Destruimos los argumentos
¿Por qué es tan difícil de lograr un poco de paz mental?
Bueno, la paz es difícil de lograr cuando se vive en una zona de guerra. Y te guste o no, estás en una guerra muy intensa. Esta guerra es cósmica en sus proporciones. Incluye a Dios, a los seres humanos, a los ángeles, a los demonios, a los principados, a los poderes, a las naciones y a los anticristos.
¿Y sabes dónde está el frente de la batalla? Está en tu cabeza.
Así es como Pablo lo describe en 2 Corintios 10:3-5 (LBLA):
Pues aunque andamos en la carne, no luchamos según la carne; porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo.
¿Dónde está la batalla? Donde están tus pensamientos. ¿Cuáles son las fortalezas que encarcelan espiritualmente a las personas? Los argumentos y las opiniones.
Y los argumentos no son meros bastiones, sino armas de destrucción masiva. Adán y Eva (y todos nosotros con ellos) cayeron a causa de una argumentación. Creyeron en el argumento de la serpiente y dejaron de creer en Dios.
Esa es la esencia mortal del pecado: no creer en Dios. No creer a Dios es aliarse con Satanás, de quien Jesús dijo que "fue un homicida desde el principio, y... no hay verdad en él.... porque es mentiroso y el padre de mentira" (Juan 8:44).
No quieres a Satanás como aliado. Es traicionero. Quiere asesinarte con mentiras.
Controla tus emociones, ya que señalan argumentos. Las emociones, que pueden surgir en ti como impresiones vagas o estados de ánimo, suelen ser respuestas a un argumento. Los estados de ánimo no surgen de la nada. Cuando estamos enojados, desanimados, deprimidos, ansiosos, autocompasivos, temerosos o irritables, es probable que sea porque creemos en algo muy específico.
Combatir el pecado es combatir la incredulidad, o destruir argumentos. Y para combatir eficazmente la incredulidad, debemos convertir las dudas y las tentaciones en argumentos específicos. ¿Qué se nos está afirmando o prometiendo específicamente? Solo entonces podremos destruir los falsos argumentos del enemigo con los verdaderos.
El diablo no quiere que pensemos claramente sobre el pecado. Quiere mantener las cosas vagas para poder encarcelarnos o desarmarnos. Pero Jesús quiere que pensemos con claridad. Él quiere que conozcamos la verdad porque la verdad trae libertad:
Si permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. (Juan 8:31-32)
Así que, como luchadores por la libertad, luchemos contra los "corazones incrédulos" exhortándonos unos a otros cada día (Hebreos 3:12-13) a vivir en la libertad y la paz (Juan 16:33) de la verdad.
Porque nuestras batallas más importantes se ganan y se pierden con argumentos.