Sobre trabajar en vano

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Founder & Teacher, Desiring God

El desánimo viene de muchas formas y, por eso, nuestro arsenal para combatirlo debe ser variado. Antes de que aceptara el llamado a volverme pastor de Bethlehem, mi padre me escribió y me habló acerca de las muchas dificultades del ministerio pastoral. Una fue el desgarrador desaliento que viene de extensos períodos aparentemente infructuosos. Mi padre viaja de iglesia en iglesia, ha tratado con miles de pastores, y me contó de lo cerca que muchos de ellos estuvieron de tirar la toalla, oprimidos por la falta de vida de su congregación y por su propia desesperanza.

Esta es una amenaza no sólo para los pastores, sino también para todos los creyentes. Todos nosotros podemos sentirnos oprimidos al pensar que nuestro trabajo no tiene valor. Cualquiera de nosotros puede quedar devastado ante el sentimiento de que otras personas no aprueban la forma en que hacemos nuestro trabajo. ¿Quién no ha sentido que ha trabajado en vano y ha gastado sus fuerzas para nada? Cuando el desánimo viene de esta forma necesitamos un arma especial para pelear la batalla de la fe.

La semana pasada, cuando refrescaba mi espíritu leyendo un magnífico libro antiguo de Charles Bridges, encontré un arma adecuada para esta batalla. Bridges decía: “Nuestra recompensa se mide no de acuerdo con ‘nuestro éxito’, sino de acuerdo con ‘nuestro trabajo’ y, como sucedió con nuestro bendito Maestro, nos es concedida aun frente al fracaso de nuestro ministerio”. Entonces pasaba a citar este gran texto del profeta Isaías, quien fue enviado a predicar a un pueblo que Dios sabía que no se arrepentiría (Isaías 6:9): “Y yo dije: En vano he trabajado, en vanidad y en nada he gastado mis fuerzas; pero mi derecho está en el SEÑOR, y mi recompensa con mi Dios” (Isaías 49:4).

Ese versículo caló hondo en mi corazón, como una inyección de adrenalina. Imaginé a un pastor anciano, de gran corazón, gentil, constante, que servía en una pequeña iglesia rural. Estaba agotado, cansado y cerca del final de su vida. Había sido fiel por dos décadas a través de cada crisis y nunca sucumbió a la tentación de renunciar. Cuando el joven que lo reemplazaría le preguntó cómo tuvo la resistencia y la fuerza en el corazón para seguir firme en el ministerio por todos esos años, él le dijo: “El Señor mide la fidelidad de nuestra labor, no nuestro éxito. Yo miro siempre al Señor y no al hombre”.

Cuando tomé esta arma en mis manos la semana pasada, ella brilló con tanta intensidad que apenas pude contener mi gozo. Pensé: ¡Qué visión! ¡Qué esperanza! Llegar al final de mi vida después de treinta años de trabajo pastoral y ser capaz de decir (canoso y lleno de gozo): “Mi derecho está en el SEÑOR, y mi recompensa con mi Dios”. ¡Dios quiera que seamos un pueblo fuerte en la Palabra, “no perezosos en lo que requiere diligencia; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor” (Romanos 12:11) sin importar lo que pase!

Armado de esperanza,

Pastor John