Cueste lo que cueste, Señor
Deseamos ser personas que aman a Jesús con todo nuestro corazón, que confíen completamente en Él, siguiéndole con fe, y dar los máximos frutos en su nombre. Deseamos ser colmados por la plenitud de Dios tanto como podamos retener (Efesios 3:19). No deseamos ser tibios (Apocalipsis 3:16), o desperdiciar nuestra corta vida acá en la tierra (Efesios 5:16).
Así que enlacemos nuestras oraciones con solicitudes de cueste lo que cueste.
La oración más segura
A lo largo de los años, muchas personas me han dicho que temen orar “cueste lo que cueste” porque Dios podría de verdad contestar. Y si lo hace, podría hacerlos hacer cosas complicadas o ir a lugares difíciles en los que podrían sufrir. Podría alejar a las personas y cosas que aman. Él podría hacerlos entristecer. El orar cueste lo que cueste se siente peligroso.
Comprendo este temor. También solía sentirlo. Consideramos lo que algunos santos soportaron y pensamos, “No gracias”. Pero si leemos Hebreos 11, nos damos cuenta de que los santos que parecían pagar un costo significativo por seguir completamente a Dios, no eran estoicos sagrados que elegían la obediencia por encima de la felicidad, sino hedonistas santos que, como Jesús, eligieron la obediencia muy costosa en favor de su gozo (Hebreos 12:2). Ellos consideraron que cualquier dificultad valdría la pena, porque el gozo de su recompensa era muy grande (Hebreos 11:26).
Después de años orando cueste lo que cueste, puedo decirles que mis antiguos temores estaban fuera de lugar. Solía tener temor a las cosas incorrectas. No es peligroso orar de esta forma; es peligroso no orar así.
La oración cueste lo que cueste es un medio para experimentar un gozo inefable (1 Pedro 1:8), no tristeza. He aprendido que no elegir solicitarle a Dios que haga las cosas cueste lo que cueste por temor a perder algo, es como si rechazara una cena de Acción de Gracias por temor a abandonar mi bolsa de Cheetos.
Nunca estamos más seguros que cuando estamos en las manos de Jesús (Juan 10:28). Y la forma más segura en la que podemos orar es solicitarle a Dios que haga las cosas cueste lo que cueste para que el gozo de Jesús esté en nosotros y para que nuestro gozo sea perfecto (Juan 15:11).
Dios sólo quiere darnos buenos dones
No deseo confundirlos. Las respuestas de Dios a mis oraciones han resultado en algunas de las experiencias más difíciles de mi vida. Pero escúchenme: No cambiaría ninguna de esas experiencias por nada del mundo. Ellas sólo me han motivado a orar todavía más, debido a la esperanza impregnada de gozo que he saboreado a través de ellas (Romanos 5:2).
Es verdad que Dios a menudo responde nuestras oraciones en formas que no esperamos. Pero sólo hace esto por nuestro bien. Dios siempre nos está siguiendo con bondad y misericordia (Salmos 23:6). Escuchen cómo Jesús describe la disposición del Padre hacia nosotros cuando nos motiva a orar:
“Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?” (Mateo 7:11, LBLA)
“No temas, rebaño pequeño, porque vuestro Padre ha decidido daros el reino”. (Lucas 12:32)
“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho”. (Juan 15:7)
El Padre no tiene ningún deseo de darnos tristeza cuan pedimos gozo (Mateo 7:9–10).
No temamos orar, “Cueste lo que cueste, Señor”
Así que no temamos orar, “Cueste lo que cueste, Señor”. Todo lo que estamos haciendo es pidiendo a nuestro Padre lo que nos hará a nosotros y a los demás más felices (Lucas 11:13; Mateo 13:44; Efesios 1:17–18; Efesios 3:19; Colosenses 4:3). Esto no pondrá en peligro nuestro gozo, sino que resultará en más (Juan 15:11; Salmos 16:11).
Cualquier sospecha que tengamos de que Dios nos hará entristecer en respuesta a nuestras fervorosas oraciones pidiendo más de Él, es un engaño demoníaco. Satanás está arrojando una visión mentirosa sobre las Escrituras y nuestra experiencia, jugando con nuestros temores, para que robarnos el gozo que Dios desea darnos. No debemos dejar que nuestros incrédulos temores determinen la naturaleza de nuestras oraciones.
Esa es la razón por la que en realidad es más peligroso no hacer dichas oraciones. Vivimos en una zona de guerra cósmica, en oposición a potencias espirituales de maldad más allá de nuestras fuerzas (Efesios 6:12). De verdad necesitamos que Dios haga lo necesario cueste lo que cueste para derrotarlas. Y Él a menudo elige hacerlo a través de nuestras oraciones (Romanos 15:18; Filipenses 1:19).
Así que acerquémonos con confianza al trono de gracia (Hebreos 4:16), y pidamos tanto como podamos obtener, cueste lo que cueste. Ya que pedir a Aquél que más amamos para que nos de lo que más necesitamos, nos hará más felices. No debemos temer, porque no hay una oración más segura.