Respondiendo al dolor con gozo en Dios
Si Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él, entonces los cristianos tienen todas las razones para ser las personas más felices del mundo. Pero ¿nos deja eso con emociones unidimensionales? ¿Cómo deben los creyentes actuar y sentirse cuando están rodeados de quebrantamiento y pecado?
La Biblia nos enseña que tenemos muchas razones para afligirnos. Lamentamos el pecado en nuestras vidas (Ro. 7:15-20) y el quebrantamiento de este mal presente (Gá. 1:4). Lamentamos mientras esperamos a que Cristo regrese y enmiende todas las cosas. Después de la ascensión de Cristo, la iglesia se lamenta porque su novio le ha sido quitado (Mt. 9:15). Aún los mártires glorificados del libro de Apocalipsis, a quienes ya se les han dado las túnicas blancas de la victoria, se lamentan mientras esperan y anhelan la justicia (Ap. 6:9-11). “Bienaventurados los que lloran”, Jesús enseñó, “pues ellos serán consolados” (Mt. 5:4).
La Biblia nos llama a estar “entristecidos, mas siempre gozosos” (2 Co. 6:10). Pero con frecuencia esa tensión parece inaguantable para nuestros corazones. Nuestras emociones pueden sentirse demasiado rígidas, lentas y torpes para obedecer esas palabras. ¿Existe alguna manera de hacer a nuestros corazones más ágiles y más listos para navegar en este desorientado mundo?
Durante los tiempos de desorientación, los creyentes enfrentan dos claras tentaciones. Podemos sucumbir a cualquiera de éstos: acabar con nuestro ánimo o dañar nuestro testimonio. Pero Dios ha provisto un camino entre estas dos tentaciones que levanta nuestros ojos hacia Él y sostiene nuestros corazones con fe.
La tentación de limitar a Dios
Algunas veces nos sentimos tentados a responder a circunstancias difíciles limitando a Dios. Este enfoque busca una coartada para Dios cuando presenciamos el mal en el mundo. Estamos tentados a decir que Dios no es lo suficientemente fuerte como para hacer algo en las difíciles circunstancias que enfrentamos.
Preocupados por el mal que ellos ven en el mundo, algunas personas limitan a Dios diciendo que Él no conoce el futuro. Ellos enseñan que Dios no puede conocer las decisiones de las personas hasta que esas personas toman sus decisiones.
Lamentablemente, sin embargo, afirmar que Dios es ignorante del mal crea muchos más problemas de los que resuelve. Cuando las elecciones humanas rigen sobre Dios, entonces la esperanza de la humanidad para el futuro solo puede venir de futuras elecciones humanas. Y la Biblia insiste en que nuestro rescate requiere un poder mayor.
Tentados a minimizar nuestro dolor
El profeta Isaías nos advierte: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas!” (Is. 5:20). A veces los que atesoran la soberanía de Dios pueden ser crueles con los que sufren. Las palabras de ellos, por muy bien intencionadas que sean, minimizan la dificultad o la ofensa. Estas palabras suelen llegar a oídos heridos como clichés superficiales y banales. Llama al mal como lo que es: mal.
También minimizamos el mal en nuestro mundo cuando lo tratamos simplemente como una lección. Aprende de la imprudencia de los amigos de Job y de la necedad de los discípulos de Jesús (Jn. 9:2). La palabra de Dios nos da un vistazo a Sus amplios propósitos, pero no debemos especular mucho sobre las razones específicas de Dios en su intención sobre un caso particular de sufrimiento después de que ocurre.
El indicio más seguro de que has sucumbido a cualquiera de estas dos tentaciones es el fatalismo – te rindes. Si hemos limitado a Dios (nuestra primera tentación), entonces no tenemos ninguna razón para recurrir a Él. Si hemos minimizado las malas circunstancias (nuestra segunda tentación), tratamos de resolver el problema nosotros mismos, pero la magnitud del problema nos conduce al agotamiento, y luego al abandono.
El verdadero mal –el pecado en cada uno de nosotros– es un problema demasiado grande para ser resuelto por medios naturales. Requiere un rescate sobrenatural.
El camino del lamento
En lugar de renunciar, los creyentes deben recorrer el camino del lamento. La Biblia nos muestra muchos ejemplos de personas que anduvieron por ese camino. Considera tres:
- Primero, ora las promesas de Dios (como el salmista en el Salmo 94:14-15). Por definición, los creyentes tenemos altas expectativas de Dios. Y ¿por qué tenemos grandes expectativas de Él? Porque nos ha dado abundantes promesas. Cuando oramos sus promesas, no las estamos reclamando. Dios es quien dice que es, y Él hace lo que dice que hará. Cuando recurrimos a nuestro Dios para que cumpla sus promesas, alabamos su tierna y eficaz excelencia.
- Segundo, acepta el misterio (como vemos en Job 42:1-6). Dios es un Padre amoroso y bueno, y nosotros somos sus hijos amados. Y, sin embargo, su disciplina hacia nosotros no se siente agradable, sino dolorosa (He. 12:11). ¿Cómo puede dolernos cuando nuestro Padre amoroso interactúa con nosotros?
Dios tiene su propia perspectiva. Y esa perspectiva es una perspectiva divina, eterna y omnisciente. Nuestra perspectiva es necesariamente mucho más limitada. No solo estamos limitados a lo que ven nuestros propios ojos, sino que también tenemos otras limitaciones por el daño que ha causado nuestro pecado. Así que no debe sorprendernos que muchas de las más grandes realidades en este universo, son misteriosas para nosotros, siendo pequeños como somos. Y Dios nos ama lo suficiente como para recordarnos lo poco que podemos ver ahora.
- En tercer lugar, lucha con tus sufrimientos (como el salmista en el Salmo 88:10-14). Debido a que los cristianos creemos en la Palabra de Dios y confiamos en las promesas de Dios, podemos hacerle algunas preguntas dolorosamente crudas. Estas preguntas acerca del lamento pueden tomar forma de luto (Sal. 137), queja (Sal. 142) e incluso protesta (Hab. 1).
Esta no es una terapia humanista que considera estar enojado con Dios como algo bueno. Porque solo Dios es gloriosamente omnisciente y solo Él puede responder a nuestros “por qué”. Porque solo Dios es gloriosamente omnipotente y solo Él puede responder a nuestras súplicas de liberación. Cuando lamentamos somos el pueblo de Dios clamando desesperadamente en fe a nuestro Señor hasta que Él se muestra a sí mismo como el Dios fiel que ha prometido ser.
Lamentarse es reconocer que Jesús tenía razón cuando dijo: “En el mundo tenéis tribulación”. Y entonces el lamento nos llena con la esperanza de Cristo: “Pero confiad”, dijo, “yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).