Memorizar las escrituras no era para mí
Una de las disciplinas espirituales más benéficas para mí ha sido memorizar grandes porciones de las Escrituras.
Ahora, antes de que hagas clic para irte porque piensas que este artículo no es relevante para ti, o porque quieres evitar un sentimiento de culpa por no estar a la altura con algún estándar espiritual cristiano, ¿me darías un par de minutos? Me gustaría argumentar que memorizar largas porciones de las Escrituras sí es realmente relevante para ti y no se trata de estar a la altura, sino de gozarte.
Confesiones de un mal memorizador
Sé que, para muchos, gozo no es la palabra que asocian con memorizar la Biblia. Lo que viene a la mente podría ser aburrido o no puedo hacerlo o indisciplinado. Lo sé. Ese fui yo.
Recuerdo que una vez, siendo un joven adulto, decidí que debía tomarme en serio memorizar la Biblia. En el arrebato de la determinación idealizada, compré un sistema para memorizar la Biblia en el Navegador. Como es típico de la determinación idealizada, ésta se disipó después de un par de intentos débiles, no utilizaba el sistema y finalmente lo deseché.
Años más tarde, cuando los líderes de mi iglesia alentaron a los miembros a memorizar ciertos versículos cada semana, yo era irregular. No era que el programa fuera defectuoso; era yo. Para empezar, tenía una memoria bastante mala. Al principio, memorizaba, pero parecía perderlo muy rápido. Pensé que nunca sería bueno memorizando.
Además, tenía cierto escepticismo acerca de si memorizar la Biblia realmente suponía una gran diferencia. Pensé que era bueno —como una exhaustiva sesión de ejercicios en el gimnasio es buena— pero me preguntaba si el valor real no estaba algo inflado, considerando todo ese tiempo y trabajo extra. Tenía algo de educación teológica, asistía a una iglesia teológicamente rigurosa, leía libros de teología, estaba involucrado en el ministerio cristiano y, en general, leía toda la Biblia cada año en mis devocionales. ¿Cuánto más podría hacer la memorización por mí?
Un descubrimiento memorable
En realidad, fue una experiencia en mis devocionales lo que me empujó hacia un descubrimiento memorable. Poco antes de cumplir los cuarenta, acababa de terminar el libro de Hebreos (de nuevo) en mi plan de lectura, y eso me dejó un poco frustrado. Hebreos es tan abundante, tan lleno de gloriosa verdad. Pero cada vez que lo leía, era como si solo tocara su superficie. Quería sumergirme.
Entonces tuve un pensamiento inusual: necesito memorizar este libro. ¿Acaso eso no me haría profundizar más en él y que éste profundizara más en mí? Luego hice matemáticas: 13 capítulos y 303 versículos. ¿En serio? ¿Podría yo, un mal memorizador, memorizar 303 versículos? ¿Y retenerlos?
Sabía que John Piper usaba una técnica de memoria enseñada por el pastor Andrew Davis para memorizar bloques más grandes de las Escrituras. Así que decidí probarlo.
¡Encontré que funcionaba! Me tomó bastante tiempo, pero memoricé Hebreos al completo. Y mientras lo hacía, fue como nadar en el libro. Se abrieron para mí dimensiones más profundas del texto y su aplicación. Seguí el flujo de pensamiento del autor en formas que no había visto antes. Aprendí la urdimbre y trama de cada capítulo. Pero más que todo eso, hubo momentos en los que adoré a Jesús cuando lo vi a través del lente de este libro —momentos que no había experimentado en mis lecturas.
Esa experiencia de adoración más profunda de Jesús me dio más hambre de saber aún más de Él. Así que después de Hebreos, tomé la loca decisión de memorizar el libro de Juan. Tomó mucho tiempo, pero de nuevo, fue maravilloso. Fue una caminata larga, deliberada y nutritiva con Jesús. De allí fui a Romanos, luego a Filipenses, luego a 1 Juan, luego a 1 Corintios (que casi termino —necesito volver a ese), y luego a una serie de Salmos.
El descubrimiento memorable no fue que yo, con mi mala memoria, sorprendentemente podía memorizar grandes segmentos de las Escrituras, sino que hacerlo me produjo gozo. El ejercicio y la disciplina de recitar y repetir me obligaron a meditar en las Escrituras de maneras que no había hecho antes. Como resultado, vi más, entendí más y disfruté pruebas más complejas de la bondad de Dios (Salmo 34:8). El memorizar la Biblia, específicamente las secciones más largas, resultó ser no simplemente el ejercicio de algunos grupos musculares en el gimnasio bíblico, sino más bien un medio para alcanzar una adoración más profunda y tener más combustible para la oración.
El mito de la mala memoria
Ahora, saber que he memorizado algunos libros de la Biblia podría hacerte escéptico de mi afirmación de que tengo mala memoria. Si es así, es solo porque no me conoces. Mi esposa y mis hijos lo confirmarán. Regularmente no recuerdo los nombres de las personas que debería recordar (temía la fila de recepción en nuestra boda). Regularmente no puedo recordar detalles de una conversación, un evento o un libro que he leído y que debería recordar. Eso significa que vivo con cierta medida de ansiedad social porque una o ambas cosas sucedan en un entorno público (porque suceden).
Creo que el sistema de recuperación de archivos de mi cerebro está por debajo del promedio —es menos como un gabinete de archivos ordenado y más como un escritorio desordenado con cosas apiladas sobre él (“¡Oh! ¿Dónde está ese nombre?” Buscar, buscar. “¡Sé que lo puse aquí!”). Mejoro con mucha repetición y repaso. Supongo que eso mantiene las cosas cerca de la parte superior de los montones, lo cual es otro beneficio de memorizar largas porciones de las Escrituras.
Mi experiencia me ha enseñado a no creer en el mito de la mala memoria —que tener mala memoria nos descalifica de memorizar mucho (a no ser que seamos una rara excepción médica/neurológica). Más bien, una mala memoria hace que la memorización sea aún más necesaria y útil.
Más difícil no significa imposible. Simplemente significa que las personas como yo tienen que esforzarse más para memorizar y retener, que las personas bendecidas con una buena memoria. Lo cual no es muy diferente a decir que las personas como yo tienen que esforzarse más para perder peso y no subir de peso que las personas bendecidas con un metabolismo naturalmente más rápido.
Dios no es igualitario en su distribución de talentos (Mateo 25:15), dones espirituales (1 Corintios 12:4-6), roles (1 Corintios 12:18-20), cuerpos (Juan 9:2-3) ni en fe (Romanos 12:3). Todos tenemos debilidades que nos obligan a trabajar más que los demás. Y esto es realmente bueno para nuestras almas. Nos enseña la perseverancia y el soportar, así como la humilde dependencia en Dios y el aprecio por las fortalezas de los demás.
Comienza con algo pequeño y obtén un beneficio
Comparto contigo mi experiencia como un mal memorizador por dos razones: (1) si nunca has intentado memorizar porciones largas de las Escrituras, es probable que esté a tu alcance; y (2) realmente se trata del gozo. Si escuchas algún debería implícito en lo que he escrito, no lo escuches como un debería legal que tienes que hacer para agradar a Dios o alcanzar algún rango de élite espiritual. Más bien, escúchalo como una invitación al gozo —como un amigo que dice: “Deberías visitar el Gran Cañón”; o una receta para el gozo, como un médico que dice: “Por el bien de tu salud, realmente deberías considerar hacer algo de ejercicio”.
Si deseas algún tipo de entrenamiento específico sobre cómo comenzar con una técnica de memorización en particular, la he proporcionado en otro lugar. Pero si eres nuevo en esto, aquí está mi simple consejo: comienza con un poco y obtén un beneficio. Elije un Salmo (como el Salmo 27) o un capítulo significativo que no sea demasiado largo (como 1 Corintios 13). O si realmente quieres probar con un libro, te recomiendo Filipenses. Pruébalo, quédate con él y saborea el gozo.
Una vez que descubras que realmente puedes hacerlo, y descubres que produce gozo, es muy probable que desees continuar. Y ese es el comienzo de la aventura. ¡Sigue aventurándote! Porque hay mucha gloria para ver y saborear.