Tres formas de amar a tu esposo imperfecto
A veces parece que podríamos cumplir nuestro papel bíblico como esposas mucho más fácilmente si nuestros esposos simplemente hicieran lo que son llamados a hacer.
Si cultivaran una vida de oración más fuerte, nos sentiríamos mejor al seguir su ejemplo. Si crecieran mediante el estudio regular de las Escrituras, sería un honor para nosotras el someternos. Si nos amaran como Cristo amó a la iglesia, los colmaríamos de respeto.
Pero nuestro llamado no depende de cuán fielmente nuestros esposos caminan en el suyo. Estamos solas frente al Señor, y hacemos todo como para Él. Y la realidad es que es más fácil ver dónde otro tiene faltas —especialmente cuando esa persona vive bajo el mismo techo, con hábitos e idiosincrasias que hemos diseccionado durante años. Podemos volvernos quisquillosas y críticas sobre dónde deben estar y olvidar las innumerables deficiencias que nosotras mismas poseemos.
Aun así, es un problema muy real si nuestros esposos no están cultivando disciplinas espirituales como la oración y el estudio de la Biblia. Y si falta el amor, es particularmente desgarrador. ¿Cómo hacemos a un lado nuestro propio dolor y frustración y vivimos nuestro llamado como esposas cristianas? ¿Cómo seguimos a un pastor que no está pastoreando adecuadamente? Estas son tres maneras de amar a tu esposo imperfecto.
1. Ora por tu esposo
Como esposas, la oración es nuestro ministerio más fuerte hacia nuestros esposos. La mentalidad no es: “Supongo que oraré porque nada más funciona”. Más bien, es una mente que está completamente convencida de que la oración debe ser lo primero y más importante —y que es el servicio más poderoso y efectivo que podemos ofrecer a nuestros esposos.
Podemos orar por nuestros esposos como nadie más puede hacerlo. Vemos sus altibajos, sus estados de ánimo y actitudes, y sus fortalezas y vulnerabilidades. Vemos a lo que dedica su tiempo. Por sus palabras y acciones, vemos su corazón hacia las cosas de Dios. La clave es lo que hacemos con este conocimiento. Podemos intentar “arreglar” las cosas nosotras mismas —con empujoncitos que se convierten en regaños, o corrección que se transforma en crítica. O podemos confiar en que el Buen Pastor haga el trabajo en su tiempo y en su poder.
La oración invita a Jesús a morar en medio de los cuidados y preocupaciones que tenemos por nuestros esposos. Cambia la dinámica. Ya no nos estamos enfocando en el problema, sino en el que puede resolverlo. Se nos recuerda que nada es demasiado difícil para Dios. Así como el corazón del rey es como canales de agua en la mano del Señor, de modo que puede dirigirlo donde le place (Proverbios 21:1), el corazón de nuestro esposo es completamente accesible y flexible en la mano del Señor. Él es capaz de volver su corazón hacia Él. A través de nuestras oraciones, unimos fuerzas con nuestros esposos para generar cambios.
El orar por nuestros esposos también hace una obra en nuestros propios corazones. Nuestros corazones se ablandan al interceder. Ganamos humildad y compasión cuando nos damos cuenta de que ambos, esposo y esposa, tenemos fallas y necesitamos la gracia desesperadamente. Esto es especialmente significativo si el esposo no conoce a Jesús como Señor. Nuestras oraciones son un nuevo recordatorio de la gracia salvadora que recibimos, que Dios puede derramar sobre nuestros esposos para provocar el cambio redentor.
2. Anima a tu esposo
El ser llamado por Dios como cabeza del hogar no es una carga envidiable. Nuestros esposos cargan con expectativas y responsabilidades ante Dios que son inmensas, incluyendo la profundidad a la que son llamados a amar. Las esposas son llamadas simplemente a amar a sus esposos (Tito 2:4), mientras que los esposos son llamados a amar a sus esposas como Cristo amó a la iglesia, y se dio a sí mismo por ella (Efesios 5:25, LBLA). No importa cuán fuerte sea el caminar de uno con Dios, el amor sacrificial es un estándar desalentador. De hecho, la amplitud del estándar divino para los esposos —del amor, de proveer para la familia, de guiar a la familia espiritualmente— puede causarles más estrés del que nos damos cuenta.
Aunque nuestros ojos se detienen de manera natural en áreas en las que nuestros esposos deben mejorar, en vez de eso deberíamos buscar maneras de bendecirlos con aliento. Esto no es necesariamente fácil, especialmente si con el tiempo hemos visto un patrón de cierto comportamiento. Podemos ser escépticas sobre cualquier cambio positivo. Puede pasar por nuestras mentes que no durará. Incluso podemos sentirnos tentadas a menospreciar los esfuerzos que nuestros esposos hacen, considerándolos como inadecuados.
Pero cuando intercedemos por nuestros esposos, nuestra actitud y nuestras acciones deberían alinearse con el objetivo final. Deberíamos creer que el cambio es posible y animar aun los pequeños movimientos que vemos. Mientras hablamos palabras que edifican y dan gracia (Efesios 4:29), no solo revitalizamos a nuestros esposos, sino también nuestro matrimonio.
3. Muere a ti misma
La única forma en que podemos caminar en nuestro llamado como esposas a pesar de nuestras propias heridas y frustraciones es muriendo a nosotras mismas. Este es nuestro máximo llamado como creyentes: crucificar diariamente nuestra carne para que Cristo pueda vivir plenamente a través de nosotras. Y cuando Cristo vive a través de nosotras, experimentamos la grandiosidad superior de Su poder.
Dios sabe que no podemos ser las esposas que Él nos llama a ser en nuestras propias fuerzas —y afortunadamente, Él no espera que hagamos eso. Cuando el ego se quita del camino, su Espíritu toma el control, infundiéndonos con inmensa gracia y fuerza. Podemos orar cuando estamos cansadas de orar y amar y el “sentimiento” nos elude.
La gracia enfatiza las formas en que podemos animar, sazona nuestras palabras y tranquiliza nuestros espíritus. Y mientras esperamos que Jesús conteste nuestras oraciones por nuestros esposos, Su gracia mantiene nuestros ojos fijos en Él, nuestro Buen Pastor, al que fundamentalmente estamos llamados a seguir. Aquí yace un tesoro eterno. Mientras caminamos en obediencia a nuestro llamado como esposas, nos encontramos en una comunión bendecida con nuestro Señor.