Cuando Dios interrumpe tus planes
Hace poco estábamos de vacaciones con mi familia cuando Dios interrumpió mis planes. Habíamos viajado cientos de millas para quedarnos en un hotel en la playa. Había organizado pasar un día visitando amigos. Pero entonces, en medio de la noche, justo antes del día libre que había programado, uno de mis hijos despertó enfermo. Pasé todo el día siguiente encerrada, mirando a través de la ventana del hotel el largo trecho de playa que estaba apenas fuera de mi alcance.
Una vida interrumpida
Mi vida está llena de interrupciones, inconvenientes, frustraciones y eventos inesperados. Las cosas se rompen. Ocurren accidentes. El teléfono suena justo cuando entro en la cama. El tráfico me hace llegar tarde. Justo cuando no podemos gastar más, se descompone un electrodoméstico. Enfermedades inesperadas cambian los planes que organicé tan cuidadosamente. Podría seguir con una lista más y más larga. Probablemente ustedes también.
El problema es que, por lo general, no sé lidiar bien con estas interrupciones. Reacciono con frustración y rabia. Como una niña pequeña, quiero patear el piso y decir: “¡No es justo!”. Culpo a los demás por las molestias. Hasta celebro mis propias fiestas de autocompasión.
Aun cuando estas interrupciones son inesperadas y me toman por sorpresa, a Dios no lo toman por sorpresa. No son eventos fortuitos y sin sentido. De hecho, las interrupciones son puestas en mi camino por obra divina y por alguna razón. Dios las utiliza para hacer que me parezca más a Cristo.
El tráfico lento, un hijo enfermo o una reparación costosa no parecen ser instrumentos importantes en nuestra santificación, pero lo son. Por lo general no le damos importancia a estas interrupciones e inconvenientes y en su lugar esperamos que Dios trabaje en nuestra vida a través de circunstancias extraordinarias que marquen un antes y un después. Pero la realidad es que en la vida no ocurren con frecuencia esos grandes acontecimientos que nos hacen confiar en Dios y obedecerle de una manera más profunda. No seremos llamados a construir un arca o a llevar a un hijo único al Monte Moriah. Por el contrario, es en estas pequeñas frustraciones e interrupciones, en las cosas simples de la vida, donde se nos da la oportunidad de confiar en Dios, obedecerle y darle gloria.
Paul Tripp lo explica así:
Usted y yo no vivimos en una serie de momentos importantes y dramáticos. No vivimos pasando de una decisión importante a la otra. Todos vivimos en una serie infinita de momentos pequeños. El carácter de una vida no se define en diez grandes momentos. El carácter de una vida se forma en diez mil pequeños momentos de la vida diaria. Son las luchas que emergen de esos pequeños momentos las que revelan lo que realmente está sucediendo en nuestros corazones (Whiter Than Snow [Más blanco que la nieve], p. 21).
Las interrupciones de la gracia
Estos diez mil pequeños momentos son aquellos en los que los niños nos piden que juguemos un juego justo cuando estamos atareados con otra cosa. Son los momentos en los que estamos atrapados detrás de un autobús escolar cuando ya estamos llegando tarde a una cita, o cuando se nos desinfla una rueda del auto camino al trabajo. Son todos esos momentos del día en los que las cosas no salen como queremos, nuestros planes se ven frustrados y nuestra vida interrumpida.
Es en estos momentos en los que el zapato aprieta cuando nuestra fe es puesta a prueba y miramos hacia abajo para ver si estamos parados sobre la roca o la arena. ¿Creemos realmente que Dios tiene el control sobre todos los detalles de nuestra vida? ¿Creemos realmente que su gracia es suficiente para ayudarnos a sobrellevar el día? ¿Creemos realmente que el evangelio de Cristo tiene poder suficiente no solo para salvarnos eternamente, sino también para sostenernos y fortalecernos en medio de las interrupciones de la vida? ¿Creemos realmente que Cristo es suficiente para satisfacer todas las necesidades más profundas de nuestro corazón?
Estas interrupciones son actos de la gracia de Dios. Nos obligan a examinarnos a la luz de estas preguntas. Nos hacen enfrentar nuestros pecados. Son la manera en que Dios nos quita el velo de los ojos y nos hace ver que necesitamos el evangelio en todo momento del día. Son la luz que brilla en las cavidades más oscuras de nuestro corazón, revelando lo que está allí realmente: los pecados e ídolos que hemos arrinconado en una esquina, pensando que si no podemos verlos, no deben existir.
El recordatorio que necesitamos
Estas interrupciones nos recuerdan que no tenemos la vida resuelta y que no podemos hacerlo solos. Son como la vara del Pastor, que nos saca de nuestro camino errante y nos lleva de regreso hacia el Gran Pastor. Necesitamos estas interrupciones. Más que ninguna otra cosa, nos acercan a la cruz de Cristo, donde recordamos el evangelio y recibimos su gracia y perdón.
Es difícil ver que todos estos pequeños eventos e interrupciones frustrantes que ocurren en nuestro día han sido colocados por Dios como oportunidades para crecer en gracia, pero es así. Y verlos así nos ayuda a dejar de mirar hacia nosotros mismos y a poner nuestros ojos en Cristo, quien se preocupa más por nuestra transformación que por nuestra comodidad diaria. En lugar de darnos una vida fácil, la interrumpe con gracia y nos muestra qué es lo que más necesitamos: él mismo.
¿Y tú? ¿Tu vida está llena de interrupciones? ¿Ves la mano de Dios trabajando en ellas?