¿Por qué desean ser felices?
En base a los libros que he leído, los sermones que he escuchado y las conversaciones que he tenido, es claro que muchos cristianos creen que el deseo de la humanidad de ser felices fue concebido en la caída y es parte de la maldición. Por tanto, el deseo de ser feliz a menudo se asume que es el deseo de pecar.
Pero, ¿qué tal si nuestro deseo de ser felices fuera un don diseñado por Dios antes de que el pecado ingresara al mundo? Si creyéramos esto, ¿cómo afectaría nuestras vidas, nuestra paternidad, nuestro ministerio, nuestro entretenimiento, y nuestras relaciones? ¿Cómo afectaría nuestro enfoque al compartir el evangelio?
Un anhelo escrito en nuestros corazones
Agustín preguntó retóricamente, “¿No será una vida feliz eso que todos desean, y existe alguien que no la desee?” Añadió, “Pero ¿dónde adquirieron el conocimiento de ello, que tanto lo desean? ¿Dónde lo habrán visto, que tanto lo adoran?” (Confesiones).
Dios ha escrito su ley sobre nuestros corazones (Romanos 2:15). Esa es una evidencia convincente de que Él también ha escrito en nuestros corazones un deseo poderoso por la felicidad. De hecho, este ha sido el consenso de los teólogos a lo largo de la historia de la iglesia. Ya que heredamos nuestra naturaleza pecadora de Adán, es probable que también heredáramos un sentido de su felicidad y la de Eva previo a la caída. ¿Por qué otra razón anhelamos algo mejor que el único mundo en el cual siempre hemos vivido?
Antes de la caída, Adán y Eva anticipaban sin duda buena comida, la cual probablemente tenía un sabor incluso mejor de lo que imaginaban. Pero después de la caída, lo opuesto se volvió realidad. Esperamos más de la comida, del trabajo, de las relaciones, y todo lo demás que experimentamos. Vivimos en un mundo oscurecido, pero nuestras decepciones demuestran que retenemos las expectativas y esperanzas de un mundo más brillante.
La evolución no tiene Edén
Si fuésemos el simple producto de la selección natural y supervivencia del más apto, no tendríamos base para creer que existió alguna felicidad ancestral. Pero incluso aquellos a los que nunca se les ha enseñado acerca de la caída y la maldición, saben por instinto que algo está seriamente mal en este mundo. Tenemos nostalgia de un Edén del cual solo hemos probado pistas. Estas pistas son sólo gotas de agua en nuestras bocas secas, causándonos que ansiemos y busquemos ríos de agua pura y fría.
El obispo anglicano J.C. Ryle (1816–1900) escribió, “la felicidad es lo que toda la humanidad desea obtener — el deseo de ella está profundamente plantado en el corazón humano” (Religión Práctica).
Si este deseo está “profundamente plantado” en nuestros corazones, ¿quién lo plantó? Si no fue Dios, ¿quién más? ¿Satanás? El demonio no es feliz y no tiene felicidad para dar. Es un mentiroso y un asesino, esparciendo veneno para ratas en envoltorios alegres. Nos odia a nosotros y a Dios, y su estrategia es convencernos de buscar la felicidad donde sea, menos en su única Fuente primordial.
Las buenas nuevas de la felicidad de Dios
¿Adán y Eva deseaban la felicidad antes que pecaran? ¿Disfrutaban la comida que Dios les daba porque sabía dulce? ¿Se sentaban en el sol porque se sentía cálido o saltaban al agua porque se sentía refrescante? ¿Y estaba Dios complacido o disgustado cuando lo hacían? Nuestras respuestas afectarán dramáticamente la forma en que vemos tanto a Dios como al mundo. Si creemos que Dios es feliz, entonces tiene sentido que esa parte del ser hecha a su imagen tenga tanto el deseo como la capacidad para la felicidad.
Tristemente, los seguidores de Cristo dicen rutinariamente cosas como, “Dios no desea que seas feliz; desea que seas santo”. Pero la santidad y la felicidad son dos lados de la misma moneda - no nos atrevemos a enfrentarlas una contra la otra.
No todos los intentos a la santidad honran a Dios, del mismo modo que no todos los intentos a la felicidad lo honran. Los Fariseos tenían un deseo apasionado por ser santos en sus propios términos y para su propia gloria. ¿Qué les responde Cristo? “Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre” (Juan 8:44, LBLA). Dios desea que busquemos felicidad verdadera y centrada en Cristo, mientras que Satanás desea que busquemos la falsa santidad con orgullo autocongratulatorio.
Otros Cristianos dicen, “Dios desea que seas bendecido, no feliz”, o “Dios está interesado en tu crecimiento, no en tu felicidad”. Dichas declaraciones pueden sonar espirituales, pero no lo son. ¿El falso mensaje de que Dios no desea que seamos felices realmente promueve lo que las Escrituras llaman las “buenas nuevas de gozo” (Isaías 52:7), o en realidad oscurece el evangelio?
¿Qué buen padre no desea que sus hijos sean felices; deleitarlos de cosas buenas? Si le decimos a nuestras iglesias y a nuestros hijos que Dios no desea que sean felices, ¿qué les estamos enseñando? ¿Que Dios no es un buen Padre? ¿Deberíamos estar sorprendidos cuando los hijos que crecen con que este mensaje se alejan de Dios, de la Biblia, y de la iglesia para buscar del mundo la felicidad que nuestro Creador les programó para desear? Como escribió Tomás Aquino, “El hombre es incapaz de no desear ser feliz” (Suma Teológica).
Felicidad en Jesús
Al crear distancia entre el evangelio y la felicidad, enviamos el mensaje no bíblico de que la fe cristiana es triste y aburrida. Deberíamos hablar en contra del pecado, pero ensalzar a Cristo como la felicidad que todos anhelan. Si no lo hacemos, entonces nos volvemos responsables en parte por la trágica y extendida percepción del mundo de que el cristianismo quita la felicidad, en vez de darla.
Al separar a Dios de la felicidad y de nuestro anhelo por la felicidad, se socava el atractivo de Dios y el encanto de la cosmovisión cristiana. Cuando enviamos el mensaje, “Dios no desea que seas feliz”, podríamos decir también, “Dios no desea que respires”. Cuando decimos, “Dejen de desear ser felices”, es como decir, “Dejen de tener sed”.
Las personas deben respirar, beber y buscar la felicidad porque así es como Dios nos hizo. La pregunta real es si respiraremos aire limpio, si beberemos agua pura, y si buscaremos nuestra felicidad en Jesús.