Lea su Biblia Más y Más
No descanse sobre su lectura pasada. Lea su Biblia más y más cada año. Léala si tienes ganas de leerla o no. Y ore sin cesar que el gozo regrese y los placeres se aumenten.
Tres razones que esto no es el legalismo:
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Estás confesando tu falta de deseo como pecado, y rogando como un niño impotente por el deseo que anhelas tener. Los legalistas no ruegan así. Se presumen.
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Estás leyendo por la desesperación para obtener los efectos de esta medicina celestial. La lectura de la Biblia no es una cura para una mala conciencia; es una quimioterapia para tu cáncer espiritual. Los legalistas se sienten mejor porque han hecho su ritual religioso. Los santos se sienten mejor cuando su ceguera se quita, y ven a Jesús en la Palabra. Que seamos sinceros. Estamos desesperadamente enfermos con mundanalidad, y solo el Espíritu Santo, por la Palabra de Dios, puede curar esta enfermedad terminal.
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No es legalismo porque solo la gente justificada por la justicia imputada de Cristo puede ver la preciosidad y el poder de la Palabra de Dios. Los legalistas caminan fatigosamente con sus Biblias en el camino hacia la autojustificación. Los santos se sientan en la sombra de la cruz y piden por los placeres comprados con sangre.
Así que, hagamos caso al Señor Ryle, un pastor inglés del siglo 19, y no nos cansemos del crecimiento lento y constante que viene con el compromiso diario, disciplinado y progresivo de la lectura de la Biblia.
No pienses que no estás sacando provecho de la Biblia, meramente porque no lo ves día por día. Los mayores efectos son de ninguna manera los que hacen el mayor ruido, ni son los más fácilmente observados. Los mayores efectos a menudo son silentes, discretos y difíciles de detectar en el momento en que están siendo producidos.
Piense en la influencia de la luna sobre la tierra, y el aire sobre los pulmones humanos. Acuérdate de qué tan silenciosamente el rocío cae, y qué tan imperceptiblemente la hierba crece. Puede ser que está pasando más en tu alma por medio de tu lectura de la Biblia que lo que tú piensas. (J.C. Ryle, Religión Práctica, 136)