La batalla de recordar
Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: Que las misericordias del Señor jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades… (Lamentaciones 3:21-22)
Uno de los grandes enemigos de la esperanza es olvidar las promesas de Dios. Recordar es un gran ministerio. Pedro y Pablo escribieron por este motivo (2 Pedro 1:13; Romanos 15:15).
El Espíritu Santo es principalmente el que trae a memoria (Juan 14:26); pero no seamos pasivos. Únicamente nosotros somos responsables por nuestro propio ministerio de recordar, y la primera persona que necesita que le hagamos recordar somos nosotros mismos.
La mente tiene este gran poder: puede hablarse a sí misma y hacerse acordar. La mente puede «traer al corazón». Por ejemplo: «Esto traigo a mi corazón, por esto tengo esperanza: Que las misericordias del Señor jamás terminan…» (Lamentaciones 3:21-22).
Si no «traemos al corazón» lo que Dios ha dicho acerca de él mismo y acerca de nosotros, languidecemos. ¡Oh, cuánto sé de esto por las experiencias dolorosas de mi propia vida! No se revuelquen en el fango de los mensajes paganos. Me refiero a los mensajes que están en nuestra propia mente: «No puedo…», «Ella no lo hará…», «Ellos nunca…», «Nunca ha funcionado…».
El punto aquí no es que esos mensajes sean verdaderos o falsos. La mente de uno siempre encontrará la manera de volverlos verdaderos, a no ser de que nosotros «traigamos al corazón» algo más grande. Dios es el Dios de lo imposible. Hacer razonamientos para salir de una situación imposible no es tan efectivo como recordarnos la manera de salir.
Si no nos recordamos a nosotros mismos la grandeza, la gracia, el poder y la sabiduría de Dios, nos hundimos en un pesimismo salvaje: «...entonces era yo torpe y sin entendimiento; era como una bestia delante de ti» (Salmos 73:22).
El gran giro de la desesperación hacia la esperanza en el Salmo 77 viene de las siguientes palabras: «Me acordaré de las obras del Señor; ciertamente me acordaré de tus maravillas antiguas. Meditaré en toda tu obra, y reflexionaré en tus hechos» (Salmos 77:11-12).
Esta es la gran batalla de mi vida; presumo que es la de ustedes también. ¡La batalla de recordar! Primero a mí mismo; luego a los demás.