Tú puedes vencer la distracción
Según todas las fuentes, parecemos ser la civilización más distraída en la historia del mundo. Estamos cada vez más fragmentados en nuestra atención y alejándonos incansablemente de las cosas más básicas que nos hacen humanos.
El problema es urgente especialmente para los cristianos. Creemos que la persona interior es más importante que la exterior, y que el lugar en que enfocamos nuestros mentes y corazones hoy, tiene una importancia eterna. La esencia misma de lo que creemos que es verdad sobre el mundo depende de dónde dirigimos nuestra atención.
En tales tiempos, es cada vez más importante que reconozcamos que de verdad podemos dirigir nuestra atención. No estamos indefensos en nuestro caótico entorno. No somos animales. Nuestras mentes llevan puesta una brida que nosotros sujetamos. De verdad podemos controlar nuestros pensamientos.
El Espíritu Santo tiene el ministerio de producir en nosotros el autocontrol. Como Martin Lutero dijo tan memorablemente, es posible que no podamos evitar que las aves vuelen sobre nuestra cabeza, pero podemos evitar que construyan un nido en nuestro cabello.
Poniendo nuestra mente
Uno de los problemas más urgentes y prácticos de la vida cristiana – allí mismo en las páginas del Nuevo Testamento y experiencialmente hoy – es hacia dónde y cómo dirigimos nuestras mentes. Donde pongamos nuestras mentes, y el plano de la realidad al que calibremos nuestros corazones, marca toda la diferencia entre escuchar a Jesús decir, como le sucedió a Pedro, “Bienaventurado eres” (Mateo 16:17), o, “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” (Mateo 16:23).
¿Por qué fue bendecido Pedro cuando declaró que Jesús era el Cristo? “Porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos.” (Mateo 16:17, LBLA). En vez de sintonizar sus oídos a los simples mortales y a las distracciones conversacionales del día, Pedro tomó sus señales decisivas de Dios.
¿Por qué, entonces, sólo cinco versículos más adelante en el Evangelio de Mateo, Pedro se puso en el lugar de Satanás? Jesús no nos deja en la oscuridad: “Porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23). Bendición o maldición, escuchar a Dios o actuar como Satanás, todo se redujo a dónde Pedro puso su mente.
La vida y la muerte están en juego
El Nuevo Testamento deja claro que el lugar donde ponemos nuestras mentes no es analógico, sino digital. O están puestas en las cosas de Dios o en las de los hombres. Para ponerlo en términos de Colosenses 3:2, ponemos nuestras mentes ya sea en “las cosas de arriba” o “en cosas que están en la tierra”. O como escribe Pablo en Romanos 8, “las cosas de la carne” o “las cosas del Espíritu”:
Porque los que viven conforme a la carne, ponen la mente en las cosas de la carne, pero los que viven conforme al Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz; ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios. (Romanos 8:5-8)
Es una pregunta cada vez más urgente en nuestra era de diversión: ¿Dónde pondremos nuestra mente regularmente – en las cosas de Dios o de los hombres, en los cielos o en la tierra, en el Espíritu o la carne? Los que la ponen en el Espíritu tienen “vida y paz” (Romanos 8:6), y ya no están encerrados en una prisión con la etiqueta "no puede agradar a Dios" (Romanos 8:8). Mientras que de aquellos que tienen sus mentes establecidas en las cosas terrenales, Pablo dice, “[su] fin es perdición, [su] dios es su apetito y [su] gloria está en su vergüenza” (Filipenses 3:19).
No hay lugar como el hogar
Una manera en que podemos hablar de lo que significa poner nuestras mentes es preguntarnos dónde se encuentran “como en casa”. Así como la mayoría de nosotros tenemos un lugar que llamamos “hogar”, donde típicamente nos acostamos, nos despertamos y volvemos por defecto cuando no estamos en otro lugar a propósito, también nuestras mentes (y corazones) vuelven a algún “hogar” cuando no los estamos presionando para un uso específico.
Colosenses 3 nos da una idea importante de lo que significa poner la mente arriba. ¿Por qué colocar nuestras mentes en las cosas de “arriba”? Colosenses 3:1 lo aclara: arriba “donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios”. ¿Por qué esta reorientación regular de nuestras vidas sobre Cristo? Porque Él es nuestra vida. Versículo 3: “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”.
Si estamos en Cristo, Él es nuestra vida. Y nos llama a participar en el mundo donde vivimos, como Él oró a su Padre, “No te ruego que los saques del mundo, sino que los guardes del maligno” (Juan 17:15). Jesús dice, “Los he enviado al mundo” (Juan 17:18). Sería desobediente para nosotros tratar de salirnos de nuestros llamamientos terrenales en la vida, y sería trágico perder nuestro enfoque incansable en la Fuente misma de esa vida, que está sentada en los cielos.
Podemos poner nuestra tu mente
“Poner nuestras mentes” como cristianos no significa que solamente pensamos en Dios y en el cielo, sino que, mientras participamos en nuestro llamamiento terrenal, – en nuestros hogares, en el trabajo, en el mundo – no le damos la espalda a Dios mentalmente. Desde luego, Él no será el centro explícito y consciente de todos nuestros pensamientos mientras estamos despiertos, y no espera serlo. Nos dio mentes humanas finitas con capacidades restringidas para concentrarnos, pero hemos de desear que Jesús esté siempre alto en el horizonte de nuestra conciencia, siempre en nuestro campo de visión, reajustando constantemente nuestras mentes para adaptarnos a nuestros llamamientos aquí abajo.
Podemos dirigir nuestra mente, y ponerla en algún sitio – o, si la dejamos sola, irá a algún lado. La pregunta no es si nuestra mente encontrará un hogar al que regresar, sino cuál será el valor predeterminado. ¿Estaremos preocupados con una cosa pequeña tras otra: un deporte o equipo favorito, nuestro aspecto, cuánto dinero ganamos, cuán conocidos somos, qué nos gustaría tener, o qué mejoras nos gustaría realizar en nuestra vida aquí? ¿O pondremos esfuerzo mental para hacer de nuestra mente el hogar de las cosas del Padre (Mateo 16:23), el Hijo (Colosenses 3:1-3), y el Espíritu (Romanos 8:5-7)?
¿Permitiremos que nuestra era de diversión acabe royendo nuestra propia humanidad? ¿O lucharemos con la fuerza que Dios provee (1 Pedro 4:11) por su Espíritu, para restablecer nuestras mentes a lo que realmente importa, y que nos hace verdaderamente efectivos en la tierra?