La gran esperanza de las misiones
Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados). (Efesios 2:5)
La gran esperanza de las misiones es que cuando el evangelio es predicado con el poder del Espíritu Santo, Dios mismo hace lo que el hombre no puede hacer: Él produce la fe que salva. El llamado de Dios hace lo que el llamado del hombre no puede hacer: levanta a los muertos, crea vida espiritual. Es como el llamado que Jesús hizo a Lázaro en la tumba: «¡Lázaro, ven fuera!» (Juan 11:43).
Nosotros podemos despertar a alguien que está dormido con nuestro llamado, pero el llamado de Dios puede dar vida a las cosas que están muertas (Romanos 4:17). El llamado de Dios es irresistible en el sentido de que puede vencer cualquier resistencia. Es efectivo e infalible de acuerdo con el propósito de Dios, hasta el punto que Pablo puede decir: «a los que [Dios] llamó, a esos también justificó» (Romanos 8:30).
En otras palabras, el llamado de Dios es tan efectivo que indefectiblemente crea la fe a través de la cual una persona es justificada. Todos los que fueron llamados son justificados; pero ninguno es justificado sin fe (Romanos 5:1). Por lo tanto, el llamado de Dios infaliblemente produce el efecto deseado. Asegura de un modo irresistible la fe que justifica.
Eso es lo que el hombre no puede hacer. Es imposible. Solo Dios puede quitar el corazón de piedra (Ezequiel 36:26). Solo Dios puede llevar a las personas al Hijo (Juan 6:44, 65). Solo Dios puede abrir el corazón para que reciba el evangelio (Hechos 16:14). Solo el Buen Pastor conoce a las ovejas por su nombre.
Él las llama y ellas lo siguen (John 10:3-4, 14). La gracia soberana de Dios que hace lo que es humanamente imposible, es la gran esperanza de las misiones.