Siete cosas que transforman el sufrimiento
No puedo llevar mi plato a la mesa.
El mes pasado podía hacerlo fácilmente. Pero con post-polio, las cosas se deterioran rápidamente. Cada semana me enfrento a nuevos desafíos, descubro cosas que ya no puedo hacer y abandono más cosas que amo.
Los doctores me dijeron que esto pasaría. Pero como madre joven, había otras cosas de las qué preocuparse. Supuse que la verdadera lucha estaría a décadas de distancia. En aquel entonces, podía hablar fácilmente sobre ello, escribir sobre ello e incluso filosofar sobre ello. Pero ahora, mientras sucede, estoy enojada.
Me siento al mostrador de la cocina, con lágrimas fluyendo por mi cara, llenas de emoción. Grito en mi casa vacía: “Dios, ¿cómo pudiste hacerme esto? ¿No me amas? He sido fiel. ¿Eso no cuenta para algo? ¿Por qué no arreglas esto?”. Luego termino mi rabieta con Dios y me hundo en la autocompasión. Decido que Dios responde a las oraciones de otras personas, pero no a las mías. Que a Él no le preocupa mi dolor. Y que mi sufrimiento no tiene sentido.
Por supuesto, estas son mentiras de Satanás.
Desearía no escucharlas, ni conocerlas de memoria, ni repetirlas casi instintivamente.
Desearía, en lo recio de la batalla, cuando la vida se está desmoronando, que mi primera respuesta estuviese llena de gracia. Que fuese paciente, como la de Cristo. Desearía saborear la dulzura de la gracia sustentadora de Dios y nunca volver a cuestionarlo. Pero lamentablemente no he llegado a ese punto. Aún no.
Así que cierro los ojos y respiro profundamente. Necesito arrepentirme. Y prestar atención al consejo de Martyn Lloyd-Jones: “Deja de escucharte a ti misma y comienza a hablar”. En la parte posterior de un sobre apunto lo que necesito recordarme.
Siete cosas que debo hacer.
1. Recordar que Dios me ama. Incondicionalmente, implacablemente, apasionadamente. La cruz es un recordatorio ardiente de Su amor. Nada me puede separar de él. Jesús es siempre para mí. Él es testigo de cada angustia que sufro. Él discierne los temores que ni siquiera puedo expresar. Él llora conmigo en mi dolor.
2. Hablar con Dios. Necesito su ayuda, su perspectiva, su consuelo. Saber intelectualmente que esta aflicción es para mi bien no es suficiente; necesito un encuentro con el Dios vivo. Y cuando sin vacilar derramo mi corazón ante Él, Él se reúne conmigo con ternura. Estas oraciones no son largas ni elocuentes. Pueden ser gemidos, simples clamores de “ayúdame, Jesús” o incluso silencio ante Él. Mi mayor reto es no apartarme. O hervir en mi ira. O adormecer el dolor en otra parte.
3. Abrir la Biblia y comenzar a leerla. A menudo me resisto a este enfoque de directo-al-texto; puede parecer muy académico. Pero cuando abro las páginas de la Biblia, Dios me habla, susurrando su consuelo, gritando sus promesas, mostrando su gracia a través de sus escritores inspirados —personas que fueron brutalmente honestas acerca de su sufrimiento. Me guían, dando el ejemplo de que sí es aceptable lamentarse. Expresar mi frustración. Expresar mi emoción sin censura.
4. Recordarme que nunca estoy sola en mi sufrimiento. Además de nuestro Dios trino, estoy rodeada de una gloriosa nube de testigos que ven cada lucha que experimento. Si bien son invisibles para mí, son parte del reino espiritual, como los ángeles que Giezi vio sentados en carros de fuego. El mundo invisible. Este mundo es real. Y siempre está observando. Observando para ver si Dios es mi tesoro. Y si seguiré alabándole mientras mi cuerpo se deteriora. Si confiaré en Él cuando todo parezca oscuro.
5. Recitar la fidelidad de Dios. Tengo un registro de mis puntos culminantes espirituales, mis inconfundibles encuentros con Dios, mis Ebenezeres. Los tiempos en que Dios me ha rescatado y me sorprendió con el gozo. En los que fui abrumada con su presencia. Cuando estoy sufriendo, necesito repasar esta lista. Me asegura que esta prueba un día pasará, pero la fidelidad y el amor de Dios nunca fallarán.
6. Poner mi mente en el cielo. Este mundo no es mi hogar y está pasando. Se acabará en un abrir y cerrar de ojos. Y entonces comenzará la vida real. Dios tiene una eternidad para compensar cualquier sufrimiento en esta vida. En el cielo no habrá más lágrimas ni muerte ni llanto ni dolor.
7. Recordar que toda esta vida tiene que ver con Dios. Todo fue creado para engrandecer a Aquel cuyos caminos son más altos que mis caminos. Puede que no entienda cómo, pero Dios está haciendo algo más grande con mi vida de lo que puedo ver. Mi sufrimiento nunca es sin sentido; no se desperdiciará. Él, al final, usará cada lucha para mi bien y su gloria.
Al repasar estas verdades, siento la paz abrumadora de Dios. Él me guiará a través de esta prueba, como lo ha hecho en todas las demás, soportando pacientemente mi debilidad, hablando amorosamente a través de su Palabra, dándome fuerzas constantemente.
Sobre Cristo, la Roca Sólida estoy, todo lo demás es arena movediza.