Nos pueden despojar de bienes y hogar
Pero recordad los días pasados, cuando después de haber sido iluminados, soportasteis una gran lucha de padecimientos; por una parte, siendo hechos un espectáculo público en oprobios y aflicciones, y por otra, siendo compañeros de los que eran tratados así. Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes, sabiendo que tenéis para vosotros mismos una mejor y más duradera posesión. Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa. (Hebreos 10:32-35)
Los cristianos de Hebreos 10:32-35 ganaron el derecho de enseñarnos acerca del amor con sacrificio.
La situación parece ser la siguiente: poco tiempo después de su conversión, algunos de ellos fueron encarcelados por su fe. Los demás se vieron obligados a tomar una decisión difícil: ocultarse en subterráneos para estar «seguros», o visitar a sus hermanos y hermanas que estaban en prisión y poner en riesgo su vida y bienes materiales. Ellos escogieron el camino del amor y aceptaron pagar el precio.
«Porque tuvisteis compasión de los prisioneros y aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes».
Pero ¿resultaron ser perdedores? No. ¡Perdieron bienes materiales pero ganaron gozo! Aceptaron las pérdidas con gozo.
Por un lado, se negaron a sí mismos. Pero por otro lado, no lo hicieron. Eligieron el camino del gozo. Evidentemente, estos cristianos se vieron motivados a ejercer el ministerio en las prisiones del mismo modo que los macedonios (en 2 Corintios 8:1-9) tuvieron el deseo de suplir las necesidades de los pobres. Su gozo en Dios se desbordó en forma de amor por los demás.
Miraron sus propias vidas y dijeron: «La misericordia de Dios es mejor que la vida» (ver Salmos 63:3).
Miraron todas sus posesiones y dijeron: «Tenemos una posesión en el cielo que es mejor y más duradera que cualquiera de nuestros bienes materiales» (véase Hebreos 10:34).
Luego se miraron el uno al otro y dijeron:
Nos pueden despojar
De bienes, nombre, hogar,
El cuerpo destruir,
Mas siempre ha de existir
De Dios el reino eterno
(Castillo fuerte, por Martín Lutero).