Nuestro bien es el deleite de Dios
Haré con ellos un pacto eterno, por el que no me apartaré de ellos, para hacerles bien, e infundiré mi temor en sus corazones para que no se aparten de mí. Me regocijaré en ellos haciéndoles bien, y ciertamente los plantaré en esta tierra, con todo mi corazón y con toda mi alma. (Jeremías 32:40-41)
Dios en búsqueda de nuestra alabanza y nosotros en búsqueda de deleitarnos en él son una misma búsqueda. El propósito de Dios de ser glorificado y nuestro propósito de ser satisfechos alcanzan su meta en esta única experiencia: nuestro deleite en Dios, que se desborda en forma de alabanza.
Para Dios, la alabanza es el dulce eco de su propia excelencia en el corazón de sus hijos.
Para nosotros, la alabanza es la cumbre de nuestra satisfacción, que surge de vivir en comunión con Dios.
La deslumbrante implicación de este descubrimiento es que toda la energía omnipotente que mueve el corazón de Dios a buscar su propia gloria también lo impulsa a satisfacer los corazones de aquellos que buscan gozarse en él.
Las buenas nuevas de la Biblia consisten en que Dios no se muestra para nada renuente a satisfacer los corazones de aquellos que esperan en él. Ocurre exactamente lo opuesto: aquello que puede hacernos más felices que ninguna otra cosa es también en lo que Dios se deleita con todo su corazón y con toda su alma.
Con todo su corazón y con toda su alma, Dios se une a nosotros en la búsqueda de nuestro gozo eterno, porque la consumación de ese gozo en él redunda en la gloria de su propia valía infinita.