Adorar en la oscuridad
“El Salmo 88 no es como los otros”, me comentó recientemente un amigo. “La mayoría de los salmos terminan en una nota alta de esperanza, pero el Salmo 88 no”.
Es verdad. Este salmo es diferente. Las palabras finales no son las que esperaríamos. No son lo que estamos acostumbrados a ver. Sin duda, los salmos están llenos de lamentos, a menudo amargos e intensos, pero al menos terminan con esperanza. Sin embargo, el Salmo 88 comienza con dolor: “De día y de noche he clamado delane de ti” (versículo 1), y después termina en dolor: “Mis amistades son las tinieblas” (versículo 18).
¿Por qué estás aquí?
“Mis amistades son las tinieblas” —o como dice la Reina-Valera: “Y a mis conocidos has puesto en tinieblas”. En otras palabras, sus amigos no están. Lo han abandonado. El único compañero que tiene ahora es la oscuridad. La nada ha sido personificada. Vacío. Ausencia. Al menos, así es como él se siente —y así es como termina el salmo.
Luego está el silencio incómodo. Está ese momento intermedio en que terminamos de leer y comenzamos a tratar de entender lo que hemos leído. Está la incipiente pregunta, la que empuja a través del dolor agudo del vacío que comenzamos a sentir —ya sea porque simpatizamos con el salmista o porque él ha descrito nuestro propio dolor . . .¿Por qué está este salmo aquí? ¿Cómo llegó a la Biblia?
Deberíamos preguntarnos eso. Después de todo, los Salmos están destinados a guiar a la iglesia en la adoración. Componen, como dice Bonhoeffer, el “libro de oraciones” de la Biblia. Modelan para nosotros —como la poesía antigua de un corazón atemporal— cómo el pueblo de Dios viene a Dios. Entonces, ¿por qué incluirían un salmo tan desesperanzado?
Porque a veces tenemos que venir a Dios en medio de la oscuridad.
Desde, en y a través
A veces, el peso de nuestras pruebas es tan severo que sentimos que no podemos mantenernos a flote. El dolor es tan cruel, el malestar es tan denso, que no podemos imaginar que nuestra situación cambiará. No podemos ver la sanidad. No podemos articular la esperanza. Y cuando lo intentamos, solo duele más. Preferimos no orar. Preferimos no abrir los ojos de nuestra mente —no con toda esta destrucción, no cuando está tan oscuro.
Pero el Salmo 88 nos muestra cómo.
Aunque este salmo parezca tan nublado, no deberíamos perdernos el punto más obvio. Sí, el salmista dice que su alma está llena de problemas, que su vida se acerca a la tumba, que se siente como un hombre muerto, como alguien olvidado, que parece como si Dios lo hubiese aislado en regiones oscuras y profundas, que se está ahogando, que no puede escapar, que su vida es un horror, que está abatido, ignorado, afligido, rechazado —pero le está contando todo esto a Dios.
Continúa hablando —desde el dolor, en el dolor y a través del dolor. Incluso si lo hace con los susurros más tenues, incluso si es con los gemidos incoherentes de un alma atribulada, mira hacia el cielo y dice: Aquí es donde estoy, Dios. Así de oscuro se siente.
Nunca solo
Podemos venir a Dios así. Lastimados y quebrados, sin importar nada, aún así podemos venir. Todavía podemos venir porque —y debemos recordarlo— Dios no le teme a la oscuridad.
Jesús ha estado allí antes, ¿sabías? En el día más oscuro de todos, desde una colina llamada La Calavera, después de clamar desamparado, después de decir consumado es, después de que ellos cerraron el sello de piedra sobre la tumba más sombría, Jesús fue allí. Y Él fue allí por ti.
Se tragó la verdadera oscuridad para que, por más abandonado que pueda sentirse su pueblo, tan alienado como puedan parecer sus mundos, Él nunca los deja ir allí solos. Él camina ese camino con nosotros. Él ora esas oraciones con nosotros. Él nos llena con su Espíritu, y por su gracia levanta nuestras almas agobiadas. Por su cruz y victoria, porque miró a la muerte a los ojos y volvió a la vida tres días después, Jesús nos sostiene cuando duele. Él nos lleva a adorar en la oscuridad.