Señor, libérame del temor de la muerte
Jesús tiene un deseo profundo e intenso por brindarnos un don tan grandioso que aún no tenemos la capacidad de concebirlo (1 Corintios 2:9). Pero podemos vislumbrarlo en las metáforas e imágenes bíblicas, y en momentos sublimes cuando una experiencia de gloria trasciende brevemente cualquier cosa aquí en la tierra.
Jesús desea tan intensamente que tengamos este don, que le suplica al Padre para que nos lo de:
“Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde yo estoy, para que vean mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24, LBLA)
Esta solicitud suprema es la grandiosa culminación de la oración de Jesús en Juan 17. El que podamos recibir este don es la razón por la que nos manifestó el nombre del Padre (Juan 17:6), nos brindó las palabras del Padre (Juan 17:8, 14), y nos guarda para que no nos perdamos (Juan 17:12). Es la razón por la cual ora para que seamos guardados del maligno (Juan 17:15), para que conozcamos la alegría de ayudar a otros a creer en Él (Juan 17:20), y experimentar la maravilla santificadora de conocer y vivir la verdad (Juan 17:17, 19).
Más que cualquier otra cosa buena que Jesús pida al Padre por nosotros, Él quiere estar con nosotros para siempre. Más que cualquier otra cosa, Él desea que veamos y gustemos de la gloria que el Padre le concedió desde la eternidad pasada (Juan 17:5, 24). Porque sabe que nada de lo que experimentemos nos proporcionará un gozo y placer tan profundo y duradero (Salmos 16:11).
¿Qué es lo que más tememos?
Pero las oraciones fervientes de Jesús vienen con una implicación sobria, una que nos hace retroceder, incluso temer. De hecho, puede que un día nos encontremos rogando a Dios para que nos de lo opuesto que Jesús desea para nosotros. La respuesta a la oración de Jesús eventualmente requiere nuestra muerte física. A menos que Jesús regrese primero, hemos de morir antes de experimentar la plenitud del gozo en su gloriosa presencia.
Debemos soportar lo que más odiamos y tememos en la vida para disfrutar lo que más amamos y anhelamos.
Sí, odiamos la muerte y la resistimos - y estamos en lo correcto al hacerlo. Dios originalmente nos creó para vivir, no para morir. La muerte es una maldición que soportamos, la trágica paga de rechazar a Dios y a su reino (Romanos 6:23).
No hay ningún lugar en que la Biblia nos motive a visualizar la misma muerte como una cosa buena. La muerte no es una cosa buena: es una cosa horrible y mala. Cualquiera que haya observado seres queridos morir puede atestiguar lo desagradable que es. La muerte es nuestro enemigo mortal (1 Corintios 15:26).
¿Cómo es que la muerte es ganancia?
Si eso es verdad, ¿por qué Dios cuenta como preciosa la muerte de sus santos (Salmos 116:15)? ¿Y por qué sus santos incluso llaman a la muerte ganancia (Filipenses 1:21)? Porque en el momento más horrible y malvado, el de la muerte del propio Hijo de Dios, la muerte, tal como la tememos - la extinción de nuestra vida y la pérdida aparente de nuestra alma y gozo - ¡fue muerta! Jesús conquistó a nuestro grandioso enemigo cuando resucitó de la muerte (Romanos 4:25; Apocalipsis 1:18), y destruirá definitivamente la muerte para siempre (1 Corintios 15:26).
De hecho, la derrota que hace Jesús sobre la muerte es tan completa y poderosa, que Él habla de ella como si los cristianos nunca más la experimentaran:
“Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 11:25-26).
No es que la muerte en sí sea preciosa o ganancia para nosotros. Es la Resurrección y la Vida, que ha quitado el aguijón de la muerte y la ha devorado en victoria (1 Corintios 15:54-55), en quien estamos recibiendo una herencia eterna más allá de nuestros sueños más salvajes (Efesios 1:11), y en cuya gloriosa presencia experimentaremos un gozo sin igual y para siempre jamás (Salmos 16:11). Él es preciado para nosotros. Él es nuestra ganancia en la muerte.
Preparémonos mediante la oración
Cuando finalicemos nuestra asignación terrenal de parte de Jesús (Hechos 20:24), nos llamará para estar con Él para disfrutar más de aquello que estamos hechos para disfrutar: Él. Esto hará que la muerte sea una ganancia para nosotros ese día (Filipenses 1:21).
Jesús está ansioso por brindarnos esta estupenda ganancia, y Él desea que crezcamos en nuestro afán de recibirla. ¿Cómo lo hacemos? Como Él lo hace. ¡Le pedimos al Padre por ella! Nos unimos a Jesús en oración por el momento en que finalmente lo veremos en toda su gloria. Le solicitamos disminuir la retención que el temor de la muerte tiene sobre nosotros debido a la incredulidad de nuestros corazones. Y le pedimos que nos de dicha fe y anhelo por estar con Cristo para que dejemos de desear el vivir aquí tanto como sea posible, sino lo suficiente para finalizar nuestro curso fielmente (Hechos 20:24). Porque estar finalmente con nuestro Salvador será mucho mejor (Filipenses 1:23).
Cueste lo que cueste, Señor
Algún día la oración de Jesús para que estemos con Él predominará sobre nuestra oración por que seamos librados de la muerte física. Y cuando lo haga, conoceremos tal gozo y placeres que nos preguntaremos por qué alguna vez sentimos renuencia a pasar por el valle de sombras (Salmo 23: 4).
Cueste lo que cueste, Señor, aumenta mi fe y gozo en la verdad de que la muerte es ganancia para mí, para que así pueda “permitir que los bienes y las afinidades se vayan, y también esta vida mortal”. No permitas que el temor a la muerte cause que me resista a tu voluntad para mí, y permíteme morir de una forma que declare que Cristo es ganancia.