Los años de soltería más satisfactorios
Jesús me salvó cuando tenía 15 años, unas pocas semanas después de romper con mi cuarta novia seria en tres años. Así es, cuatro novias antes de poder conducir legalmente, ni mucho menos casarme.
Tuve citas de vez en cuando durante los siguientes catorce años, probablemente haciendo cosas más erradas que correctas, y lastimando a demasiadas chicas cristianas maravillosas a lo largo del camino. Experimenté más impaciencia, decepción, tentación, y arrepentimiento por las citas que por cualquier otra área de mi vida. Y la soltería se convirtió en la cartelera de toda esa ruptura — un recordatorio más y más fuerte cada año de mis deseos no cumplidos por el matrimonio, mis vergonzosas faltas en las relaciones, y mi poca voluntad para confiar en Dios y esperar por Él.
La soltería se sentía solitaria mientras esperaba que alguien viniera a mi vida y nunca se marchase. Se sentía incompleta, a medida que me preguntaba si Dios me traería a mi otra mitad o llenaría el inmenso y evidente hueco en mi vida (al menos parecía inmenso y evidente en el espejo). La soltería me llenaba de autocompasión, mientras deseaba lo que los demás ya tenían, y pensaba que lo merecía más que ellos.
El matrimonio y las citas se coronaban por encima de mis otros ídolos, y así, la soltería se convirtió simultáneamente en mi jueza implacable y mi compañera no deseada, recordándome en todo momento lo que aún no tenía y lo que no hacía bien.
Nadie tiene que esperar
Pero mientras me revolcaba en mi soltería, me perdía lo que la Biblia dice acerca de la felicidad. Claro, ya lo había leído antes, incluso lo recitaba cuando era pequeño, pero no lo sentía con la suficiente profundidad como para transformar mi manera de vivir de soltero. Había visto muchas parejas felices, y soportaba muchas noches solitarias, como para confiar en que Dios pudiera hacerme verdaderamente feliz incluso si nunca me casaba.
Comprendía y me sometía a lo que Dios había dicho sobre la obediencia, incluso sobre la paciencia, pero me perdía lo que Él decía acerca de mi felicidad. En mi mente, la verdadera felicidad siempre estaba en algún lugar del lejano matrimonio. Sólo necesitaba tener la voluntad de esperar.
Pero nunca nadie que esté en Cristo necesita esperar para tener gozo. Puede que tengamos que esperar un esposo o una esposa, un empleo, o una sanación o alivio físico, o por la reconciliación con miembros de la familia o amigos. Puede que tengamos que esperar por todas esas cosas y por miles más — sin la garantía de que alguna de ellas siguiera venga a nosotros en esta vida. Pero el Hijo inmaculado de Dios sangró y murió para garantizar que nunca tengamos que esperar por la felicidad.
¿Esconde Dios la felicidad?
El gozo en Dios no está enterrado en alguna circunstancia futura, sino que lo está en el suelo que tenemos hoy bajo nuestros pies.
Jesús dice, “El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo” (Mateo 13:44, LBLA). El hombre o mujer que ha encontrado gozo en Jesús ya no lo está buscando desesperadamente, sino que, desesperadamente, hace todo lo posible para tener más de Él. Ahora ve todo deseo y anhelo a través de la lente de haber descubierto y asegurado ya su más grande tesoro.
¿El hombre mencionado en Mateo 13:44 estaba casado o soltero? Si estuviera casado, ¿qué pensaría su esposa acerca de que él vendiese la granja? No importa. El punto es que por Jesús realmente vale la pena perder todo lo que tenemos o podríamos tener en el futuro, incluso un esposo o esposa. La verdadera felicidad no está oculta en el matrimonio; está oculta en Él.
Sacíame por la mañana
El Salmo 90 registra una oración que ha sido como un ancla en mi búsqueda del gozo:
Sácianos por la mañana con tu misericordia, y cantaremos con gozo y nos alegraremos todos nuestros días (Salmos 90:14)
La clave para disfrutar de una vida plena de felicidad es encontrar la felicidad en Dios hoy, en las situaciones y en las circunstancias en que nos ha colocado hoy. Dios no nos hace esperar por el gozo, porque no nos hace esperar por Él. Si pensamos que tenemos que lograr un cierto estado de relación, o un cierto nivel económico, o un cierto perfil ministerial antes de que experimentemos la verdadera satisfacción, no hemos echado mano de lo que ya nos promete hoy. No hemos buscado lo suficiente en el campo que está bajo nuestros pies.
Nuestro ruego debe ser este: Señor, sacíame esta mañana con tu ser, de modo que sea capaz de regocijarme todos mis días — incluso en los más difíciles, solitarios y dolorosos. Sacíame en mi soltería, de modo que esté satisfecho cada día que me des aquí en la tierra, sin importar si me he casado o no.
La soltería será una tortura si no hemos entregado nuestros corazones a Dios. El matrimonio puede ser incluso peor. Las únicas personas que son verdaderamente felices en el matrimonio, no son principalmente felices debido al matrimonio. Están saciadas por la mañana con Dios, y eso hace que el matrimonio sea satisfactorio.
Si amas a Dios de esa forma, incluso la soltería no deseada puede ser satisfactoria. Puedes esperar para casarte, y anhelar conocer a tu esposo o esposa, y aun así amar cada minuto de tu vida de soltero con Jesús.