Melocotones en el paraíso
Por qué apreciaba a Elisabeth Elliot
A las 6:15 de la mañana del 15 de junio del 2015, Elisabeth Elliot murió. Es una oración directa acerca de una mujer directa. Pudiera decir que esa es una de las principales razones por las que sentía tal afecto y admiración por ella.
Directa—no descortés, no impetuosa, no irritable ni áspera. Pero sí directa, práctica, sin palabrerías, diciendo las cosas tal como son, sin permitir quejas. Simplemente ciñe tus lomos y ve a morir por Jesús—como Mary Slessor y Gladys Alywald y Amy Carmichael y Gertrude Ras Egede y Eleanor Macomber y Lottie Mon y Roslind Goforth y Malla Moe, por mencionar algunas mujeres a quienes ella admiraba.
Su primer esposo, Jim Elliot, fue uno de los cinco misioneros muertos por los indios Huoarani en Ecuador en 1956. Elisabeth inmortalizó ese momento de la historia de las misiones con tres libros: Portales de esplendor, A la Sombra del Todopoderoso y The savage my kinsman [Mis parientes los salvajes]—y estableció su voz en la causa de Cristo, de la feminidad cristiana y de la pureza cristiana en más de otros veinte libros y en cuarenta años de contundentes conferencias.
Su sufrimiento
Ella no era valiente únicamente con sus palabras. Su hija tenía diez meses de edad cuando Jim fue asesinado. Elisabeth se quedó allí, trabajando primero con los Quichua pero luego, sorprendentemente, durante más de dos años vivió con la misma tribu que había alanceado a su esposo.
En julio de 1997, escribí esto en mi diario:
Mientras trotaba esta mañana y escuchaba un mensaje que Elisabeth Elliot dio en Kansas City, me conmoví por mi propia incapacidad para sufrir con bondad y sin enojarme. Era la clásica Elliot y el mensaje era el mismo de siempre: no te pongas en contacto con tus sentimientos, sométete radicalmente a Dios y haz lo correcto pase lo que pase. Pon tu vida amorosa en el altar y déjala ahí hasta que Dios la quite. El sufrimiento es normal ¿No tienes cicatrices, ni heridas, junto con las de Jesús en el camino al Calvario?
Igual que Jesús y Jim Elliot, ella llamaba a los jóvenes a venir y a morir. El sacrificio y el sufrimiento estaban entretejidos en sus escritos y en sus charlas como un hilo escarlata. No era romántica acerca de las misiones. Le disgustaba mucho el sentimentalismo del discipulado.
Todos sabemos que los misioneros no van, ellos “avanzan”; no caminan, “pisan arenas ardientes”; no mueren, “entregan sus vidas” ¡Pero el trabajo se hace aun si es sentimentalizado! (The Gatekeeper)
El hilo de sufrimiento no estaba entretejido únicamente en sus palabras, sino también en sus relaciones. No solamente perdió a su primer esposo en una muerte violenta, tres años después de haberse casado; también perdió a su segundo esposo Addison Leitch cuatro años después de ese nuevo matrimonio.
Ahora es tiempo de revelar un pequeño secreto. Durante diecisiete años, en ocasiones he hablado acerca de cierta mujer que estuvo conmigo en un panel sobre el tema de las misiones globales. Esta mujer me había escuchado hablar sobre el Hedonismo Cristiano. Así que, en el panel, ella dijo: “No creo que debas decir ‘persigue el gozo con todas tus fuerzas’. Pienso que deberías decir ‘persigue la obediencia con todas tus fuerzas’”. A esto yo le respondí: “Pero eso es como decir ‘no persigas melocotones con todas tus fuerzas; persigue la fruta’”.
Bueno, esa era Elisabeth Elliot y el panel era en Caister (la reunión de verano de EFIC) en la costa este de Inglaterra. Ella era alérgica a todo lo que sonara a emocionalismo sentimentaloide y sensiblero ¡Amén, Elisabeth! Oh, cómo apreciaba debatir con alguien con quien me sentía tan en armonía.
Su feminidad
Y luego estaba su postura firme acerca del feminismo y su magnífica visión del complementarianismo sexual. Hace alrededor de treinta años, cuando Wayne Grudem y yo buscábamos voces femeninas elocuentes y fuertes para incluir en nuestro libro Recovering biblical manhood and womanhood [Recobrando la masculinidad y feminidad bíblicas], ella estaba en el primer lugar en la lista. Pero la lista no era larga.
En parte debido a su voz, hoy esa lista sería tan larga que no sabría dónde detenerme. La aprecio por esa influencia. Su capítulo en nuestro libro se titula The essence of femininity: a personal perspective [La esencia de la feminidad: una perspectiva personal]. El título es intencional (y típicamente) provocador. Ya ella estaba viendo con los ojos de una profetisa.
La educación cristiana, trotando alegremente en el tren de las cruzadas feministas está dispuesta y deseosa de tratar el tema del feminismo, pero siente náuseas ante la palabra feminidad. Tal vez considera el tema como trivial o indigno de la indagación académica. Tal vez la verdadera razón es que su premisa básica es el feminismo. Por lo tanto simplemente no puede lidiar con la feminidad (395-396).
Por un lado, ella habló “desde el punto de vista de ‘campesinos’ en la Edad de Piedra cultural en la cual yo viví una vez” (395) y por el otro, desde una visión sofisticada de cómo el universo fue preparado:
Lo que yo tengo que decir no está validado por el hecho de que tenga un título de posgrado o una posición en la facultad o administración de una institución de educación superior... Por el contrario, es lo que veo como la disposición del universo y la completa armonía y tono de las Escrituras. Esta disposición es un orden glorioso y jerárquico de esplendor graduado, empezando con la Trinidad, descendiendo hasta los serafines, querubines, arcángeles, ángeles, hombres y todas las criaturas menores, un gran danza universal, coreografiada para la perfección y plenitud de cada participante. (394)
Cuando tratamos con la masculinidad y la feminidad, estamos tratando con ‘sombras vivas y terribles de realidades mucho más allá de nuestro control y en gran parte más allá de nuestro conocimiento directo’ como lo dijo Lewis. (397)
La verdadera libertad de una mujer cristiana [y, por supuesto, ella tambíen diría la verdadera libertad de un hombre cristiano] descansa al otro lado de una puerta muy pequeña — la humilde obediencia — pero esa puerta dirige hacia una amplitud de vida que los libertadores del mundo no pudieron soñar, a un lugar en el que la diferenciación entre sexos dada por Dios no se ve ofuscada, sino celebrada, donde las diferencias se ven como esenciales para la imagen de Dios, porque es en el hombre y la mujer, en el hombre como hombre y la mujer como mujer, que la imagen se manifiesta, y no en dos mitades idénticas e intercambiables. (399)
Sus dientes
Finalmente, yo la apreciaba porque nunca se arregló sus dientes. Si se hubiese hecho un proceso dental para unir sus dos dientes frontales, de todos modos la hubiera apreciado. Sin embargo no lo hizo ¿Estoy terminando con una nota tonta? Juzga tú mismo.
Ella fue capturada por Cristo. No era su propia dueña. Estaba controlada supremamente, no por un hombre ordinario, sino por el Rey del universo. Él le había dicho:
Y que vuestro adorno no sea externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que sea el yo interno, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios... y no estáis amedrentadas por ningún temor. (1 Pedro 3:3-4, 6)
Ya sea que se tratara de lanzas en una jungla ecuatoriana o de los estándares del glamour norteamericano, ella no se amedrentaba. “No estáis amedrentadas por ningún temor”. Esa es la marca de una hija de Sara. Y en nuestra cultura uno de los temores más grandes que enfrentan las mujeres es no tener la figura adecuada, el cabello adecuado, las ropas adecuadas—o los dientes adecuados. Elisabeth Elliot estaba libre de esa esclavitud.
Finalmente, ella escribió: “Somos mujeres, y mi petición es Déjame ser mujer, santa de la cabeza a los pies, que no pida nada sino lo que Dios quiera darme, que lo reciba con ambas manos y con todo el corazón, sea lo que sea”. (398)
Esa oración fue respondida espectacularmente la mañana del 15 de junio. Para ella, de ahora en adelante toda fruta es melocotón. Estoy ansioso por acompañarla.