son aquellos que abrazan el sufrimiento en el nombre de Jesús con gozo.
Antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, dichosos sois, pues el Espíritu de gloria y de Dios reposa sobre vosotros (1 Pedro 4:13-14).
Los cristianos no son un pueblo austero, ni siquiera en medio de un calabozo. No nos quejamos y nos torcemos de dolor mientras la sociedad se alinea contra nosotros y nuestras convicciones. Rogamos. Nos dolemos. Pero tras todo eso tenemos fortalezas intocables de gozo. Aún en los peores días, llenos de inconvenientes, en los que estamos más solos, nos gozamos. Los días de sufrimientos son buenos días para el avance del evangelio. Tenemos una gran razón para ser optimistas acerca de nuestras buenas noticias, para “aceptar con gozo” la prisión, el despojo de nuestras posesiones e incluso de nuestra libertad.
Después de todo, ellos pueden tomar nuestras libertades civiles, disminuir nuestros salarios y ensuciar nuestros nombres, pero no pueden tomar nuestro Tesoro, quien es “una mejor y más duradera posesión”.
Así que, no nos sorprendemos. No nos retiramos. En vez de eso, fundamentados en las eternas promesas de Dios, armados con gozo en Él, y convencidos de la victoria final, nos preparamos para cualquier oposición que venga. Tal vez, algún día se dirá de nosotros:
Soportasteis una gran lucha de padecimientos; por una parte, siendo hechos un espectáculo público en oprobios y aflicciones, y por otra, siendo compañeros de los que eran tratados así. Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis para vosotros mismos una mejor y más duradera posesión (Hebreos 10:32-34)