Tres cosas que debemos saber sobre Dios
A.W. Tozer dijo la famosa frase de que lo que nos viene a la mente cuando pensamos en Dios es lo más importante acerca de nosotros. Cuando escuchamos mencionar a "Dios", ¿qué diriamos? ¿Qué imagen llena nuestro corazón y nuestra mente cuando pensamos en quién es Dios?
La pregunta es importante porque todos tenemos algún tipo de respuesta. Todos tienen un pensamiento al que van cuando piensan en Dios. Y queremos que esa imagen sea cierta, es decir, que esté formada por lo que Dios dice sobre sí mismo, no por los dictados de nuestra experiencia.
Este es un esfuerzo por obtener esa imagen correcta como la Biblia la expone. Aquí tenemos al menos tres cosas que deberíamos saber sobre Dios.
1. Dios es Padre.
"Lo más fundamental en Dios", dice Michael Reeves, "no es una cualidad abstracta, sino el hecho de que es Padre". En su libro Deleitarse en La Trinidad, Reeves comienza con este importante, pero frecuentemente olvidado hecho de que Dios realmente es Padre, como lo atestiguan las Escrituras y como la teología cristiana demanda.
Muchos de nosotros, cuando nos vemos en la situación, probablemente pensamos en Dios como Creador. Lo vemos como fuerte y poderoso y causa de todo lo que existe. Y es verdad. Pero eso no llega a la esencia de quién es Dios.
Reeves lo explica magistralmente en su primer capítulo titulado "¿Qué estaba haciendo Dios antes de la creación?" Si Dios fuera esencialmente Creador, significaría que necesita su creación para ser quien es. Lo mismo vale para Dios como gobernante o juez. Cada uno de estos títulos son descripciones precisas de Dios, pero no nos muestran a Dios en su esencia. Cada uno de ellos depende de otra cosa para que este sea el caso. Debemos preguntarnos quién es Dios en sí mismo. ¿Quién es Dios aparte de cualquier otra cosa?
La respuesta es Padre. La Biblia nos dice esto (Isaías 63:16, 64:8, Deuteronomio 32:6). Y la revelación bíblica de La Trinidad comienza a desplegar su maravilla. Dios no necesita nada más que a sí mismo para que esto sea verdad. Antes de que hubiera algo, estaba Dios, el Padre eterno que eternamente ha amado a su Hijo en la comunión incesante del Espíritu. Este es Dios.
2. Dios es feliz.
John Piper comienza el primer capítulo de Los placeres de Dios citando una frase importante en 1 Timoteo 1:11 - "el glorioso evangelio del Dios bendito". Piper llama la atención sobre la palabra griega detrás del inglés "bendito", que es la misma palabra para "feliz". El apóstol Pablo llama a Dios el "Dios feliz".
No es suficiente para nosotros pensar en Dios como Padre. Él es un Padre feliz.
Cuando pensamos en Dios, ¿pensamos en felicidad? ¿O pensamos en severidad? Lamentablemente, es común que pensemos en Dios como lo describiría una caricatura negativa. ¿Pensamos en él frunciendo el ceño? ¿Está furioso como un déspota caprichoso? ¿O lo vemos como contento de corazón, contento con la gloria de su Hijo y la comunión que comparten? ¿Lo vemos como el Padre que dijo de Jesús, sin titubear, "Este es mi Hijo amado en quien me he complacido" (Mateo 3:17)? ¿Lo vemos como el Padre que se deleita en darnos el reino (Lucas 12:32)? ¿Lo vemos como el Dios que rebosa de gozo cuando un pecador se arrepiente (Lucas 15:7)?
Mientras exista el pecado, Él siente indignación todos los días (Salmo 7:11). Pero en el fondo, en lo que Él es en sí mismo, Dios es feliz. Comprender esta verdad hará maravillas en nuestras almas.
3. Dios ama.
Dios es un Padre feliz que ha amado eternamente a su Hijo en la comunión incesante del Espíritu. Esto significa que, en su propia naturaleza, Dios ama. No significa que Dios nunca esté enojado. Él lo está debido a nuestro pecado e injusticia que se burlan rebeldemente de su amor. La ira de Dios es una respuesta a algo externo a sí mismo. En su naturaleza, en su corazón, Dios ama. De hecho, Dios es amor (1 Juan 4:8).
"Antes que nada", explica Reeves, "por toda la eternidad, este Dios estaba amando, dando vida y deleitándose en su Hijo" (26). Y, por lo tanto, Dios es esencialmente extrovertido. Como una fuente, como diría Jonathan Edwards, o como la luz (1 Juan 1:5). Dios, por naturaleza, brilla. Él esencialmente se desborda. Y así creó el mundo, en su agrado, de la abundancia de su amor, porque eso es lo que es Él.
¿Cómo podríamos no adorar a este Dios? ¿Cómo podríamos no correr de corazón hacia un Dios así? Porque el pecado corrompe la comunión para la que estábamos destinados. El amor paternal de Dios es una verdad que somos lo suficientemente depravados como para odiar, porque hace que nuestra hostilidad hacia Él sea irracional. Si fuéramos honestos, en nuestra oscuridad nos sentiríamos mucho más cómodos con una deidad enojada e impersonal. Pero es dificil estar enojado con un Dios que es un Padre feliz que ama eternamente con gozo vivificante. Hace que nuestra rebelión no tenga sentido.
Y la rebelión sin sentido era nuestra historia- es nuestra historia - hasta que la verdad del evangelio se abre paso. El Padre envió al Hijo a vivir y morir en nuestro lugar, a sufrir la ira que merecemos, para que podamos ser bienvenidos en la amorosa comunión de Dios. Y este evangelio no vino por ninguna obligación.
El evangelio no es el intento de Dios de equilibrar la balanza con su enojo. Más bien, el evangelio revela el mismísimo corazón de Dios. Dios muestra su amor por nosotros, dice Pablo, no después de que Jesús vino y murió, sino en la venida y muerte de Jesús (Romanos 5:8), para que seamos sus hijos e hijas que disfrutan del compañerismo eterno que Él ha experimentado con el Hijo mediante el Espíritu por toda la eternidad (Juan 17:24-26).
Dios, Él es un Padre feliz que ama.