¿Qué si nuestra muerte es disciplina?

Meditación sobre 1 Corintios 11:29-32

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Founder & Teacher, Desiring God

Junto al vivir por Cristo, morir por Él es la cosa más difícil de hacer. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. El asunto es la fe. ¿Confiaremos en Él hasta el final? ¿Descansaremos en su gracia, y no entraremos en el pánico de que estamos destinados al infierno? ¿Seremos capaces de manejar el temor de que nuestra muerte sea castigo, y el preludio de perecer? ¡Oh, cuántas son las dudas sembradas por el maligno! Debemos aprender cómo ahuyentarlo con la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. Así que, aquí está otra parte de nuestra defensa.

Asumamos que hemos pecado de forma temeraria, y que Dios está disgustado. Y supongamos que por esto somos “disciplinados” o “juzgados” por el Señor con alguna enfermedad. Cuidado. No estoy diciendo “castigados” en el sentido de cargar con la pena del pecado. Cristo cargó la pena por todos nuestros pecados (1 Pedro 2:24). Más bien, digo “disciplinados” en el sentido de la reprensión, la corrección, la purificación y la preservación de pecados peores.

¿Pero qué sucede con la muerte? ¿Podría Dios darnos muerte como parte de tal disciplina? El apóstol Pablo dice que Dios algunas veces hace esto. Tratando con el pecado en la Cena del Señor, él escribe:

“Porque el que come y bebe sin discernir correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí. Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y muchos duermen [es decir, han muerto]. Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:29-32, LBLA).

En otras palabras, algunas veces debilitarse, enfermarse y aún morir son la disciplina del Señor. Y el propósito no es condenación. Eso pasó en la cruz. Ahora para nosotros no hay condenación (Romanos 8:1). El propósito, más bien, es que “no seamos condenados con el mundo (v. 32). En otras palabras, algunas veces la muerte es una liberación disciplinaria para salvarnos de la condenación. “Muchos [han muerto]... para que no seamos condenados con el mundo”.

Esta no es la razón por la que muere cada precioso santo de Dios. No saltemos a la conclusión de que nuestra enfermedad o muerte se debe a una trayectoria de pecado de la cual Dios debe rescatarnos. Pero supongamos que esto es lo que pasa.

¿No es alentador? ¿Pensar acerca de esto no nos ayudará a morir con más tranquilidad y con una fe y esperanza más grande? Mi respuesta es que todo en la Biblia tiene el propósito de ayudarnos a morir y de ser alentador para nuestra fe a la luz de la verdad (Romanos 15:4).

¿Cómo, entonces, esta verdad nos fortalece para una muerte llena de esperanza? De la siguiente manera: ¿No es una gran amenaza a nuestra paz el pensamiento de que somos pecadores? ¿El pensamiento de que Dios es soberano y podría levantar esta enfermedad no nos amenaza con sentimientos temerosos de que Él debe estar contra nosotros? ¿Y cómo manejaremos estos temores cuando sabemos que somos pecadores y la corrupción permanece en nosotros? En esos momentos buscamos aliento de la Biblia, que dice que Dios está dispuesto a salvar a creyentes que han pecado y son muy imperfectos.

Sin embargo, sabemos que Dios es santo y odia el pecado, aún el pecado cometido por sus hijos. También sabemos que Dios disciplina a Sus hijos con experiencias dolorosas (Hebreos 12:11). No estamos entre aquellos que dicen que Dios no tiene nada que ver con las dolorosas experiencias de la vida. Así que buscamos ayuda y esperanza de la completamente realista Palabra de Dios. Y la encontramos en 1 Corintios 11:32, que aun la muerte de los santos –incluso la muerte que es “disciplina” y “juicio”– no es condenación, sino salvación. Dios se está llevando a este santo pecador porque Él lo ama tanto que no lo dejará continuar en el pecado.

Este es nuestro sólido aliento. Lo que esto nos dice a todos nosotros es: no necesitamos tener la certeza de si el tiempo de nuestra muerte se debe a nuestro pecar, a la crueldad del maligno (Apocalipsis 2:10), o a otros sabios propósitos de Dios. Lo que necesitamos es la profunda seguridad de que aun si mi muerte se debe a mi propia necedad y pecado, puedo descansar con tranquilidad en el amor de Dios. En ese momento, estas palabras serán inmensurablemente preciosas: el Señor nos disciplina para que no seamos condenados”.

Aprendiendo a morir con todos ustedes,

El Pastor John.