Se hará justicia
Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. (Romanos 12:19)
A todos nosotros nos han tratado con injusticia alguna vez. La mayoría de nosotros, probablemente, fuimos tratados de un modo realmente injusto por alguien que jamás nos pidió disculpas ni hizo algo que fuera suficiente para enmendar la situación.
Y uno de los grandes obstáculos que se nos presentan para dejar ir el dolor y la amargura es la convicción —la convicción justificada— de que debería hacerse justicia, de que el universo mismo se desmoronaría si las personas pudieran simplemente salirse con la suya cometiendo horribles injusticias y engañando a los demás.
Ese es uno de los impedimentos para el perdón y para abandonar el rencor. No es el único —ya que también tenemos que lidiar con nuestro propio pecado— pero es un impedimento real.
Sentimos que olvidar sería como admitir que simplemente no se hará justicia. Y no podemos hacer eso.
Por eso, nos aferramos a la ira y repetimos la misma historia una y otra vez con los sentimientos: No tendría que haber sucedido, no debería haber sucedido, estuvo mal, fue injusto. ¿Cómo puede estar tan feliz mientras yo estoy tan deprimido? Eso no está bien. ¡No está nada bien!
Dios nos dio las palabras de Romanos 12:19 para quitar esta carga de nuestras espaldas.
«Nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios»: ¿qué significa eso para nosotros?
Hacer a un lado la carga de la ira, hacer a un lado la costumbre de abrigar nuestras heridas con sentimientos de rencor —hacer todo eso a un lado— no significa que no hemos sido tratados con injusticia.
No significa que no hay justicia, ni que no seremos reivindicados, ni que los que nos trataron así simplemente se saldrán con la suya. No es así.
Significa que cuando hacemos a un lado la carga de la venganza, Dios la toma sobre sí mismo.
No se trata de una manera de vengarse sutilmente. Se trata de poner la venganza en manos de aquel a quien le pertenece.
Se trata de respirar profundo, quizás por primera vez en décadas, y sentir que ahora al fin quizás seamos libres para amar.