Apartando el peso de la baja imagen de nosotros mismos
Si descubrimos que tenemos problemas con una baja imagen de nosotros mismos, necesitamos observarla cuidadosamente, porque puede que no sea baja del todo. De hecho, puede ser una imagen de nosotros mismos frustrada y envanecida.
Pablo escribió esto en Romanos 12:3 (LBLA):
Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno.
Lo que nuestro mundo a menudo llama bajo concepto de uno mismo, pienso que Pablo diría que es otra forma de pensar demasiado alto de nosotros mismos.
Formas santas e impías de pensar alto de nosotros mismos
Hay una forma santa y humilde de pensar alto de nosotros mismos. Si somos cristianos, somos santos que formamos parte de un “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9). Somos una nueva creación en Cristo y nunca más seremos las antiguas personas condenadas (2 Corintios 5:17). Dios tiene la intención de que esto forme parte de la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Pero existe una forma impía y orgullosa de tener una alta estima de nosotros mismos - siendo ambiciosamente egoístas y creyendo que somos más significativos que los demás (Filipenses 2:3). Esto no debería ser parte de nuestra imagen como cristianos, y si lo es, generalmente resulta en “pleitos, celos, enojos, rivalidades, difamaciones, chismes, arrogancia, desórdenes” (2 Corintios 12:20). Probablemente este es el pensar alto que Pablo tenía en mente en Romanos 12:3.
Formas santas e impías de pensar bajo de nosotros mismos
De la misma forma, existen formas santas e impías de tener una baja estima de nosotros mismos.
Si nos vemos a nosotros mismos como alguien que una vez fue el primero de los pecadores (1 Timoteo 1:15), que somos lo que somos ahora por la gracia de Dios (1 Corintios 15:10), buscamos el último lugar en el banquete (Lucas 14:10) porque consideramos a los demás más importantes que a nosotros mismos (Filipenses 2:3), y el clamor de nuestro corazón es que “es necesario que [Jesús] crezca, y que yo disminuya” (Juan 3:30), esta es la humildad santa.
Pero si sufrimos de un sentimiento crónico de fracaso, bajo rendimiento y vergüenza porque comparándonos con los demás simplemente no somos suficientemente inteligentes, atractivos, competentes, agraciados, organizados, educados, exitosos, ricos, o sobresalientes, casi siempre se trata de una humildad impía.
Y esta clase de bajo autoconcepto también tiende a resultar en “pleitos, celos, enojos, rivalidades, difamaciones, chismes, arrogancia y desórdenes” (2 Corintios 12:20). Porque, en realidad, estamos pensando bastante alto de nosotros mismos, y estamos tristes, avergonzados y frustrados ya que no podemos obtener la admiración de los demás que deseamos. Y estamos listos para derribar a aquellos que vemos por encima de nosotros.
Luchando contra la humildad impía
Todos batallamos con esto a veces. Es una tentación común para el hombre (1 Corintios 10:13). Y Pablo nos ayuda a luchar contra esta forma invertida de pensar demasiado alto de nosotros mismos en Romanos 12.
Nos recuerda que “así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros” (Romanos 12:4-5). Estamos destinados a ser diferentes porque tenemos funciones diferentes. Esto debilita la envidia y motiva nuestro sentido de mayordomía.
Y Pablo nos cuenta que estas funciones diferentes vienen a nosotros como dones de gracia por parte de Dios: “Pero teniendo dones que difieren, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos” (Romanos 12:6). Lo que tenemos, lo hemos recibido de Dios, y Él desea que estemos conformes con lo que tenemos (Hebreos 13:5). Y tenemos que usar lo que hemos recibido “según la medida de la fe que Dios ha distribuido a cada uno” (Romanos 12:3). Los dones vienen de Dios y la fe para usarlos viene de Dios. De hecho, “no podemos recibir nada si no nos es dado del cielo” (Juan 3:27). Esto debilita la codicia y motiva nuestra fe en Dios.
La humildad impía proviene del compararnos a nosotros mismos en el espíritu de los discípulos que competían para ver “cuál de ellos debería ser considerado como el mayor” (Lucas 22:24). Sin duda algunos se sentían claramente superiores, mientras los demás sentían envidia debido a sus menores dones, oportunidades o atención.
Pero si hacemos morir esta humildad impía eligiendo creer que todos nosotros hemos sido asignados por Dios a funciones sagradas en el cuerpo de Cristo, y nos humillamos bajo la mano todopoderosa de Dios, confiando en Él para exaltarnos en los momentos y las formas apropiadas (1 Pedro 5:6). Si realmente buscamos considerar a los demás más importantes que a nosotros mismos (Filipenses 2:3), no confiamos en nuestro impulso de ser primeros, y recordamos que el que menos tiene entre nosotros a menudo es el que Dios considera grande (Lucas 9:48), entonces estaremos pensando con un piadoso “buen juicio”. (Romanos 12:3).
Una imagen baja de uno mismo - humildad impía - que en realidad está pensando demasiado alto de nosotros mismos, es un peso que debemos apartar con el objetivo de correr nuestra carrera de fe (Hebreos 12:1). Miremos a Jesús (Hebreos 12:2), quien nos mostró cómo hacerlo viniendo a nosotros como el que sirve (Lucas 22:27), y se humilló a sí mismo al lugar más bajo por nosotros (Filipenses 2:8).