Cuando Dios dice que esperes
La vida de fe incluye el milagro de ver por encima de nuestras circunstancias; implica que nos aferramos a lo invisible que nos ha sido prometido, de forma que orientamos nuestra vida en el momento presente hacia lo que está por venir.
El Salmo 37 nos exhorta que llevemos adelante este tipo de vida y, de hecho, nos muestra cómo es. David comienza el salmo con una esperanza acerca de los tiempos finales:
No te irrites a causa de los malhechores; no tengas envidia de los que practican la iniquidad. Porque como la hierba pronto se secarán, y se marchitarán como la hierba verde (Salmos 37:1-2).
Él dice que los malvados serán cortados el día de la venida del juicio de Dios y, por lo tanto, no necesitamos preocuparnos por ellos ahora. Un día, un nuevo mundo amanecerá y la justicia de Dios se manifestará plenamente: quienes no lo conocen serán castigados y quienes confían en Él serán salvos (2 Tesalonicenses 1:6-10).
Dicho en términos simples, David nos señaló lo que será la base de nuestro futuro según la forma en que actuemos en el presente. Esta fórmula sencilla nos brinda una vista aérea de lo que sucede en este “salmo de sabiduría”. El salmista sigue estableciendo un contraste común entre lo perverso y lo justo y nos dice que, a la luz de nuestro futuro, sigamos esperando. Que aguardemos ahí mismo.
Esto es lo que dice el salmo y, en muchos sentidos, así es también la vida cristiana.
Simplemente esperen
Lejos de ser un floreciente triunfo o una historia de éxito fácil o sobre lo mejor de nosotros en este momento, los salmos nos enseñan a sobrevivir. Nos enseñan a vivir con esperanza cuando la escena que nos rodea se parece más a Babilonia que a la nueva Jerusalén. Porque, claramente, este lugar no es la nueva Jerusalén.
No podemos evitar preguntarnos si la razón por la cual los salmos en ocasiones nos parecen extraños —por todas esas quejas sobre los malhechores y las conspiraciones de los perversos— es que nos hemos acostumbrado y estamos muy cómodos con la corrupción de Babilonia. ¿Acaso hemos llegado a pensar que la prosperidad de los Estados Unidos es la norma de la existencia cristiana actual? ¿Hemos dejado que todo lo bueno que nos da el mundo nos impida ver las cosas importantes que no nos puede dar?
Tal vez, pero los salmos no nos dejarán tranquilos. No lo harán, especialmente el Salmo 37.
Una vez más David nos enseña cómo es la vida de fe. No es el tipo de vida perfecta encerrados en un estudio, donde todo está bien y los niños no gritan. Es la vida de la conmoción, el caos, el bullicio, el ajetreo de la selva de este mundo manchado de pecado, donde los automóviles se descomponen, los padres buenos se enferman de cáncer y siete de nuestros hermanos egipcios aparecen acribillados en Bengasi.
Esperen ahí, nos dice. Simplemente esperen.
Una espera activa
¿Qué significa esperar así? David nos lo muestra y tal vez nos tome por sorpresa. Puede que estemos acostumbrados a la idea de que esperar significa refugiarnos, que aguardar significa esconderse, pero eso no es lo que él dice.
En los versículos 3 al 7, repitiendo una construcción similar, él nos exhorta:
Confía en el Señor . . .
Pon tu delicia en el Señor . . .
Encomienda al Señor tu camino. . .
Confía callado en el Señor . . .
Este es el carácter de nuestra espera y de la vida de fe. Es totalmente activa. Estamos llamados a confiar en Dios. A confiar en Él realmente. No solamente estando al margen, o refugiándonos en los libros, o únicamente en teoría, sino a confiar en Él aquí donde estamos. Debemos confiar en Él y hacer el bien, lo cual implica que nuestra fe se sube las mangas y cava en esta tierra sucia. Confiamos en Dios mientras la suciedad del mundo de Adán queda enterrada bajo nuestras uñas.
Lo que decimos
Y lo hacemos llenos de gozo. Puede que esto sea lo más confuso para los sentimientos de nuestra antigua naturaleza. Cuando las cosas van mal, cuando los perversos desenvainan sus espadas y tensan sus arcos, nosotros nos gozamos porque nuestro gozo está en Dios, no en nuestras circunstancias, ni en la bondad o la maldad que haya en los detalles que nos rodean. Tenemos un abrumador deleite por la fe cuando miramos más allá del dolor y nos asimos de la gloria inconmovible de un Salvador que nunca nos dejará ni nos abandonará, que sabe lo que significa sufrir, que caminó por la senda del más grande sufrimiento para darnos la bienvenida a su presencia, donde hay plenitud de gozo y deleites para siempre.
Así, confiando en Él y haciendo el bien, deleitándonos en Él y deseando cosas de acuerdo con su voluntad, encomendamos nuestro camino a Él. Sabemos que los caballos se alistan para la batalla, pero la victoria es siempre del Señor. Sabemos que a menos que Él vigile, el vigilante se desvela en vano. Este es el humilde freno que nos ayuda a no creer que somos los que están a cargo de la situación. Es el rechazo, con la cabeza inclinada y el alma postrada, a tomar las riendas. Hemos confiado, hemos actuado, nos hemos regocijado y ahora decimos: “Que el Señor haga lo que le parezca bien” (2 Samuel 10:12).
Luego seguimos ante Él. Estamos esperando, después de todo. Esperando. Aguardando ahí. Orientando nuestra vida en el momento presente hacia lo que está por venir.