Nos quejamos porque olvidamos
Me sorprende cada vez que leo la historia del éxodo. ¿Cómo puede el pueblo de Israel quejarse así? ¿Cómo podrían ser tan ignorantes, tan estúpidos, tan olvidadizos?
El Dios del universo acababa de sacudir al hombre más poderoso sobre la faz de la tierra como a un bebé con una muñeca de trapo. Dios no solo humilló al Faraón; quebrantó su espíritu y reveló su impotencia. Un pueblo esclavo y su Dios lo dejaron a él y a su nación en ruinas. Esta muestra de poder produjo vibraciones en todo el mundo, inspirando temor y asombro.
La enfermedad mortal de la amnesia espiritual
Sin embargo, la respuesta de Israel a esta espectacular liberación de Egipto no es principalmente de alabanza, adoración ni confianza de todo corazón. En vez de esto, Israel responde con quejas —lamentándose, murmurando, peleando. “¡No hay agua, Moisés! ¿Dónde está la carne, Moisés? Tengo ampollas en mis pies, Moisés. ¿Quién murió y te hizo jefe? ¿Ya llegamos, Moisés?” La amnesia espiritual se estableció rápidamente y cubrió los ojos de los corazones de Israel. ¿Tan pronto se habían olvidado de la gracia y la milagrosa liberación de Dios?
Esta amnesia espiritual —olvidar la liberación y provisión de Dios— es una enfermedad mortal. El pueblo de Israel, seguido por milagros impensables, con los bolsillos llenos de joyas egipcias, refunfuñando de los alojamientos de menos de cinco estrellas en el desierto. Esto no fue solo una queja inducida por una jaqueca, o un reclamo debido a un bajo nivel de azúcar en la sangre. Fue falta de fe. Es el corazón el que dice: “Sé más que Dios. Si simplemente Él siguiera mi plan”.
Por qué nos quejamos
Y, sin embargo, ese es mi corazón y el tuyo. “¿Dónde está la cena, cariño? ¿Sobras de nuevo? ¿Dónde está la proteína? ¿Eso es todo lo que has hecho hoy? ¿Puedes cambiar el pañal sucio? ¿Qué es esta cosa pegajosa en la silla?” Puedo ser tal como el pueblo de Israel. “Sé que perdonaste todos mis pecados en la cruz, me rescataste del tormento consciente eterno y me diste gozo eterno en Tu presencia, pero todo lo que tenemos para cenar es ramen o cereal para niños”.
Rezongar, lamentarse y la falta de agradecimiento no son, en última instancia, las respuestas del corazón a las circunstancias, sino a Dios. Israel se quejó de su esclavitud, se quejó cuando Moisés entró en escena, y aun se quejó mientras vagaban seguros en el desierto. Sus quejas no estaban enraizadas en su entorno, sino en su corazón.
Lo mismo es cierto para ti. Un corazón de gratitud y agradecimiento no depende de tu estado de cuenta bancario, el diagnóstico del médico o el elogio que recibes por un trabajo bien hecho. La falta de agradecimiento y las quejas —independientemente de tu situación, incluso tu sufrimiento — reflejan tu corazón. Son pecado. La amnesia espiritual es una enfermedad mortal que amenaza tu fe y tu gozo más que cualquier cáncer. Penetra hasta el núcleo y pudre tu corazón desde adentro.
Quimioterapia del alma
¿Cómo podemos protegernos de este olvido espiritual? ¿Cómo podemos erradicar el cáncer que amenaza nuestro gozo y nuestra fe? Muy simplemente, el antídoto es recordar. Recuerda la gracia y la redención de Dios. Establécelo en tu memoria. Memorízalo. Píntalo en las paredes de tu casa. Regístralo y vuelve a leerlo cada mañana.
Dios nos da este patrón en el éxodo. Israel acababa de recibir el menú para los próximos cuarenta años: el maná del cielo. Recogerlo por seis días, una doble porción en el último día, y descansar en el dia Sabático. Pero luego Dios le ordena a Moisés que tome un gomer de maná (unos dos litros) y que lo guarde en una jarra como recordatorio de la fidelidad de Dios (Éxodo 16:32-33).
Aquí hay dos milagros. El obvio es que Dios alimentó a un par de millones de personas con maná del cielo durante cuarenta años. Sin alergias al gluten, sin dieta baja en carbohidratos y sin falta de nutrientes vitales. Dios mantiene a su pueblo milagrosamente para enseñarles que Él puede y va a suplirles el pan diario —todo lo que necesitan.
El segundo es que el maná en la jarra no se pudrió como normalmente pasaría (Éxodo 16:20). Dios evitó que el maná se pudriera para recordarle a Israel que, Él no solo evita que el maná se pudra, sino que mantendrá vivo a su pueblo, incluso en el desierto. Esta jarra de hojuelas blancas debía ser un recordatorio duradero de que Dios provee. Él provee en el éxodo de Egipto, y provee en el desierto baldío.
Debemos recordar
Dios te está diciendo lo mismo. Dado que nos inclinamos a refunfuñar, a ser ingratos y a quejarnos de nuestras circunstancias, Dios nos recuerda con gracia que debemos recordar su bondadosa redención y provisión.
Toma un momento y da un vistazo atrás a las huellas de Dios a lo largo de tu vida:
- Recuerda cómo Dios te ha protegido de hacer naufragar tu vida.
- Recuerda cómo Dios tuvo gracia para permitirte crecer en una familia piadosa.
- Recuerda cómo Dios te despertó a la fealdad de tu pecado.
- Recuerda cómo te fuiste por tu propio pie de ese terrible accidente automovilístico.
- Recuerda cómo tu esposa, hermana o madre sobrevivió al cáncer de mama.
- Recuerda cómo tus mentores y amigos clave te guiaron en tu fe.
- Recuerda cómo Dios te sostuvo durante esa temporada de desempleo.
- Recuerda cómo Dios te sanó milagrosamente.
- Recuerda esa imposible petición de oración que Dios contestó.
- Recuerda cómo no tenías dinero y de repente apareció en el correo un sobre con la cantidad exacta que necesitabas.
- Recuerda cómo el Evangelio cobró vida como nunca lo había hecho antes.
- Recuerda a Dios.
El antídoto para la amnesia espiritual es hacer todo esfuerzo posible para evocar y recordar la gracia de Dios. Es un milagro el hecho de que tú —un pecador que fue enemigo de Dios— ahora eres un hijo amado. No dejes que esa maravilla se desvanezca. Recuerda.
Deja que este recuerdo despierte en ti el gozo en Dios y un profundo sentimiento de gratitud de que Dios te ama, te conoce y te guarda.