Siete oraciones sencillas diarias
La falta de oración es el gran enemigo de la verdadera felicidad. Si nos rendimos en la oración, o rehusamos orar, abandonamos nuestro puesto en la fuente misma de la alegría más alta y completa. “No tenéis, porque no pedís” (Santiago 4:2, LBLA).
Pero incluso aquellos de nosotros que oramos, podemos encontrarnos en peligro de perder la plenitud de la oración a medida que caemos en la rutina de las palabras familiares y las peticiones repetidas. Nos despertamos cada día, decimos las mismas oraciones, y nos preguntamos por qué no se siente como algo más real, como algo que cambie la vida.
A medida que caminamos a través del valle de la sombra de la rutina, muchos de nosotros sólo bajamos nuestras cabezas y esperamos días mejores. Pero la Biblia habla tan a menudo y en términos tan elevados de la oración, que no podemos permanecer mucho tiempo en ese estado. Sí, podemos sabernos de memoria el padre nuestro, pero esos cinco versos no son la única guía que tenemos para ayudarnos a orar. Dios nos ha dado todo tipo de rutas para escapar de la rutina cotidiana en la oración. Tomemos el Salmo 86, por ejemplo. He aquí siete simples oraciones diarias sacadas de la oración de David.
1. Escucha mi oración.
Escucha, oh Señor, mi oración, y atiende a la voz de mis súplicas. (Salmos 86:6, LBLA)
David escribió un libro completo de canciones/oraciones inspiradas para Dios, así que podemos pensar que el sabía que Dios escucha todas nuestras oraciones. Pero una y otra vez, él sigue suplicando a Dios que lo escuche (Salmos 4:1, 17:6, 27:7, 28:2, 30:10, y más). ¿Pedimos a Dios que escuche nuestra oración — o simplemente asumimos que Él lo hará?
La ayuda de Dios, siempre presente, puede hacer que nos inclinemos a tomarlo por sentado. Escuchamos, “Pídanme lo que sea que deseen, y Yo se lo daré”, y de manera tranquila, incluso subconsciente, comenzamos a presuponer que Dios existe para cubrir nuestras necesidades. Sin embargo, esa clase de derecho le roba el poder a la promesa de Dios, y vacía de asombro nuestra vida de oración.
Dios Todopoderoso, el Soberano y Creador infinito del cielo y de la tierra, escucha nuestras oraciones. Nunca jamás tomemos a Dios por sentado. Conozcamos su santidad, y nuestros pecados lo suficientemente bien como para no presuponer que Él nos escuchará, a no ser por amor a Jesús. Pidámosle escuchar una oración más.
2. Sálvame, y guárdame
Guarda mi alma, pues soy piadoso; tú eres mi Dios; salva a tu siervo que en ti confía. Ten piedad de mí, oh Señor, porque a ti clamo todo el día. (Salmos 86:2-3)
Al encarar todos sus enemigos, David buscó a nuestro Dios para darle protección y salvación. A menudo estuvo rodeado por todas partes, amenazado en toda forma imaginable. Pero encontró esperanza y confianza en su soberano e inmutable Padre del cielo (Salmos 18:2).
Tenemos un enemigo bastante mayor y temible que todos los enemigos de David juntos (1 Pedro 5:8). Él ha plantado a sus mercenarios en cada esquina (Efesios 6:12). Y estamos indefensos ante sus artimañas sin un guerrero que luche por nosotros (Efesios 6:11).
Fuimos salvos, y estamos siendo salvados cada día (1 Corintios 15:2). Estamos siendo guardados (1 Pedro 1:5). Pero no sin oración (Efesios 6:18). Cada día es otra nueva súplica con confianza pidiendo protección y salvaguarda:
Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros sin mancha en presencia de su gloria con gran alegría, al único Dios nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea gloria, majestad, dominio y autoridad, antes de todo tiempo, y ahora y por todos los siglos. Amén. (Judas 1:24–25)
3. Haz mi corazón feliz en ti.
Alegra el alma de tu siervo, porque a ti, oh Señor, elevo mi alma. (Salmos 86:4)
Los humanos no fueron creados solo para ser rescatados del pecado, sino para ser inundados con gozo en el Rescatador. El pecado interrumpió el plan final de Dios para nosotros; no lo creó. Jesús no sólo es una tarjeta para salir de la cárcel, sino un Salvador y Tesoro para la obtención de la alegría eterna. Dios nos hizo para demostrar su valor al hacernos felices en Él - no sólo colocándonos en el cielo, sino dándose Él mismo.
Dios nos ordena tener esa clase de alegría en Él (Salmos 32:11; Lucas 10:20; Filipenses 4:4). Pero cualquiera de nosotros que lo haya intentado sabe que no podemos ponernos el gozo como nos ponemos un par de pantalones. Algo sobrenatural tiene que suceder en nuestros corazones, y lo sobrenatural solo sucede de una forma: con la ayuda de Dios.
Sin importar lo que estemos pasando o cuán lejos se sienta la felicidad, nunca nos conformemos con algo menos que el gozo en la vida cristiana, y nunca asumamos que lo encontraremos sin pedirselo a Dios.
4. Enséñame tus caminos.
Enséñame, oh Señor, tu camino; andaré en tu verdad. (Salmos 86:11)
El saber la verdad no es el final de los planes de Dios para todo lo que aprendamos sobre Él. Él quiere ver que la verdad esté viva en nosotros — en nuestras prioridades, en nuestras relaciones, y en nuestro corazón. Un cristiano es salvo aparte de lo que hacemos (Efesios 2:8), pero se nos coloca en una vida llena de quehaceres, buenas obras preparadas específicamente para nosotros incluso antes de nacer (Gálatas 2:16; Efesios 2:10).
Pero los puntos entre lo que sabemos y lo que eso significa para nuestras vidas cotidianas no están siempre claros. Los puntos entre Aquél que amamos y la forma en la que deberíamos vivir, a menudo pueden ser nebulosos en el mejor de los casos.
Aunque pueda parecer anti-americano, Dios no espera que nosotros nos demos cuenta por nuestros propios medios. Desea que le pidamos sabiduría y guía — “Dios, enséñame tu camino” — y desea hacer la obra por Él mismo, por su Espíritu, a través de nuestras obras. Pablo dice, “Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer, para su beneplácito” (Filipenses 2:12–13).
5. Dame tu poder.
Vuélvete hacia mí, y tenme piedad; da tu poder a tu siervo. (Salmos 86:16)
Algunos de nosotros no necesitamos ser convencidos para trabajar. Nos levantamos listos para afrontar nuestra lista de quehaceres y conquistar el mundo. Sólo nos olvidamos de solicitar ayuda, o de servir en el poder de nadie que no seamos nosotros mismos. Esa clase de esfuerzo puede funcionar por un tiempo, pero eventualmente nuestras fuerzas se agotan y solo quedamos con resultados pequeños y de poca duración. “Es en vano que os levantéis de madrugada, que os acostéis tarde, que comáis el pan de afanosa labor” (Salmos 127:2).
Junto con nuestras oraciones pidiendo guía y dirección, necesitamos los recursos físicos y espirituales para caminar y funcionar bien. Nada de valor real, espiritual y duradero sucede en nuestras fuerzas. “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmos 127:1).
Trabajemos duro, pero nunca en nuestras propias fuerzas. Trabajemos en las fuerzas que Él brinda (1 Pedro 4:11), y dejemos que Él tenga toda la gloria que merece. Dios nunca prestará su poder a sueños egoístas o materialistas, pero nos dará un poder sobrenatural para servir. Él nos dará el coraje y resolución para entregar nuestra vida por los demás en el nombre de Jesús.
6. Unifica mi corazón para temerte.
Unifica mi corazón para que tema tu nombre. (Salmos 86:11)
Nuestros corazones pecadores tienden a dividirse, no a unificarse. Nuestro ser interno resuena cada vez más con el corazón de Dios, pero los deseos e impulsos rebeldes siguen permaneciendo mientras vivimos. Ser cristiano significa estar mortificando el pecado (Romanos 8:13), lo cual significa que el pecado debe estar todavía para poder ser eliminado (1 Juan 1:8).
Propenso me siento, Oh Señor, a vagar.
Propenso a mi Dios dejar de amar.
Tómalo y séllalo, aquí está mi corazón,
Séllalo por las cortes que están bajo tu bendición.
Si dejamos nuestras almas en piloto automático, nunca se moverán hacia Cristo, sino en miles de otras direcciones. El pecado remanente divide nuestra atención y afecto. Debe ser nuestra oración frecuente el que Dios nos libere de ese tipo de división espiritual y que unifique nuestros corazones en Él.
7. Revélate a través de mí.
Muéstrame una señal de bondad, para que la vean los que me aborrecen y se avergüencen, porque tú, oh Señor, me has ayudado y consolado. (Salmos 86:17)
La meta de todos los favores de Dios hacia nosotros — de toda oración contestada — no es solo nuestra propia esperanza, gozo, y fortaleza, sino también una declaración al mundo entero. Lo que sucede en nuestros cuartos de oración comienza con nosotros, y puede enfocarse en muchas de nuestras situaciones y circunstancias, pero siempre debemos pedirle a Dios que le muestre al mundo lo que hemos visto y hemos disfrutado de Él.
Jesús dice: “Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Pedro repite lo mismo, “Mantened entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que os calumnian como malhechores, ellos, por razón de vuestras buenas obras, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación” (1 Pedro 2:12).
Deseamos que nuestra fe y toda nuestra vida signifique algo para el mundo que observa. Deseamos que los no creyentes sepan que nuestro Dios es el único y verdadero. Incluso más que eso, deseamos que ellos lo conozcan y sean salvos.
Con nuestras oraciones, le pedimos a Dios que tome lo que está haciendo por nosotros, y en nosotros, y haga algo dramático a través de nosotros en los corazones y mentes de los demás.