Apartando el peso de la autocompasión
Me encanta Jonás, no por todo el episodio del pez, sino porque Jonás es un malhumorado autocompasivo. No apoyo su autocompasión, pero me identifico con eso ya que tengo inclinación a esos tipos de enfado. Y estoy agradecido de que en la Biblia Dios muestre los defectos de sus siervos, ya que también tengo muchos. Jonás me recuerda de la misericordia de Dios hacia los malhumorados autocompasivos como yo y me motiva a apartar esa carga pecaminosa.
Un profeta autocompasivo
Probablemente conocen bien la historia. Dios encomendó a Jonás advertir a la capital asiria, Nínive, de que su juicio estaba a punto de caer. Jonás sospechó que la intención de Dios era la gracia, y se embarcó en un navío en la dirección opuesta. Así que Dios envió a un taxi grande en forma de pez para interceptarlo y vomitarlo de vuelta a la playa. Luego, un arrepentido Jonás obedeció sabiamente a Dios, profetizó a la gran ciudad, y el arrepentimiento irrumpió.
Este resultado “desagradó a Jonás en gran manera, y se enojó” (Jonás 4:1). Conocía a los asirios: eran brutales con sus enemigos, y en el futuro iban a atacar a Israel; merecían el juicio de Dios. Y conocía a Dios: era misericordioso con sus enemigos, perdonando a los pecadores arrepentidos que no lo merecían, incluso a los brutales asirios. En efecto, justo como Jonás temió, los asirios se arrepintieron y Dios se aplacó. Jonás se enfadó tanto que quería morir (Jonás 4:3).
Y aquí es donde vemos las marcas demasiado familiares de la autocompasión.
Entonces Jonás se dirigió fuera de la ciudad para observar malhumorado. Quizás Dios tendría el buen sentido de destruir Nínive después de todo, aunque no pintaba bien. Dios animó amablemente al profeta haciendo que una planta creciera sobre su pequeña cabaña y le diese sombra en medio del sol abrasador. Luego Dios envió a un gusano para matar la planta y, con ello, la sombra del profeta. Esto también hizo enfadar tanto a Jonás que quería morir. Dios respondió:
“Tú te apiadaste de la planta por la que no trabajaste ni hiciste crecer, que nació en una noche y en una noche pereció, ¿y no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, y también muchos animales?” (Jonás 4:10–11, LBLA)
Jonás se conmovió por la planta porque le daba sombra. Cuando la planta murió, el sol hizo que desfalleciera (Jonás 4:8). Todo se sentía tan injusto: la desmerecedora Nínive arrepintiéndose y la planta muriéndose. Dios no le daba la razón a Jonás en nada, así que se amargó e incluso arremetió contra Dios (Jonás 4:9).
El poder de la autocompasión para endurecer los corazones
La autocompasión no fue lo único que Jonás sentía, pero su presencia y efecto era inconfundible. Sabemos cómo se sintió por nuestra propia experiencia. Conocemos esa ira, que nos apaga emocional y espiritualmente. Conocemos ese deseo de simplemente enfadarnos o arremeter contra cualquiera que se cruce en nuestro camino.
La autocompasión es nuestra respuesta impía y egoísta a algo que no va por el camino que pensamos que debería ir. Y es un pecado sutil; a menudo no lo reconocemos al momento porque se viste con el disfraz de la indignación justa. Nos sentimos justificados al dejarnos llevar por él a causa de la injusticia que sufrimos, incluso si todo lo que sucedió fue que simplemente las cosas no salieron como queríamos.
Pero la autocompasión es un pecado peligroso, engañoso, y que endurece el corazón (Hebreos 3:13). Hace morir la espiritualidad, ahoga la fe, seca la esperanza, mata la alegría, sofoca el amor, alimenta la ira y roba cualquier deseo de servir a otros. Y es un pecado que se alimenta, motivándonos a consolar nuestros propios seres con toda forma de indulgencia pecaminosa como chismes, calumnias, gula, abuso de sustancias, pornografía, y embriagándonos de entretenimiento, sólo por nombrar algunos. La autocompasión envenena nuestras relaciones y es a menudo una causa subyacente de nuestro “agotamiento mental”.
La autocompasión no nos hace bien en absoluto, incluso si hemos sufrido una verdadera injusticia, pérdida u otro mal. Es un pecado bastante pegajoso que solamente nos lastra como un ancla (Hebreos 12:1), por lo que debemos arrojarla al mar tan pronto la reconozcamos.
Apartando el peso de la autocompasión
No hay una fórmula mágica para apartar el peso de la autocompasión. El pelear con el pecado es un arte marcial. Cada respuesta a cada ataque es al menos un poco diferente. Nuestra mejor defensa siempre es estar saturados con la Biblia, y en particular mantenernos refrescados en las promesas de Dios. Pero como ejemplo, así es cómo batallé recientemente con la autocompasión:
- Solicitar ayuda a Dios (Lucas 11:9). La autocompasión, como la mayoría de los pecados, es una expresión de orgullo. Es generalmente difícil de abandonar porque debemos admitir nuestra equivocación cuando hemos sentido que estábamos en lo correcto. Mi autocompasión siempre afecta a alguien más y es sorprendentemente difícil admitir mi equivocación hacia ellos. Necesito la ayuda de Dios.
- Darnos una charla directa del evangelio. Cuando siento autocompasión, necesito recordarme lo que realmente me merezco y lo que Cristo ha hecho por mí (Mateo 18:21–35), estar gozoso con lo que recibo por parte del Señor (Filipenses 4:12–19). Esencialmente, con gracia, me digo a mí mismo que deje de ser un bebé grande y egoísta.
- Arrepentirnos ante Dios por el pecado de la autocompasión (Mateo 3:2; Apocalípsis 2:5). Es un pecado, no solamente una “puja”. Tiene que ser eliminado y desechado.
- Arrepentirnos ante aquellos afectados por nuestro pecado de autocompasión (Santiago 5:16). A menudo este paso de auto-humillación es donde se rompe el agarre de la autocompasión.
- En fe tomemos el siguiente paso que Dios nos da para enfrentar lo que no queremos enfrentar (Filipenses 4:6–7, 9, 19). Si sentimos autocompasión al enfrentar una situación atemorizante o desagradable y nos sentimos agobiados, hagamos lo que vaya a continuación. Dios nos dará la gracia de ver y tomar el paso siguiente.
Si la autocompasión se ha vuelto un hábito arraigado por mucho tiempo, la libertad puede ser nuestra en Cristo, pero sólo mediante la práctica constante de apartar este pecado (Hebreos 5:14). Dios nos ayudará a desarrollar hábitos de fe para reemplazar los hábitos del pecado. Tomará un tiempo, y eso está bien. Perseveremos. E involucremos a aquellos alrededor nuestro que sean espiritualmente maduros. Tienen experiencia en esta lucha, y saben cómo exhortarnos y motivarnos con cariño.