Nuestra santa y obstinada canción
Hay algo de obstinación de nuestra parte cuando cantamos alabanzas a Dios.
Vivimos en un mundo caído. Las cosas no son como deberían ser. ¿Cómo puede nuestra boca estar llena de alabanzas en medio de tanta oscuridad?
Aun así cantamos.
Cantamos porque una vez anduvimos conforme al príncipe de la potestad del aire (Efesios 2:2) pero ahora el Rey ha entregado su propia vida por nosotros y nos ha rescatado de esta era de maldad en la que vivimos (Gálatas 1:4).
Cantamos porque “sabemos que somos de Dios” a pesar de que el mundo entero está bajo el poder del maligno (1 Juan 5:19).
Cantamos por que el Rey nos ha escogido de entre el mundo (Juan 15:19) y su gracia “nos enseña a rechazar la impiedad y las pasiones mundanas” para que así podamos “vivir en este mundo con justicia, piedad y dominio propio” (Tito 2:12).
Pablo y Silas fueron azotados por su fe y arrojados a la cárcel; y allí, en la oscuridad, ellos cantaban (Hechos 16:25). Luego un gran terremoto sacudió la prisión como un gran tambor que resuena a través de las paredes y sacude el corazón.
Puede que los cimientos del edificio de la iglesia no se sacudan cuando cantas, pero el grito de guerra del amor se propaga como una onda sonora que atraviesa la eternidad y llega a oídos de una audiencia invisible.
Corazones rebosantes
Siendo alguien que apenas puede afinar al entonar una melodía, me ayuda tener presente algo que nuestro pastor asociado suele decir acerca de nuestro canto congregacional. Con su acento australiano de Sydney, él dice: “Nosotros cantamos a Dios, sí, pero también nos estamos cantando la verdad unos a otros”.
Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones. (Colosenses 3:16)
Nosotros somos un pueblo obstinado y tenemos una fijación por las cosas invisibles. El mundo ve la aflicción como evidencia de que nuestro Dios está ausente o en silencio, el príncipe de la potestad del aire imagina que está ganando terreno que pertenece a Cristo; pero nosotros nos aferramos a la palabra de Dios, que dice:
Porque esta leve tribulación momentánea nos produce, en una medida que sobrepasa toda medida, un eterno peso de gloria; no poniendo nosotros la mira en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Corintios 4:17-18)
C. S. Lewis una vez describió a la Iglesia diciendo que “a través de todas las eras y el espacio [está] arraigada a la eternidad, temible como un ejército que porta sus estandartes” (Cartas del diablo a su sobrino)
Keith Getty y Stuart Townend llaman a la iglesia “un valiente ejército cuyo grito de guerra es ‘¡Amor!’/ que alcanza a aquellos que habitan en la oscuridad” (O Church Arise [Oh Iglesia, levántate]).
Cantemos a viva voz
Quizás Buddy el duende[1] tenía algo de razón cuando dijo: “La mejor manera de contagiar el espíritu navideño es cantar a viva voz para que todos nos escuchen”.
Nosotros difundimos la noticia de que la muerte será destruida para siempre, de que el Señor nuestro Dios secará las lágrimas de nuestro rostro y quitará la afrenta de su pueblo de sobre toda la tierra, porque el Señor ha hablado (Isaías 25:8). La boca del Señor lo ha dicho y nosotros cantamos a viva voz para que todos nos escuchen.
Temibles como un ejército que porta sus estandartes, somos un pueblo que va cantando en su camino a la cuidad que está por venir (Hebreos 13:14).
Que otros escuchen nuestra santa y obstinada canción y se unan a nosotros en nuestro camino.
- ↑ Personaje de una película